Todo ha cambiado desde el mes de marzo. No sólo por el cierre de los colegios primero o el Estado de Alarma después, sino por la situación en España y en el resto del mundo que estamos viviendo. Y si miramos las cosas con detalle, nos encontramos en muchos casos con situaciones que antes parecían malas, y ahora añoramos. Es el caso de los periodistas freelance, para quienes teletrabajar desde casa no es nuevo, ahora hemos visto cómo nuestra ‘oficina’ se ha convertido en el centro neurálgico de la familia.
Y aunque es de las cosas importantes la menos importante, mantener el orden se hace obligatorio para que no reine el caos. Tiene su parte difícil, por supuesto, pero también su parte cómica. Y es la que queremos compartir hoy con vosotros.
Hola, soy Laura, y trabajo desde casa. ¡Era la felicidad! Me levantaba en silencio, leía la prensa, contestaba correos, llevaba a la niña al colegio, y me ponía a escribir. Es posible que hiciera un par de entrevistas por teléfono, tal vez organizara otra por email para la siguiente semana, e incluso acudía a ruedas de prensa, presentaciones, comidas entre compañeros, fiestas de lanzamiento, aniversarios de marcas, celebración del mes de cualquier revista… Sí, no mucho, pero salía.
Estaba con gente super interesante, participaba en proyectos alucinante, descubría lanzamientos meses antes y viajaba a lugares maravillosos. Siempre trabajando, con el ordenador bajo el brazo. Pero era mi trabajo. Sí, ahora todo eso parece otra vida, pero existía. Y dentro del caos que era teletrabajar, era maravilloso. Abrir el correo y no saber si ese mensaje era un viaje, un libro, una novedad, un estudio o un «prueba este gadget y me lo cuentas». La felicidad de la rutina.
Escribir sin prisas, con tiempo, repasando cada detalle, contestando correos, mensajes, llamadas. Y vamos a ser sinceros, entre artículo y artículo, podía poner una lavadora, pasaba la aspiradora, preparaba la comida y organizaba la cena. Porque antes, el tiempo que parecía tan escaso, daba mucho de sí.
Teletrabajar me daba la oportunidad incluso de organizar un evento familiar, responder entrevistas y reuniones mientras paseaba por el parque o tener las reuniones de redacción desde el coche. Y no pasaba nada. Yo, mi teléfono, mi portátil… todo yo era una oficina. En cada lugar veía un tema y una posibilidad de reportaje.
Ahora mi salón se ha convertido en una sala de juego, el lugar donde comen todos, un colegio improvisado, el espacio donde siempre está el tendedero con ropa… ¿Cómo es posible que siempre, en cada foto, en cada charla con la familia… aparezca de fondo? Yo antes era ordenada, pero ese orden se lo ha llevado la invasión que ha supuesto que toda la familia esté a la vez en casa. Es normal. Y doy gracias por estar sanos, por supuesto. Ahora yo, que tenía mis horarios y podía teletrabajar en casa con todo controlado, he visto cómo todo salta por los aires.
Entre lavadora y lavadora, turnos para hacer las comidas con mi pareja, quién hizo los deberes ayer, y quién debe grabar un audio para el programa de radio del cole, tengo 300 mensajes del grupo de clase preguntando por los recibos, las extraescolares y por qué nadie sabe nada. En otra pantalla tengo a los abuelos, los tíos, los primos, que como nunca antes han pasado tanto tiempo en casa, se aburren más que nunca y quieren saber qué hacen las niñas todo el rato.
A la vez, tengo mil mensajes de trabajo, si es que aún lo conservo, porque de repente les ha dado por la productividad a buena parte de los jefes y no paran de revisar si el mensaje de las 11.02 lo has leído y por qué a las 11.04 no has contestado para encargarte de esa nueva tarea.
Como buen freelance, tengo varios trabajos, y organizar las tareas a la vez, instantánea y rápidamente de varios pedidos de reportajes, artículos, entregas, actualizaciones… llega a ser una locura. Sin olvidar los clientes que he perdido, el miedo que hay en el sector, las noticias de los compañeros que han visto cómo muchos clientes se han quedado sin nada que comunicar y cómo intentar vislumbrar cómo será el después… Porque, imagino, habrá un después… Y aunque muchos temas sean superfluos, de lo superfluo también se vive.
Yo, que antes trabajaba a mi aire, me escondo ahora para pintarme las uñas, doy gracias por haberme teñido el pelo dos días antes de que todo estallara y pienso que menos mal que en las video llamadas de trabajo puedo capar la cámara y decir que está rota… así ningún jefe ni compañero de redacción me verá en ‘ropa de yoga’, sin peinar y con una decoración de salón digna de la clase de mi hija mayor. Hay días que me he pintado y mi hija me pregunta que adónde voy tan guapa, “a la cocina a escribir, amor”. Hay días que se me olvida si me he duchado o no, o si lo he llegado a hacer dos veces. Tardo tan poco en hacerlo que dos valdría por una.
¿Se me he olvidado añadir que teletrabajar en confinamiento cambia aún más si tienes un bebé? Bienvenido al festival del humor, a dormir mal, a los celos, a no saber qué hacer con las vacunas, las revisiones del pediatra, comprar la leche, añadir ya los cereales o no, crear juegos para todo el mundo, abrir la ventana en cuanto entra un poco de sol para sintetizar la vitamina D, a ventilar rápido, a pasar la aspiradora con tantas cosas por el medio que ya ni sabes si has aspirado un zapato de Barbie o era un lápiz. Eso sí, la vida parece que va el doble de rápido en los niños. ¿Es posible que hayan crecido ya tanto?
Y, de fondo, siempre, las noticias. Aterradoras. Con miedo leo todo, no sé estar sin leer, no puedo… es como una atracción fatal, querer saber para poder entender y, sobre todas las cosas, las dudas de qué futuro llegará, cuándo y cómo. Miro a mis hijas y tiemblo. Miro los recibos que llegan y hago cábalas con las facturas que emito. El modo ‘pause’ de la vida activado, de las cenas, los regalos, los conciertos, los viajes, las vacaciones… Nunca antes he tenido tanta sensación de caer al vacío como ahora, y mira que el mundo freelance da miedo…
De todas las partes del mundo, busco a mis compañeros en medios, me fío de ellos. Y veo en sus rostros, si salen en televisión, que todo es para ayer. Y no pueden más. Si escriben, sé que igual han terminado sus reportajes en el cuarto de baño o a las 6 de la mañana antes de que el ruido, bueno y malo, lo invada todo. Porque el ruido familiar es maravilloso, aunque ahora me queje.
No me da a tiempo a leerme todas las revistas en PDF que me mandan. Y me encantaría. Me he guardado en una carpeta que pone ‘Cuarentena’ todos los libros gratuitos que me envían, confío en leerlos en algún momento de la vida. Las clases de yoga que antes eran sagradas ahora se han reducido a sesiones mínimas de meditación, ni el trabajo ni la familia aguantan que desaparezca más de una hora.
La plancha ha dejado de ser obligatoria a desaparecer por completo, se lleva la tendencia “la arruga es bella 2020”. Todo es caos, pero gracias a que mi trabajo es caos puedo estar donde hay que estar. Algún día, la rutina anterior será la norma, y echaré de menos estos días donde el mundo se acababa en la puerta de mi casa.
Foto principal Charles Deluvio.
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