Poco a poco vamos descubriendo que la pandemia ha cambiado muchas cosas. Entre ellas está que estamos dejando de comer chicle. Las ventas en España caen un 45 % en el 2020. Las principales causas son el teletrabajo, el uso de mascarilla y el Covid-19, que han frenado su consumo, que andaba en los últimos años ya en declive. El chicle es un símbolo de mi infancia; un pegote en el bolsillo, en la parte trasera del tablero del pupitre o en el concurso de quien aguanta más tiempo con mascando el mismo.
El chicle te ayudaba a conformar tu identidad, te acompañaba en los momentos de soledad relajándote a golpe de globos o a disimular el aliento a lo que desearas ocultar ¿Quien no ha sido Frenchie de la película Grease en algún momento de su vida? Abandonar ese hábito que no es del todo saludable, por otro lado, anuncia el fin de una época que nos resistimos a abandonar.
El chicle casa mejor con el VHS, el disco, es más analógico que digital. Pero en realidad la goma de mascar llega a tener cinco mil años de antigüedad, según hallazgos en investigaciones antropológicas. Quedó atrás por años y tiempos, correr al quiosco a comprar los chicles que escondían pegatinas. A probar el nuevo sabor de los extra largos BangBang o darle al chupachups para quedarte con lo mejor: su corazón de chicle.
Supe que me hice mayor porque dejé el fresa ácida y pasé a sabores más sofisticados como el hierbabuena o incluso el canela que descubrí en Estados Unidos. Años más tarde los chicles de nicotina fueron mi primer intento para dejar el tabaco; aunque lo que realmente me sirvió fue la voluntad y la decisión de querer hacerlo. El chicle ha dejado de ser el recurso preferido en los tiempos de esperas. Ahora es el smartphone y su interminable lista de aplicaciones, comenzando por las redes sociales y terminando por el WhatsApp.
Todo cambia y con el descenso del consumo de chicle a casi la mitad se nos termina esa época de compartir paquete con los amigos, de encontrarte grajeas desperdigadas por el bolso o recurrir a uno de menta fuerte antes de darte el primer beso. El planeta tierra, sin embargo, podría estar dando palmas de felicidad, pues la goma de mascar es poco biodegradable. Tarda una media de cinco años para hacerlo, aunque bajo el mar su lenta degradación puede triplicarse.
También estarán dando palmas las suelas de nuestros zapatos, que han tenido que lidiar con varios en sus vidas difíciles de extraer. Sin embargo y a pesar de las desventajas del mascar chicle para el mundo, el fin de este hábito y la pérdida de su consumo ha hecho que la nostalgia me atrape. Puede que cuando desaparezcan del todo y, un día veamos a alguien con un chicle, sentiremos una especie de melancolía del tiempo pasado, del tiempo que nos dejó para no volver.
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