La alta costura se reinventa

Diseños inusuales, patrones más comerciales, tejidos de máxima calidad combinados con otros menos propios de alta costura, e incluso zapatillas de deporte han sido algunas de las propuestas de haute couture presentadas en París en los últimos años. Al frente de las casas más exclusivas se encuentran jóvenes talentos que buscan revolucionar este sector porque, para ellos, la alta costura es una forma de expresión pero también de negocio.

En 1946 había más de cien firmas de haute couture registradas en la Cámara Sindical francesa con miembros de lujo como Balenciaga, Vionnet o Poiret. Hoy, apenas hay catorce maisons entre las que destacan Gaultier, Chanel, Christian Dior o Loris Azzaro. Es paradójico pensar que, en pleno siglo XXI, cuando los mercados más potentes satisfacen sus necesidades adquiriendo lujo haya un número tan reducido de maisons que apuestan por crear alta costura.

China, Rusia, Emiratos Árabes, Japón son los principales compradores. Las casas parisinas evolucionan con sus creaciones. Christian Dior, por ejemplo, ha cambiado de registro con un objetivo, vender alta costura y llegar a los mercados más potentes del planeta. Este año Raf Simons abrió el desfile con un abrigo de PVC y botas mosqueteras de látex. ¿Inapropiado? Si miramos las cuentas de la maison francesa, las ventas se han duplicado desde que el diseñador belga llegase.

Por su parte, Valentino anunció en 2014 una subida del 50 % en los ingresos procedentes de este sector a pesar de las declaraciones de Pierpaolo Piccioli, codirector creativo de la casa italiana “la alta costura es cultura, no un producto”. La realidad es muy diferente y las firmas más exclusivas del mundo deben vender para rentabilizar el arte de la costura. Diseños creados en ateliers de Francia e Italia que miran a Oriente próximo y lejano Oriente.