A pesar de la significativa recuperación del turismo durante 2022, uno de los viajeros tipo más importantes del sector sigue estando visiblemente ausente: el turista chino. Tanto si se mira por el número total de pasajeros como por el prolífico gasto por persona, podría decirse que no hay un segmento de viajeros más importante que el que viene de China.
Los turistas chinos han gastado enormes sumas de dinero en comprar artículos de lujo. Lo han hecho tanto en las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos, como en las elegantes tiendas de las principales capitales del mundo capitalista. Su ausencia es un claro lastre para las cuentas de resultados de las compañías globales del lujo. Éstas tratan de compensar la caída de ingresos procedente de China con un aumento de ventas en mercados más maduros como EEUU o Europa.
El aumento de las compras online en China también ha atenuado el efecto de la caída de ventas de manos del turista chino. Sirva decir, para poner el gasto en perspectiva, que en el Reino Unido, aunque solo representaron el 5% de los turistas en 2019, su cuota de compras libres de impuestos fue del 32%. Antes de la pandemia el número de turistas chinos casi doblaba al de estadounidenses (170 millones frente a 90).
Este año, en la primera semana de octubre, esta ausencia será especialmente notoria. El motivo es que normalmente los turistas chinos aprovechan la Semana Dorada -un periodo de vacaciones nacionales en el que la mayoría de la gente se toma toda la semana libre- para viajar al extranjero.
El consenso entre los profesionales del sector estima que las restricciones a los viajes internacionales no empezarán a relajarse hasta después del Año Nuevo chino del próximo año (finales de enero de 2023). No obstante, con las variantes de Covid y la geopolítica mundial en un estado altamente impredecible, las cosas podrían cambiar, para mal, de nuevo.
La desaceleración económica de una década de China no se ha detenido. El ritmo se ha acelerado desde que el ex presidente de EEUU, Donald Trump, lanzó su guerra comercial contra China a principios de 2018. Y más aún desde que comenzó la pandemia de Covid a principios de 2020. Entonces la economía se detuvo impulsada aún más por el estallido de la burbuja inmobiliaria que había sido el motor de crecimiento más importante de China durante décadas.
La situación geopolítica acentuada por la invasión rusa de Ucrania y por la continua amenaza de China sobre Taiwan ha provocado que el mundo democrático se replantee la relación comercial con dictaduras, con partners no fiables. El más claro ejemplo es la búsqueda de alternativas al gas ruso, cuyo gobierno ha chantajeado a Occidente con cortar la espita del gas si no cesaba la presión sobre el Kremlin y si no se eliminaban las duras sanciones.
Pero ya ante de este conflicto, tanto el Reino Unido como los EEUU han parado inversiones de Huawei, gigante chino de las telecomunicaciones, por los visos de espionaje en sus teléfonos o redes 5G. La nula defensa de las patentes de los bienes occidentales en China y los problemas de explotación laboral de derechos humanos han generado un doble flujo de acusaciones entre ambos antagónicos bloques. No es el fin de la globalización pero sí una fuerte ralentización de la misma por las razones de que las satrapías no suelen ser, a largo plazo, fiables compañeros de negocio.
Los factores cíclicos se han agudizado por las políticas de cero-covid. que se estima que le han costado a la economía dos puntos porcentuales de crecimiento en 2022 al reducir la movilidad y, por lo tanto, el consumo. Además, los serios problemas del sector inmobiliario y de muchos bancos que lo han financiado son también factores importantes que añaden una presión a la baja sobre el crecimiento. Sus efectos serán más duraderos y afectarán a los consumidores chinos una vez que puedan ya viajar al extranjero. Es dudoso que se pueda volver a esa avidez consumista previa al Covid.
En un momento importante para el país, con el inicio de un tercer mandato del presidente Xi Jinping, cabrá preguntarse si los gestores chinos podrán cambiar esta realidad. Hasta el momento no hay señales claras de que Xi vaya a cambiar sus políticas de cero Covid a corto plazo. Por el contrario, se han mantenido estrictas medidas de restricción epidémica de cero covid, incluidos cierres masivos. Incluso en circunstancias extremas como el reciente terremoto de magnitud 6,8 grados que azotó la metrópolis de Chengdu en la provincia de Sichuan a principios de este mes.
Si hubiera un momento para levantar las restricciones a la movilidad, sería ahora. Concretamente en la víspera del XX Congreso del Partido para evitar el descontento entre la población dado el impacto enormemente negativo de tales restricciones en el movimiento, en el consumo y en la actividad económica en general. La industria turística mundial, las multinacionales del lujo y, sobre todo, los sufridos ciudadanos chinos lo agradecerían.
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