Isabel II y Felipe de Edimburgo se casaron hace 75 años en la Abadía de Westminster. Un aniversario de boda que se celebra tristemente a los pocos meses del fallecimiento de la monarca. En su día fue todo un acontecimiento, entre otras cosas porque se produjo apenas dos años después del término de la II Guerra Mundial. Un hecho que condicionó todo el festejo por los duros efectos económicos de la posguerra. El propio noviazgo de ambos en sí mismo tuvo que abordar numerosos obstáculos.
Porque la pareja se conoció en Dinamarca en 1934 y no se volvió a ver hasta 1937. Dos años más tarde, cuando Isabel II tenía 13 años y el conflicto armado estaba dando sus primeros pasos, la futura reina de Inglaterra ya se confesaba enamorada de su futuro esposo. El correo mantuvo la llama del amor encendida hasta que tras la contienda de volvieron a unir.
La futura heredera al trono confiaba en el enlace más que nadie y se impuso a los que aseguraban en palacio que aquel «príncipe sin hogar ni reino» no era el adecuado para ella. Cuentan que Isabel II tuvo que recurrir a la cartilla de racionamiento para encontrar algunos de los materiales utilizados en su vestido de bodas.
Un diseño que realizó el modisto local Norman Hartnell por expreso deseo de la monarca. La familia real buscó apoyo cercano y Hartnell, que era el modisto de cabecera de la Reina Madre, accedió gustoso al encargo. A su tienda, situada en el número 10 de Bruton Street, acudían desde su apertura en 1923 la gran mayoría de celebridades del momento.
Norman Hartnell dio forma a un vestido realizado en satén de color marfil y que decoró con hilo de plata, bordados de tul y unas 10.000 perlas blancas importadas directamente de América. Al enlace, que fue emitido en directo por la emisora de radio de la BBC, acudieron unos 2.000 invitados. Entre ellos el primer ministro Winston Churchill, que definió el festejo como «un toque de color en el duro camino que debemos recorrer».
Isabel II portó un ramo de orquídeas blancas y mirto. Parte del mismo se realizó con los arbustos que la reina Victoria plantó tras su boda. Tras el enlace, la pareja se dirigió a la tumba del soldado desconocido y depositó allí el ramo de novia. Continuó así una tradición que comenzó en 1923 la Reina Madre, la esposa de Jorge VI, tras su enlace. Este simbólico gesto se ha mantenido en la familia y tanto Diana de Gales como Kate Middleton hicieron lo propio tras su boda.
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