Confieso que no soy hombre que haya desarrollado la pulsión telúrica de abrazar árboles para comprender el sentido y los enigmas del universo, y eso que dicen que soy gran abrazador. No descarto, al ritmo que evolucionan los acontecimientos, que un buen día busque paz y sosiego en el lenguaje inmanente de las plantas. Y no precisamente las de los pies.
Recientemente me obsequiaron con un corte de árbol milenario. Y días después, hallé en los mismos valles pirenaicos a otro hombre que me susurró al oído que los árboles hablaban y que padecían, y que su sufrimiento se podía aprehender si era buen observador. Al decir de la Iglesia del Séptimo Día de la Casualidad y del Orden Cósmico, tanta predestinación en forma de aproximación a la floresta y al ramaje en flor, o es un mensaje de la Diosa Tierra que no he llegado a comprender, o es que voy camino de convertirme en Hombre-árbol, que no sería fatídicamente el primero de la especie.
Una de las grandes señales de la evolución humana en la España democrática, es que, a diferencia de los árboles y por efecto práctico de la Ley del Divorcio, los hombres no llevan anillos, especialmente a partir de los cuarenta. Y que hablan de un modo diferente a como lo hacían antes, pues ya no es posible faltar a ciertos cánones de corrección lingüística. Pensamos lo que vamos a decir, pero de tanto pensar a veces, no sabemos ya lo que decimos.
En la época en que la nueva conciencia social nos obliga a un nuevo aprendizaje, hemos desterrado, o estamos en vías de hacerlo, determinadas expresiones por su contenido machista o xenófobo, o incluso porque denigra la dignidad animal. Basta con escuchar cómo se expresan algunos congéneres para identificar el grado de desarrollo físico y de edad de cada interfecto, pues hay algunos que acumulan más frases inadecuadas que anillos el bueno de Golum.
Por eso, ahora ya no «se trabaja como un chino», ni «piensas que somos tus negros», ni «vas hecho un gitano», o para desesperación de Zipi y Zape, ya no «se puede hacer el indio». Lógicamente, si alguien habla de «nenazas» o «de mariconadas las justas», estamos ante un homo erectus en estado convaleciente. A una mujer «ya no se le pasa el arroz» y un hombre ya no puede ser un «calzonazos». Por no poder ser, ya no se puede «dar un braguetazo», ni los hombres «deben vestirse por los pies». En opinión de la nueva Academia del lenguaje correcto, tampoco cabe decir «sábado, sabadete, camisa nueva y un polvete».
La voz «sabadete» deviene de la fusión de las palabras «sábado» y «siete», conjunción que hace referencia a los dos días del año en que los sábados caen en día siete. Según la superchería hebrea, eso días eran señalados en el calendario como aptos para la elaboración de polvos de talco, que eran utilizados posteriormente en los usos sexuales del siglo XVII. Los hermeneutas del nuevo idioma abominan de esta expresión porque, y no citaré la fuente por su autoridad intelectual implícita, «retrata y reivindica un estilo de vida que se limita al placer concebido de forma vulgar». Será que el «dominguete»o el «juevesete» deben ser días menos vulgares en el sexto mandamiento de la nueva sociolingüística.
Superada esta primera fase de conocimiento, y a fin de proseguir en un anillo superior de instrucción, el animalismo ha aportado su módulo a este Master de evolución en la comunicación humana, para proponer cambiar determinadas dichos y chanzas populares: en vez de decir «coger el toro por los cuernos», se ha de decir «tomar las flores por las espinas»; o dígase «la curiosidad emocionó al gato» en vez de «la curiosidad mató al gato»; o, válganse la mula y el buey divinos, para cambiar «ser el conejillo de indias» por la frase más avanzada de «ser el tubo de ensayo». O por qué no cambiar la frase «matar dos pájaros de un tiro» por «alimentar dos pájaros con un panecillo». Huelga decir que, a este paso, los fondos audiovisuales de la factoría Disney y de la Warner serán incinerados para que los niños del nuevo milenio no vean tanto escarnio en coyotes, canarios, correcaminos y lindos pajaritos.
Pero como funcionario que soy, hemos de ser ejemplares y, entre todos, los que más, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Modelo tradicional de aprendizaje rápido es la Administración vasca y así fue como, hace aproximadamente cuatro años, se aprobó un «manual de uso policial» por parte de la Jefatura de la Ertzaintza.
Por un lado, propone términos apropiados con el fin de evitar expresiones inadecuadas, despectivas o hirientes tales como: comunidad negra (de color, moreno, negrata, subsahariano, mono, Iñaki -será por Williams el jugador del Athletic-), comunidad latinoamericana (hispano, sudaca, machupichu, aconcagua, guacamole, panchita, payoponi, chiqupaya, tiraflechas, guachupino); comunidad asiática (amarillo, ojos rasgados, mafia china, rollizo de primavera, plátano); comunidad gitana (calorrro, tano, chacho, chachorro); orientación sexual (marica, afeminado, sarasa, loca, reinona, bujarra, trucha, invertido, tijeretas, camionera, tráelo, bollera, pierde aceite). Debe ser un lujo que te detengan, por falta leve, en una calle de Bilbao.
Reconozco que la primera vez que tomé conciencia plena de lo estragos que puede producir el uso indebido del lenguaje fue con el cantautor José Antonio Labordeta cuando compartimos escenario en 1983 en Nueva York. El músico se negaba a salir a escena si no encontrábamos una alternativa a una frase de una de sus canciones más célebres: «Los hijos de la María se han marchado a Nueva York/uno trabaja de negro, otro de indio en un salón«. El cantautor zaragozano buscaba sin éxito una expresión sustitutiva a la palabra «negro», que, como es conocido, es sumamente peyorativa y más en el Este norteamericano. Cuando nos dimos por vencidos, el cantante sonrió entre los dientes de piedra que tenía bajo el mostacho y dijo: «Ya lo tengo. Como en el chiste. En vez de negro, diré «guana-a-mi-no». Y así fue como el hijo de la María, aquel día, trabajó de «guanamino» en Nueva York.
José Antonio Labordeta fue profesor muchos años en la ciudad de Teruel, la que existe, y tuvo como alumnos a Federico Jiménez Losantos, a Federico Trillo-Figueroa o a Manuel Pizarro entre otros. Se podrá estar de acuerdo o no con ellos, pero diestros en palabras son. A ellos habría que preguntarles cómo ha evolucionado el lenguaje. Alguna sorpresa que otra nos llevaríamos. Sin duda.
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