Razones medievales para una pandemia moderna

Los médicos y prácticos universitarios del Mediterráneo latino convierten la Peste de 1348 en una calamidad social de origen divino. Hoy, casi siete siglos después, el coronavirus ha devastado una gran parte de Europa y también se invoca a Dios aunque por diferentes razones.

Mario Garcés. 16/12/2020
Foto Unsplash @currentcoast

Expertos de todo el mundo se afanan por dar respuesta al origen de la primera pandemia del siglo XXI. Mientras, en España, nos afanamos durante esta pandemia moderna por conocer el nombre de los miembros del Comité de Expertos del Ministerio de Sanidad que, a este paso, van a ser monjes de ‘El nombre de la Rosa’. Porque algo de puño y rosa tiene ese misterio.

Del mismo modo, médicos y filósofos de la universidad europea del siglo XIV, bajo otros paradigmas de conocimiento y sobre la base del arte de la ciencia del momento, buscaban razones de cadenas causales para dar explicación a la Peste Negra de 1348.

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Explicaciones medievales para justificar la pandemia

La incertidumbre es un factor perturbador que asola la razón. Entonces y ahora. Más en un tiempo como la Baja Edad Media en Europa en el que, con carácter indubitado, Dios era la causa originaria, por mucho que después existieran leyes naturales accesibles a la razón humana que concurrían en la explicación del desastre. En definitiva, había dos órdenes de razones que operaban a dos niveles diferentes. Uno, el de las causas superiores y universales, donde siempre estaba Dios. Y dos, el de las causas terrestres y particulares. Como Fernando Simón, entre Dios y la carretera en moto de gran cilindrada.

Entre los que situaban directamente “la pestilencia” bajo la orden inmediata de la voluntad divina se hallan los escritos de los maestros de París y de Jacme d’Agramont. Éste no albergaba duda sobre el hecho de que la mano de Dios estaba detrás de algunas pestilencias generales, aunque lo anudaba a «méritos nuestros». Es decir, a «nuestros pecados», alineándose así con lugares comunes tomados del Antiguo Testamento (Libro de los Reyes y Pentateuco). En los escritos de los maestros de París, consideraban que como remedio último estaba siempre «rezarle (a Dios) humildemente, aunque ni siquiera en este caso debe desestimarse del todo el consejo del médico». 

Los médicos de la época pensaban que el aire también contagiaba enfermedades. Foto Unsplash @basico

El aire, el culpable según los médicos de la época

No obstante, muchos médicos de la época estaban influenciados por la teoría sobre la causalidad natural de Avicena formulada tres siglos antes. En el pensamiento y en el canon del médico árabe, la fuente del problema era una «humectación vehemente del aire». «Se elevan y se difunden por él vapores y humos, que mediante una débil calidez provocan su putrefacción. Cuando el aire sufre esta putrefacción, al llegar al corazón corrompe la complexión del espíritu que radica en él y tras rodearlo lo pudre. Una calidez preternatural se extiende entonces por todo el cuerpo, como resultado de la cual aparecerá una fiebre pestilencial, que se transmite a cualquier humano predispuesto a ellas». Lo que no queda claro es si el uso de mascarillas, con IVA o sin IVA, habría refractado la pestilencia medieval, porque el aire es incombustible.

Para los maestros médicos de la Universidad de París, fue la conjunción de tres planetas mayores (Saturno, Júpiter y Marte), en el signo de Acuario, el día 20 de marzo de 1345 a la una del mediodía, junto a otras conjunciones y eclipses, los que concitaron «una corrupción mortífera del aire circundante» que trajo «moralidad y hambre». Por su parte, Alfonso de Córdoba imputó la pandemia a una indeterminada «constelación de planetas infortunados» con el precedente de un eclipse lunar que, según él, había tenido lugar en el signo de Leo poco antes del supuesto inicio de la «pestilencia». 

¿Podemos achacar la pandemia a algún ente artificial? Foto: Unsplash

¿Cuál es realmente el causante de la pandemia moderna?

No faltaron tampoco las acusaciones a algunas minorías, especialmente a judíos y leprosos, de ser los causantes de la calamidad. Esta tesis se extendió singularmente por Languedoc, Provenza y Cataluña, y Alfonso de Córdoba y Agramont se hicieron eco rápidamente de ella. Alfonso de Córdoba relacionó la peste con un origen artificial que calificaba «de maldad profunda, descubierto mediante un arte muy sutil y de gran crueldad».

Uno que llegó a describir con precisión: «El aire puede infectarse mediante artificio, como cuando se prepara una confección en una ánfora de vidrio. Cuando esta confección está bien fermentada, cualquiera que desee producir este mal, espere que haya un viento fuerte y variable proveniente de alguna región del mundo. Camine entonces contra ese viento y ponga su ánfora cerca de un lugar pedregoso opuesto a la ciudad o villa que quiera infectar».

«Retrocediendo contra el viento para evitar ser infectado por el vapor, con el cuello del ánfora cubierto, arroje el ánfora con fuerza sobre las piedras. Una vez rota el ánfora, el vapor se difundirá y se dispersará por el aire. A quien quiera que el vapor toque, morirá tan pronto como sea alcanzado por el aire pestilencial». Actualmente, entre las diversas alternativas que se analizan, no se descartan causas artificiales, más propias de las películas infumables de Fumamchú de mi infancia, cuando un chino malo quería acabar con la humanidad.

Los ojos tenían el poder de golpear al hombre sano según Montpellier

Hoy invocamos a Dios en tiempos de pandemia moderna

Por su parte, el anónimo práctico de Montpellier, en la línea de Agramont, consideraba también la mirada como un modo de transmisión interpersonal extremadamente peligroso: «El momento de mayor virulencia de esta epidemia, que acarrea la muerte casi instantánea, es cuando el espíritu aéreo que sale de los ojos del enfermo golpea el ojo del hombre sano que le mira de cerca, sobre todo cuando aquel se encuentra agonizando. Entonces la naturaleza venenosa de ese miembro pasa de uno a otro y mata al individuo sano». Será entonces que además de mascarilla deberemos ocultar los ojos con un antifaz y así nos blindamos sensorialmente de la calamidad oriental.

Basta analizar todas estas tesis para concluir que la construcción intelectual de los médicos y prácticos universitarios del Mediterráneo latino convierten la Peste de 1348 en una calamidad social de origen esencialmente divino. Estos días, casi siete siglos después, el coronavirus ha devastado una gran parte de Europa, haciéndose especialmente virulenta en Italia y España. Hoy también se analizan causas y efectos, a pesar de que las circunstancias son muy diferentes. Y también se invoca a Dios aunque por diferentes razones. Pero eso no es historia todavía. O sí.

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