El mes de enero confieso que no es de mis favoritos. Prefiero las primaveras y los finales del invierno que diciembre y su enero. Este año la cuesta de enero nos va a costar más que de costumbre y eso que ya superamos el 2020. Pero su hermano mayor parece que ha venido con ganas de no quedarse en el olvido. Esta semana, con la tercera ola de la Covid -19 aplastando nuestros deseos más inmediatos, no dejo de leer palabras que ya son malsonantes. Es el caso de «cierre», «toque de queda» o «confinamiento».
La situación está complicada y nuestro aguante está con las baterías bajas. Desde marzo vivimos con la incertidumbre, con el miedo al contagio, sin abrazos, teletrabajando, haciendo malabares para conciliar la vida familiar y la laboral. Algo que, de existir, aunque haya leyes que lo legislen, se expanden sin frenos ni ayudas. Este no es un artículo pesimista, pero que imprime el frío de estos días como analogía del ánimo colectivo.
A pocos o a ninguno nos oxigenaron las Navidades, provistas de restricciones, de límites en movilidad y sociabilidad. Fueron atípicas como los meses pasados, pero no había llegado enero y esa casilla en el calendario llamado Blue Monday que desde que lo descubrí me sirve para medir como están mis ánimos y de los que tengo cerca, ha sido uno de los lunes más tristes que conozco. Podía sentir, el sentir de mi entorno. El agotamiento de estar bien y la incapacidad de decir: “No puedo más”. O: «¿Hasta cuándo vamos a poder aguantar?» Y todo ello en el primer mes del año, pero quizás el más difícil.
Ni si quiera el consumo, que suele tener un efímero poder anestesiante para nuestra mente, se consuma. Poca energía queda para las rebajas ya que algunos centros se ven obligados a cerrar por la maldita pandemia. Los hosteleros desesperados por el nuevo cierre o las restricciones. Porque aquí se cierra todo menos los impuestos que, religiosamente, llegan. Y no todos somos un YouTuber de éxito que puede trasladar su residencia a Andorra y seguir con lo suyo. Por mucho que exprese que no ha sido una cuestión de impuestos, pasa del 47% al 10% no hay que ser muy listo en números para saber que el cinismo en el ciberespacio también se lleva.
“Necesitaba un cambio de vida” Podía haber elegido otra ciudad o país, donde los impuestos son mayores. No critico su movimiento, ni su libertad, pero a veces el silencio es mejor consejero que las excusas imposibles. Es cuestión de sobrevivir y de superviviencia. Y más en este enero de nieves, pandemias y lo que está por llegar. ¿Y a qué conclusión llego? A que enero nunca fue un mes que me gustó. Ni siquiera de niña. Pero todo pasa, incluso este enero y la maldita pandemia. ¿Consuelo de necios? Estoy contigo, pero la necedad también nos salva si la usamos como antídoto a nuestro propio desconsuelo.
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