Rebeldía o el síndrome de “El expreso de medianoche”
La rebeldía, además de manifestarse como una insumisión frente a las reglas prescritas, representa la decisión firme de defenderse.
En julio del año pasado moría Alan Parker, uno de los directores míticos del cine de los últimos cuarenta años. Su película El expreso de medianoche (1978) marca un hito en la historia del cine sobre prisiones, género conocido como “prison drama movies”. Al igual que Papillon (1973), con Steven McQueen y Dustin Hoffman, o Fuga de Alcatraz (1979), con Clint Eastwood, es uno de los grandes dramas carcelarios de los 70. La película contuvo alientos por su crudeza alienante, por su perturbadora exhibición de deshumanización, convirtiendo Turquía en aquel momento en un país terrífico, mucho antes de que el sexo de Ana Belén lo redimiera en La pasión turca sobre el puente de Gálata.
El expreso de medianoche
Para los nacidos en los años primaverales de nuestra Transición, debe saberse que la película está basada en un hecho biográfico real acaecido en 1970. La historia de Billy Hayes, un joven estadounidense que fue detenido por posesión de hachís en el aeropuerto de Estambul. En un juicio sin las debidas garantías procesales, Hayes recibe una sentencia: treinta años de condena. Los esfuerzos de la diplomacia de su país por librarle de la prisión son inútiles y Billy tiene que cumplir su pena.
Comienza de este modo un largo calvario, en el que Hayes debe sobrevivir a las inhumanas condiciones de reclusión que presenta el régimen penitenciario otomano de la época, las cuales le llevan a experimentar un proceso de animalización y distanciamiento de la realidad. El expreso de medianoche es el tren de huida, pero en el film escapar es el telón de fondo, lo importante y en lo que realmente se centra es en el camino hacia la locura, la soledad, ese dolor físico que se siente desde los pies a la cabeza, de modo que el personaje llega a no saber dónde está.
La rebeldía
Un película única, excesiva e irrepetible, tan efectista como necesaria, con escenas inolvidables como aquella que tiene lugar en la sección 13, el área destinada para los enfermos mentales, donde los enfermos giran cual noria hacia la derecha, y donde Hayes insiste en girar en sentido contrario como acto de rebeldía y, sobre todo, para mantener su cordura. Y fue ese acto de rebeldía extrema el que caló en toda una generación española que amasaba nuevas emociones democráticas.
Porque un rebelde es quien rechaza los excesos de poder cualquiera que sean sus manifestaciones abusivas, porque considera que el sometimiento a ese poder ablativo le convierte en un ser indigno. De allí que la rebeldía, además de manifestarse como una insumisión frente a las reglas prescritas que justifican los excesos, simultáneamente representa la decisión firme de defenderse. Se rebela contra la indiferencia, contra la apatía del gregario que se somete por necesidad, y apuesta así el rebelde por darse a conocer a riesgo de morir en el intento.
El rebelde lucha para su bien sin importar el resto
El rebelde es un mal ejemplo, porque puede despertar la tentación a otros de liberarse cuando están sometidos al mismo régimen de dominación. Y todo ello a pesar de que el rebelde acostumbra a ser un ignorante, porque desconoce radicalmente las necesidades de los demás que se encuentran en su mismo estado de sometimiento injusto.
Sabe el rebelde que habrá otros que nunca se rebelarán. Incluso sabe que hay algunos que disfrutan de su condición. El rebelde siempre vivirá conforme a su íntima intención y deseo, aún a sabiendas de que puede ser destruido. Huir de aquella prisión de Estambul era prácticamente un objetivo imposible, como improbable es en ocasiones subsistir en un mundo cuyo único movimiento puede ser la destrucción del singular, del otro, y hasta de la inteligencia. Es más, puede haber cobardes agazapados que esperan que otro sea el primero que ande en dirección contraria, no sea que tenga represalias tal comportamiento.
Ser el primero en rebelarse
Así se comportan los pingüinos cuando pescan. Perforan la nieve y se agolpan esperando que uno de ellos se lance al agua en busca de peces. Hay grandes orcas que pueden devorarlos y son conscientes del riesgo que asume el intento. Por eso, cuando se sumerge un valiente y sobrevive al tiempo, todos se lanzan en busca de su comida.
De lo contrario, acaban desistiendo y abandonan al intrépido ya despedazado por la orca. Ser pingüino original en tiempos de resistencia gregaria es una misión casi suicida. Pero es una misión. Es lo que es, lo que toca y lo que acaba siendo. Los demás, por fin, se quedarán en la prisión soportando la presión del carcelero, sabiendo que sufren, pero que pueden vivir de la escoria del terror.