Sin que a ciencia cierta se sepa por qué, todo el mundo se hace eco (?) de la mala relación que parece existir entre las dos nuevas cuñadas, Kate Middleton y Meghan Markle. Esa nueva suerte de duo muy al estilo del otro dueto, Diana y Fergie, salvando (mucho) las distancias, los estilismos, las carencias y querencias.
De repente, Meghan ha pasado del elogio al casi desprecio por parte de una audiencia que no la conoce más que por las fotos de las revistas cuya imparcialidad depende del acceso al que han tenido las acciones de la nueva duquesa de Sussex: de cuanta más información disponen, mejor trato reciben las protagonistas. Las últimas noticias de la flamante esposa del príncipe Harry y futura madre de su hijo, se refieren a los despidos de algunas personas del servicio de los Sussex, de los que culpan a la recién llegada.
También cuestionarán ahora los gastos que ocasiona el traslado de su residencia hasta Frogmore House donde, por cierto, también vivieron los duques de Windsor, la también divorciada Wallis Simpson y el que fuera Eduardo VIII. Cuando aparezcan las facturas, según soplen los vientos, serán consideradas un dispendio innecesario o una inversión con vistas a la futura familia.
En ese mismo sentido fluirán las noticias acerca del asentamiento en la misma residencia de Doria Ragland, madre de Meghan, donde actuará de suegra y abuela cuidando al neófito. Pero antes, Doria pasará las Navidades atendiendo a una invitación nada habitual de la reina Isabel II, que nunca ha hecho lo propio con los padres de Katherine, los Middleton. ¿El motivo? La alusión sin duda a que son una familia muy completa y viven todos en un reducido número de kilómetros, no como Ragland, que reside sola y en Los Angeles. Al respecto señalemos la entrevista concedida por la consuegra de Isabel II a la prensa inglesa, aparentemente sin otra razón que la presencial. ¿Tal vez envidia?
Bien, toca ahora discernir qué demonios está pasando entre Kate y Meghan, si es que realmente sucede algo. Se ha escrito de todo, incluso que su mala relación podría enturbiar la estrechísima fraternidad que existe entre los príncipes William y Harry, que siempre han estado (y están) muy unidos sobre todas las cosas. Pero la prensa está para hablar y hacer que hablen. Y aquí estamos.
Según se observa por imágenes, la última vez que compartieron agenda las cuñadas (vocablo espantoso), fue en el Torneo de Wimbledon (en portada),donde aparecieron muy bellas, cada una en su estilo. Clásico moderno el de Catalina Cambridge, boho chic el de Meghan de Sussex: hay donde elegir y las dos con sumo gusto. Allí aparecieron como siempre las hemos visto, simpáticas, riendo o sonriendo, dialogando. Lo que sucede luego por los pasillos de Kensington se queda para ellos y la procaz imaginación de tabloides varios.
Y una de esas habladurías ha llegado a insinuar que Katherine incluso lloró porque no le gustaron los trajes de damas de honor y pajes que lucieron sus hijos, y otros parientes, en la boda de Harry y Meghan. La verdad, suena a ridículo siquiera imaginar la situación, pero ahí están las habladurías que, quieras o no, llegan a palacio.
Así que para dar pábulo a la situación y cerrar una etapa antes de una Navidad que además de parecerlo tiene que ser dichosa, el duque de Cornualles, o sea, papá Charles, el eterno heredero, ha pedido a su hijo mayor y a su mujer que preparen una cena en Anmer Hall, en Norfolk, en honor de los Sussex. Así tendremos fotos de reencuentro y felicidad antes de las obligadas imágenes navideñas.
Por cierto, siguiendo su tradición, es la propia Isabel II quien elige y entrega los regalos al personal a su servicio en los palacios. Teniendo en cuenta que son aproximadamente quinientos, no sólo pongo en duda que los compre, ni siquiera que los entregue. Más que nada por motivos de resistencia y salud, que son ya 92 años y no la imagino de pie, con el bolso, los paquetitos y las felicitaciones de rigor. Así quinientas veces. Que no.
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