Hay síntomas inapelables de envejecimiento que invitan a reflexionar sobre la capacidad que cada uno tiene de percibir correctamente la realidad e, incluso, de adaptarse a ella. Con humildad y sin pretensiones. Pero sin concesiones ni resignación. No reconocer la transformación social es ceder ante el pensamiento acrítico y ante la falta de comunión con la verdad. Veinte años en política son una eternidad y más en el mundo actual.
Los hay que, amigos de Gardel, se convencen de que veinte años no son nada. El compositor uruguayo era un genio para describir, aunque fuese inconscientemente, el significado y sentido amargo de la política, al uso de algunos, como forma de vida y subsistencia al ritmo del bandoneón y del lufardo.
Si a la muchachada le preguntamos sobre ‘Las Moradas’, muchos contestarán que son miembros de un grupo político, de una organización feminista o de una banda de hip hop o de rap. De hecho, por haber, habrá quien ignore que la palabra morada es sinónimo de residencia, que, por desconocimiento, no lo deben saber ni los galapagueños de estirpe violácea.
Los habrá más ocurrentes que columbrarán que mejor que ponerse rojo o quedarse en blanco, prefieren ponerse morados, expresión que tiene un origen médico derivado de una enfermedad denominada cianosis. El deshielo intelectual y hasta moral ha llegado y nos ha cogido con pie y medio en el Jurásico.
Estas reflexiones y otras he compartido en alguna ocasión con mi amigo Juan Manuel de Prada, a quien se le debe otra obra cumbre de nuestra literatura como es ‘El castillo del diamante’, una novela sobre la vida, los celos, la pasión y el amor en los tiempos en que Teresa de Jesús escribía ‘Las Moradas’. Que este país ya no es lo que era lo demuestra el hecho de que el mejor escritor español de este siglo no pertenezca a la Real Academia de la Lengua ni haya recibido ninguno de los grandes reconocimientos de la oficialidad rampante.
Sí es miembro, y por derecho propio, Mario Vargas Llosa, quien en su contestación al discurso de ingreso de Félix de Azúa, afirmó ante la mirada inquieta del auditorio que “es difícil ser independiente en esta época en la que ya casi no hay ilusiones”. Y viniendo esa declaración de un liberal reventón, todavía era más determinante este lema, que bien se puede predicar del autor de ‘Coños’ o de ‘Morir bajo tu cielo’.
Acostumbro a asistir a todos los ingresos de nuevos académicos, por amistad y caridad de Darío Villanueva, quien me permite domeñar mi cintura a las estrecheces de mi chaqué. Aquel día el salón se inundó de medio gráficos, a mayor gloria de Isabel Preysler, que observaba con delectación los discursos de ambos caballeros. Espero que el chaqué resista para el día que ingrese Prada, y a buena fe y razón que conservo el tipo para hacer uso de la prenda.
Caprichos del destino, Juan Manuel de Prada presentó mi primer libro en Madrid, ‘Relatos desde el avión’ y fue Adolfo Suárez Illana, el hijo de uno de los abulenses más ilustres del último siglo quien hizo lo propio dos años después con mi obra ‘Episodios extraordinarios de la historia de España’. Tuve el honor de descubrir el busto de bronce de Adolfo Suárez en Ávila, en un lugar próximo al claustro de la Catedral del Salvador, donde reposan los restos mortales del ex Presidente junto a los de su esposa Amparo Illana, el mismo día y a la misma hora en que recibía la noticia de la tragedia de Germanwings. Era una mañana glacial, crespa y también broncínea.
El motivo de mi asistencia junto a la del Presidente de Correos era consecuencia de que unos meses antes se había dedicado un sello a la figura de Suárez. Y como Presidente que fui de la Comisión Filatélica del Estado propuse que se emitiese un sello, antes de que el ex Presidente del Gobierno falleciese. Y no es un hecho baladí, pues era la primera vez en ciento veinte años de filatelia en España que se destinaba un sello a una persona viva, excepción hecha de Jefes de Estado. Siempre Ávila.
Mi última morada política como Secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad fue de color morado. El color que simboliza la lucha por la igualdad de las mujeres. Y no por devoción teresiana, que no sería una mala pasión cromática, sino porque, según la versión más extendida, cuando el dueño de la empresa Cotton New York prendió fuego en 1908 a la fábrica donde permanecían encerradas ciento veintinueve mujeres en protesta por sus condiciones laborales, el humo que ocultó el skyline de Nueva York fue morado, el color de las telas con el que se aplicaban las trabajadoras.
Hay otras explicaciones menos legendarias que esta. Pero me quedo con ella. La igualdad efectiva exige todo género de esfuerzos y nunca serán suficientes hasta que no se alcance el objetivo. “Porque ya sabéis que quien no crece, descrece”. Así rezan ‘Las Moradas’. Palabra de Teresa de Jesús.
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