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Diego Armando Maradona, ¿Pibe o Dios?

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Era pibe en canchita de polvo húmedo en potrero de zapatillas tendidas en los cables de la luz. Era niño en Villa Fiorito, donde ser niño es tradición, porque no está asegurada la vida adulta. Era regate en pampa criolla, en barro de barrio donde no hay metáfora ni poesía, y donde gana quien resiste. Era espíritu libre en territorio gaucho, allí donde no se susurra a los caballos, porque los caballos son inalcanzables. Era improvisación, porque era libertad, la misma libertad a la que no se pone precio. Libertad inmadura, tal vez la única libertad posible. Era un balón en el suelo cosido a la suela, al tobillo, al tacón, a la media, un regate en corto y una carrera perfecta por impredecible. Era genio en su ingenio, clase entre los que no formaban parte de ninguna clase. Era cojo por zurdo, como Dionisos, y por eso era fijo discontinuo, pero fijo. Era pibe, y Diego nunca dejó de serlo, a pesar de que Maradona quiso ser Dios. Y lo consiguió.

Nunca será Pelé, un futbolista de época pero sin épica, y nunca será Messi porque, a pesar de ser el mejor, no está llamado a la leyenda. Diego es el paradigma de la argentinidad, del grito obtuso de la grada en Bombonera, de una nación que se quiere tanto como se desprecia. Era la solución argentina frente a la infame Inglaterra, el enemigo exterior por definición, ya que España no pasa por ser más que madrastra en sepia. Solo el héroe, el símbolo, la hipérbole de un pueblo, la representación popular, «imago mundi» pero también mago, podía derrotar al enemigo exterior.

Diego Armando Maradona era un pibe normal de Argentina que se convirtió en leyenda, gracias a su virtuosismo con el balón de fútbol (Fotos: @luke_toscano10 y @futbol.emotions)

El 22 de junio de 1986 Diego se convirtió en Maradona, y Maradona en Dios

Era el minuto 51, con el marcador a cero, un 22 de junio de 1986 en el estadio Azteca de Ciudad de México. «Cuando pienso en Inglaterra, no puedo sacarme de la cabeza a los pibes que murieron en la guerra de las Malvinas». Así hablaba Diego, quizá también Maradona, días antes del encuentro. Voz de voces, niño entre niños en un país castigado en su alma criolla. Steve Hodge, un zaguero escasamente diestro, cuelga un balón al centro del área para que Peter Shilton, guardameta envarado de 1,86 metros eleve el cuerpo y hasta el brazo para despejar la bola. Al salto, el pibe desde su 1,66, imposible, inalcanzable, David contra Goliat. La melena desbordada de Dieguito, el brazo oculto en las greñas, su pelusa, un movimiento de cabeza que es trampantojo, y el balón en la red. Pibe se hace Dios con un gesto arbitrario, irracional, inmoral pero inmortal. En ese golpe de mano bendita están todas las tardes en fuga del nacionalismo criollo de las barriadas sin luz, cuando lo importante era ganar, como fuese, pero solo cabía ganar. Diego se había convertido en Maradona. Y Maradona en Dios. Leo nunca será Messi, porque nunca fue Leo. Es la diferencia en la que se forjan los mitos.

Y transformado en Dios, por la mano, pero Dios al fin, jugó a serlo cinco minutos después, en el 56, el minuto del gol de oro de todo un siglo que se fue, único, irrepetible, emoción y perfección en estado puro, poesía encerrada en quince segundos frente a la métrica inglesa de lo previsible. Narra Morales: «La va a tocar Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el terreno y va a tocar para Burruchaga … ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta …. Gooooooool … Gooooooool … ¡Quiero llorar! ¡Dios santo, viva el fútbol! ¡Golaaaaaaaazooooooo! ¡Diegooooooooo! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme … Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos … barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste? ¡Para dejar en el camino a tanto inglés! ¡Para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina! … Argentina 2 – Inglaterra 0 …. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona … Gracias Dios por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 – Inglaterra 0″.

Aunque fue un gol ilegal, Argentina se llevó el triunfo y Maradona la leyenda

Fueron cinco minutos para la eternidad, el tránsito del mal al bien, del diablo convertido en Dios, diablo elevado, frente al Ángel caído. Cuando infringió la norma se hizo divinidad. Aquella mano del minuto 51. La justicia se impuso de forma irracional, subrepticia, inadmisible para la cordura inglesa, en un gol estrepitosamente justo por injusto, en la era en la que no había VAR, y esta justicia era posible. El fútbol se redefinió en cinco minutos, un prodigio televisado, y las normas saltaron por los aires. Lo prohibido era lo correcto. Así Valdano testigo directo en la cancha del fenómeno: «en Argentina el gol malo fue más festejado que el bueno, porque fue contra los ingleses, y parecían merecerlo». El brinco del Pibe ante Shilton, una fotografía que encierra media historia de Argentina y del fútbol, no es la expresión de un engaño, sino el trazo de un semihéroe suspendido en el aire, un isotopo religioso, un escorzo cósmico, allí barrilete, hacia el mundo de lo imposible por eterno.

Los goles de la victoria de Argentina contra Inglaterra en el mundial del 86 hicieron que Diego no volviera a ser Maradona, sino que se convirtiera en Dios (@garracalcistica)

Dios se hizo presente a través de Maradona, sus pies y el balón

Como Dios es Dios, y es una oposición a Cuerpo Superior muy exigente, no se plantea Diego dilemas morales cuando golpea el balón con la mano. Es un prodigio y ya: «A todos los argentinos quiero darles una primicia: yo quise hacer el gol con la mano a los ingleses». Primicia de agencia de medios desde el Olimpo. Porque, desengañénse, el mundo no fue igual desde aquel día ni la banalidad de VAR funcionarial podría haber transformado ese momento exclusivo. Y sepan que lo demás, lo que vino después, Goicoechea y Nápoles mediante, me da igual. Como el amor de un día, así es el Verbo sagrado del fútbol. Fueron cinco minutos. Y los vi. Y nadie me privará de aquellas imágenes, porque, aunque no fui consciente ese día, vi como un ser humano se hacía Dios entre los hombres. Porque Dios quería que los pibes se acercasen a él. Con un balón entre las piernas porque ellos querían ser Dios. Diego lo logró.

*Foto principal: @carlosbart62 Twitter.

Mario Garcés

Político, jurista y escritor. Inspector de Hacienda de profesión, ha sido Subsecretario del Ministerio de Fomento y Secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad.

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