Emilia Pardo Bazán y su lucha contra la violencia machista
Desde que existen estadísticas, en España son más de 1.000 mujeres las que han perdido la vida a causa de la violencia machista.
Son tiempos de revisión y recreación de ideas. Tiempos de negación de la negación de lo evidente. De displicencia intelectual. Tiempos de positivismo de ególatras al cubo. Por circunstancias de mi carrera política, contribuí como Secretario de Estado a aprobar el primer Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Y a reducir el número de mujeres asesinadas al menor índice de nuestra historia. Fue un esfuerzo colectivo, que intentan derrotar los apóstoles del negacionismo. Y no seré yo quien limite el derecho a negar, pero tampoco seré yo el que no libre la batalla de combatir intelectualmente este despropósito. En todo caso, siempre quedará Emilia Pardo Bazán.
Emilia Pardo Bazán denuncia la violencia machista
¿Animales o criminales? A lo largo de toda la primera década del siglo anterior, Emilia Pardo Bazán confiesa, al ritmo con el que la sociedad del momento comienza también a evidenciar ciertos signos de reproche colectivo, que el fenómeno de la violencia machista es patente a la par que es complejo. “Alguien lo achacará a falta de religión y creencias firmes. Otro alguien a falta de instrucción y cultura. Y alguien a falta de represión y ejemplaridad. Y todos tienen razón”.
Sin embargo, no fueron escasos todavía los jactanciosos y tuercebraguetas con plumilla en periódico de la época, que llegaron a decir con alevosía y premeditación “que aún quedan en Madrid, a estas fechas, unas dieciséis o diecisiete mujeres sin degollar”. Paralelamente, como una ficción consentida tras el espejo de los viejos prejuicios nacionales, como dice la escritora, “el récord de la criminalidad lo baten (¡qué castellano tan lindo que escribimos en estos tiempos del automóvil!) los románticos del honor, los asesinos de mujeres, los suicidas en combinación, que primero despachan a su novia y luego se vuelan la tapa de lo que no tienen”. Lamentablemente, todavía andan hoy los asesinos escondiéndose en su cobardía de macho tardío, la misma con la que no tuvieron escrúpulos en matar a una mujer.
La historia de Piña y Coco, un reflejo de la sociedad
Ni Otelo ni Werther. En España, Emilia Pardo Bazán se introduce en la caverna de lo posible, pero a la vez de lo indeseable, con un cuento animal sin parábola ni moraleja titulado Piña, en los albores del siglo XX. Una buena familia, o no, adopta una mona a la que llaman Piña. Como no quieren que se críe en soledad, le dan a conocer y la asocian con otro mono, de nombre Coco. El mono representa el prestigio de la masculinidad, el monopolista de la obediencia debida de la hembra, esclava por derecho y por deber.
Transcurrido un tiempo de abusos, de esencia de felpudo y de testosterona de jurásico en flor del macho, la familia que “había desempeñado el papel de la sociedad, que no gusta de mezclarse en cuestiones domésticas y deja que el marido acabe con su mujer si quiere, ya que al fin es cosa suya”, interviene finalmente y separa a la pareja. Producto o no de la angustia, Piña se fuga una noche de frío galaico y acaba muriendo de neumonía simia. Tras 120 años, y a pesar de los avances, aún hoy pesa cierto fatalismo indolente y una considerable pasividad social, acaso arraigada en la conciencia animal del macho, no muy alejada en ocasiones a la del planeta de los simios.
Violencia machista, un delito de máxima gravedad
Lejos de limitarse al diagnóstico y al juicio narrativo en los periódicos de la época, la escritora de Coruña, buscó soluciones en el Derecho Penal. Por un lado, y sin renunciar al sarcasmo propio de su literatura, aspiraba a que el delito se calificara con la máxima gravedad posible, con el objetivo de zaherir entendederas y agitar la indiferencia de toda una sociedad: “Es preciso que el jurado lo estime tan punible, al menos, como el robo de una gallina o de un mantón”.
Pero, por otro lado, y a contracorriente de cierto ideario liberal y avanzado sobre las condiciones represivas de los Códigos penales de la época, abogó por el carácter ejemplarizante de las penas: “Hay toda una serie de crímenes que ya no se castigan y por lo tanto arrecian; pues, digan lo que gusten los termómetros de la filosofía benigna y generosa, el miedo al presidio y al garrote no deja de producir cierta moderación saludable”.
Emilia Pardo Bazán refleja esta lacra en sus obras
No en vano, hacía ejercicios dogmáticos para equilibrar ambas posturas, y, con sorna de gallega excesiva, lo explicaba del siguiente modo: “No se moraliza con el castigo; se evita, se reprime; la moralización es de otra suerte. Estimo la higiene más que la medicina, el régimen diario más que el remedio heroico; pero hay ocasiones en que es preciso enviar a escape por el remedio a la botica más próxima, y tragarlo a puñados”. Así, por la vía rápida, pues llegó a escribir que deberían deportarlos a las colonias que nos quedasen, que vaya usted a saber cuáles eran.
Además de su constante actividad periodística, Pardo Bazán retrató estos crímenes en su obra narrativa, con diferentes ángulos donde la perfidia se manifestaba y que, con el paso de los años, no ha remitido. En Doña Milagros, el maltratador es el asistente doméstico de la protagonista que la tiene aterrorizada bajo la amenaza de matarla si revela los abusos que acontecen intramuros de la casa.
El indulto, el claro ejemplo de la situación de la mujer
En La piedra angular, una joven muere a manos de su padre, el zapatero Antiojos, un alcohólico empedernido cuya ingesta de vino despierta la insania sanguinaria del abuso y del asesinato. Pero es en El indulto donde se revela, con toda su intensidad, el pánico enervante y exterminador que asola a muchas mujeres.
La protagonista es una lavandera cuyo marido ha asesinado a su suegra. Con coraje, denunció a su marido y este ingresó en prisión, jurando asesinarla nada más concluyese su condena. Como consecuencia del esponsorio del Rey y el nacimiento de su hijo primogénito, se anuncian indultos, cayendo la lavandera en un estado de angustia por la eventualidad de que alguno de ellos correspondiese al asesino.
El miedo
Un buen día, la lavandera recibe la noticia de que su marido ha fallecido en prisión. Liberada de preocupaciones, lleva a su hijo a comer golosinas para celebrarlo. Pero la noticia resultó ser falsa. Cuando la mujer llegó a casa, el marido estaba allí porque lo habían indultado.
A la mañana siguiente la lavandera yacía muerta en la cama, sin signos de violencia. Y así fue porque, según el testimonio del hijo, murió de miedo. Es la violencia subterránea, la violencia que no conoce de estadísticas, la violencia psicológica. Con todo, desde que existen estadísticas, son ya mil las mujeres asesinadas en España por sus parejas o ex parejas. Que no cuestionen las estadísticas. Ni el horror. Que no cuestionen.