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De los aduladores, de los adulados y de otras bajezas

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No conozco a nadie que no haya caído rendido a los efectos del tóxico de la adulación, que no haya sentido el dulce sentido del halago. Uno de los primeros síntomas del poder, en cualquiera de sus expresiones, ya sea el económico, el cultural, el político o el social, es la floración de aduladores, que, como setas de cardo, asoman por doquier.

Hay aduladores amateur y también hay aduladores profesionales, del mismo modo que hay adulados sin solución ni remisión y adulados con corazón con freno y marcha atrás. Debería ser virtud del adulado medir el efecto de las adulaciones para que el juicio de los lisonjeros no sea perturbador y no deforme el sentido mismo de la percepción de la realidad.

El adulador no es fiel, va con las modas

«No se adula a quien no tiene poder»

Ahora bien, lo que ya constituye patología y una manifestación de idiocia supina es elegir a los propios aduladores, una especie de bufones simiescos, verdaderos subproductos de la especie animal. La medida y la calidad de los aduladores son un indicador del nivel del adulado, de modo que es fundamental calibrar su excelencia porque, de lo contrario, el resultado es patético.

Con carácter general, el adulador acostumbra a ser, además de un mamporrero de brazo corto, un superviviente necesitado que adula con el objetivo de conseguir una dádiva del adulado. No se adula a quien no tiene poder, porque la relación basada en la adulación es una relación de necesidad o de expectativa. Por eso, acostumbra la patulea de aduladores en volcar sus energías en quien piensa que puede regarles con recompensas.

Se adula por la inteligencia o la belleza

«El adulador no tiene reparos en adular a Caín o a Abel»

Es el culto inmemorial al becerro. Y hay que reconocer que los aduladores tienen una gran volatilidad, ya que evolucionan sin pudor adaptándose a los tiempos y a las circunstancias. El adulador profesional no tiene reparos en adular a Caín o a Abel, pues en el viejo oficio de la adulación, el objeto de honra es lo de menos. Al menesteroso de la adulación le da igual uno u otro, con tal de obtener una provisión adecuada de premios.

Hay dos maneras posibles de mostrar adulación: por la inteligencia o por la belleza. No se quiere decir con esto que el adulado sea inteligente y hermoso. No hay mayor embeleco que decirle a un tonto que su aspecto físico es insuperable y que su inteligencia no tiene parangón. Es más, en el mundo actual rehén de la impudicia de la imagen, la adulación es un sopicaldo de «me gusta» en las redes sociales, que se contabilizan cada día como un botín.

Hoy en día hay demasiado adulado con adicción a la adulación

«El adulado es un adicto a la adulación»

De hecho, la angustia del adulado, si no se alcanza el umbral deseado de adhesiones, provoca verdaderas alteraciones emocionales que deberían ser objeto de tratamiento especializado. A propósito de unas fotografías recientes colgadas en la redes sociales, un buen amigo me escribió con juicio sano y equilibrado: «En qué momento se les fue esto de las manos?». En el momento en que la mediocridad y la medianía se impusieron.

Los aduladores han de trabajar sin cuartel y sin descanso porque el adulado es un adicto. Requiere el enfermo de amplias dosis de reconocimiento a toda horas y en cualquier condición, del mismo modo que la adulación ha de practicarse tanto en privado como en público. Es cierto que la lisonja privada apenas tiene efectos salvo en las mentes más depauperadas, por lo que la laudatio debe hacerse en plaza pública y al alcance de todos. En la liturgia de la adulación, el pavo real agradecerá con fingida humildad las muestras de reconocimiento, impostando incluso incomodidad. Cierto es que para llegar a esto se exige cierta sofisticación que en los tiempos actuales es prácticamente imposible.

Demasiados aduladores para alimentar la sopa boba de los adulados

«Hoy no importa la dignidad, solo la sopa boba»

Pero habrá un momento en el que, en pleno desmoronamiento del poder, los aduladores huirán, porque son seres instintivos que anticipan los cambios como aves de otoño. Comenzará entonces el cortejo múltiple, la aproximación a cualquier rival que tenga posibilidades de victoria, porque son malos y maleables. Es la poliadulación. El día en que el adulado caiga, y quizá con cierta aprensión, el interfecto podrá pasar de nuevo a ser adulador, porque la vida le va en ello. Y vuelta a empezar, que aquí no importa la dignidad, sino la sopa boba de cada día. Es el mundo de los bobos.

Mario Garcés

Político, jurista y escritor. Inspector de Hacienda de profesión, ha sido Subsecretario del Ministerio de Fomento y Secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad.

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