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De regreso a la Edad Media

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Hay momentos personales en los que se tiene la impresión de que el suelo se mueve bajo tus pies. Una suerte de movimiento tectónico inasible en el que todo lo que antes eran certezas se convierte en desesperanza e incertidumbre. La pandemia de nuestros días refuerza esa sensación de vulnerabilidad, de desazón, de desequilibrio. Se vive a golpe de anuncio anticipado de confinamiento, de tal suerte que el tiempo se convierte en una variable vital incómoda porque es incontrolable.

Una condición esencial del proceso de humanización del animal que somos venía constituida por el control del tiempo, amos como éramos de nuestro futuro. Comenzamos en su momento a perder el compás temporal cuando la tecnocracia se impuso. Y acabamos atrapados como juguetes rotos en el cajetín de nuestros móviles. La pandemia ha llegado como una plaga bíblica a sumirnos en una parálisis inquietante, acaso aplacada artificiosamente por el uso de las nuevas tecnologías. 

Hablando de geología, los movimientos de la corteza terrestre venían vaticinando un cambio de ciclo civilizatorio, una mutación de sensibilidades que el virus oriental no ha hecho sino acelerar. En algunos rasgos sociológicos, el cambio tiene paralelismos con la caída del Imperio romano y el advenimiento de la Europa medieval. Espasmos de ociosidad colectiva afectados al uso de las nuevas tecnologías son el sustitutivo de aquella época decadente en la que los días festivos crecían para consagrarse a todo tipo de espectáculos populares. El ideal prevalente de esa época y en cierta medida también de nuestra época era el ocio y el entretenimiento.

Hay españoles que superan ampliamente las 8 horas de uso diario del móvil (Foto: Unsplash)

Cada español pasa aproximadamente cuatro horas de media entregado al móvil

Cierto es que en aquel momento Máximo, el gladiador, se enfrentaba a Marco Aurelio y Cómodo con la espesura de la espada, mientras que ahora la espada no es más que un botón de una consola de última generación. Todos nomofobos. La vieja regla del 8 por 3 que caracterizó el reparto diario (ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio, ocho horas de descanso) ha quedado sepultada bajo los algoritmos irreverentes de los oligopolios de la industria tecnológica. Si cada español pasa aproximadamente cuatro horas de media entregado al móvil y nuestros mayores no son usuarios compulsivos de estos dispositivos, es evidente que hay quien está atrapado más de ocho horas diarias en el diablo cojuelo de su terminal.

Que el día se quedaba corto para algunos era una evidencia empírica hace mucho tiempo. Pero de allí a que el día pase a tener 32 horas, hay un salto cuántico. El entretenimiento a través de las redes sociales, ya sea por consumo de noticias irrelevantes, por intercambio de relaciones, por juego, o por espectáculos deportivos o musicales ha acabado por inmovilizar definitivamente a toda una sociedad sofronizada por el becerro del Leviathan moderno. La libertad en riesgo cuando hay estúpidos que piensan que ahora se vive con mayor libertad. 

Parte de la sociedad española reclama derechos como si hubiera olvidado que también hay obligaciones (Foto: Unsplash)

Los derechos individuales se invocan y exigen como derechos naturales

Y de allí, a la modorra, a la pereza, a la desidia. El ideal prevalente deja de ser el esfuerzo productivo para reemplazarse por el esfuerzo de sostener el móvil con las falanges de una mano. A su manera, la fiesta y el espectáculo de la antigua Roma se sustituyen por el espectáculo renovable y adictivo de las redes sociales. Un festín popular democrático donde todo el mundo puede participar. Sin derecho de reserva de admisión. Un mercado de relaciones donde se propicia impúdicamente el encuentro causal, el sexo contingente, la vida aparente. Además, son tiempos en los que los derechos individuales se invocan y exigen como derechos naturales. Aunque quien los invoca haya olvidado que también existen las obligaciones.

Pintan bastos en una sociedad donde la responsabilidad se extravía en los poderes públicos, como si la responsabilidad personal e intransferible, la nuestra, la de cada uno de nosotros, hubiera desaparecido en algún rincón de nuestra historia reciente. Los que nacimos en patio de colegio de NO-DO en blanco y negro no sabíamos que esto iba a ocurrir. Y, repentinamente, nos hemos encontrado de bruces con que la bicicleta ya no es para el verano, sino que para el verano es el móvil de última generación. La misma generación que nos ve a los demás, desde su irrupción como “homo digitalis”, en unos “Neanderthales” de los pies a la cabeza, preguntando cómo se enciende el aparato. Y aquí seguimos, en pleno proceso de reeducación. La Edad Media está a la vuelta de la esquina. Habrá que confinarse hasta el nuevo Renacimiento.

Mario Garcés

Político, jurista y escritor. Inspector de Hacienda de profesión, ha sido Subsecretario del Ministerio de Fomento y Secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad.

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