Estoy seguro que no podría vivir si tuviese conocimiento de todo lo que se dice de mí. Y no será porque no pueda aceptar mi propia mismidad, sino porque no podría dar crédito a tantas fabulaciones y delirios creativos que suelen circular. Del estilo rumoral al estilo tumoral, que el rumor es tumor, y no tiene habitualmente cura ni perdón cuando mentiras son. Hay grados avanzados en chafarrinadas, infundios y filfas, y hasta máster nacional en filología del bulo hispánico. Hay peritos en chismes e ingenieros en enredos. Hay aspirantes anuales al premio nacional de la mentira y del churrete, que debería otorgarlo solemnemente el Ministerio orwelliano de la Verdad. Hay rumores que matan y rumores que sólo hieren. Hay rumores fundados y rumores fundidos. Hay rumores pasajeros y hay pasajeros con rumores. Y hay rumores de que hay rumores, y es un rumor que todavía no he podido comprobar.
No todos los rumores son falsos, porque es error de principiante confundir rumor con mentira. Hay rumores ciertos y rumores inciertos. Y no por ser ciertos son mejores pues no han sido escasos los supuestos en los que he gozado de los rumores inciertos, que a veces hacen fama y reputación. En cambio, hay rumores auténticos que bullen sin autorización de parte y que arruinan al más pintado. Hay rumores de leyenda, que forman parte del imaginario colectivo, como aquel según el cual las mujeres desaparecían de los probadores de las tiendas de ropa regentadas por comerciantes de confesión judía hace cincuenta años en la ciudad norteamericana de Nueva Orleans. Paradójicamente, el mismo rumor fue reapareciendo con cadencia regular en otras ciudades como París, Lille, Roma y Seúl. Y si no llegó a España es porque nosotros hacemos mejor uso compartido de los probadores, pues todo es probar.
Hubo un tiempo en que era asomarme a un probador de unos grandes almacenes y pensar que por el sumidero del aire acondicionado desaparecían mujeres desprevenidas. Aunque cierto es también que, hombres o mujeres, los hay que pasan tanto tiempo dentro del probador, que parecen que les haya abducido una nave espacial. Incluso hay algún paciente esposo que, tras varios meses de espera, seguía observando cautelosamente los movimientos de la cortina donde entró su afanada esposa, antes de reconocer que se había ido con el vendedor o había pasado a mejor vida, la vida de los ultracuerpos de talla M y devolución segura. En las grandes superficies, se ha abierto una sección de desapariciones. Y no han faltado casos en los que, años después, han sido localizadas algunas desaparecidas, todavía desorientadas porque no alcanzan a entender por qué no les sientan bien las diez piezas que llevan probándose a lo largo de este extenso periodo.
Los rumores son divinos porque están por encima de todas las cosas. Son sobrenaturales. “Cuentan que”, “Dicen por allí”, “A que no sabes lo que se comenta”. Son avatares sin control que se transforman a cada paso y que mutan sin que exista posibilidad de poner límites. Como en los juegos infantiles del teléfono roto, no hay paisano en esta península que no sume alguna reseña propia a la habladuría escuchada, pues es gratis hacer evolución del bulle bulle. Hay rumores que se extinguen por hartazgo y hasta por compasión, y, de lo que no hay duda es de que el último que se entera es siempre el aludido, aunque no sea cornudo ni apaleado. Y es triste que haya personas sobre las que nunca haya recaído rumor, pues el rumor humaniza y hace del sujeto titular de rumores, persona de dichos y deberes. Que en rumores, no todos somos iguales, pues hay quien los colecciona y hasta quien se los trabaja para sí mismo.
Hay rumores de sexo ardiente que, en defecto de matrimonio confeso, satisfarían la imaginación más procaz. Hay rumores de separación y de boda. Hay rumores de embarazos y embarazosos rumores que no cabe ocultar. Porque es tradición de refranero recordar que “cuando el río suena, piedras trae”. Y así es como, por lapidación, muchas honras de personas de bien han acabado destrozadas por presunción de culpabilidad. Los hay que atraen rumores apasionados, aunque no se hayan comido un colín, y rumores de mojigatería y paso estrecho que ocultan, en cambio, más desenfreno que Don Juan en hora altas.
El rumor no acostumbra a tener dueño, de modo que es difícil de combatir. En un tiempo no muy lejano, el rumor se propagaba de boca en boca, al oído y en mesa camilla. En el presente, el rumor se dispersa por las redes sociales, a una velocidad solar. Por muchas pruebas de trazabilidad que se hagan, siempre se llega a un punto donde la cadena se rompe y ya es imposible hallar al sujeto causante. Pero jamás hay que desistir. De hecho, en las próximas elecciones no he visto a ningún partido ofrecer en su programa una propuesta para combatir rumores y expedir certificados de autenticidad. Propongo una Agencia Estatal de Detección de Rumores, porque dicen que está a punto de llegar el mayor rumor imaginable y que todavía no estamos preparados para asumirlo. El rumor de rumores. Creo que voy a esperar al Gran Rumor en un probador, por si tuviera que hacer mutis por el foro a la velocidad de la luz. Que el Dios de los rumores nos coja confesados.
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