Jamás, ni en la peor de sus pesadillas, la Casa Real habría podido imaginar que aquel momento en que la reina Letizia impedía a su suegra que se tomara una simple fotografía con sus nietas fuera a destrozar la imagen de la reina consorte. Un instante que bien podría haber formado parte de la ópera Tosca, de Puccini, en la que el protagonista termina lanzándose por el balcón del Castel Sant’Angelo. Ambos casos, tragedias, en tres actos.
I Primer Acto
Aquella discusión entre las dos reinas en la catedral de Palma, que sólo duró diez segundos, sirvió para que la inmensa mayoría de los españoles arremetiera sin piedad contra doña Letizia. ¿Con razón? No hay duda de que cometió un fallo imperdonable al permitirse ese rifirrafe con la reina emérita en un acto público y más aún exponiendo a su primogénita, Leonor, al escrutinio general.
Una reina no puede permitirse ese tipo de errores. La monarquía, por más moderna que pretenda ser, debe estar por encima de situaciones como ésta y debe ser, por encima de todo, ejemplar. Pero el mal ya estaba hecho.
Durante varios terribles días, la consorte española llegó a sentirse tan desolada como seguramente lo estuvo la reina Isabel II aquella semana de agosto de 1997 en la que los ingleses y el mundo entero no le perdonaban el desprecio que estaba haciendo con sus actos a la recién fallecida Diana, princesa de Gales y reina de corazones. En solo unos días uno de cada diez británicos dio la espalda a su reina y esta semana, el mismo número de españoles ha hecho lo mismo con la nuestra.
En el caso del Reino Unido, la descendiente de la reina Victoria rectificó y pronunció un discurso que calmó, en parte, al pueblo. El tiempo y algunos cambios en la monarquía, hicieron el resto. En España, lo que todos esperaban, tal vez, era que la esposa del rey don Felipe dijera un simple: “Lo siento. Siento profundamente si esta situación ha molestado a alguien y reitero mi respeto a la reina Sofía”.
Tan simple como eso. Unas palabras que dichas en su primera aparición, habrían tenido un efecto más productivo que el paripé que se ha montado este fin de semana a las puertas del hospital donde el rey don Juan Carlos ha sido intervenido de la rodilla.
II Segundo Acto
La reina Letizia llegaba el sábado al hospital San José de Madrid donde su suegro se ha sometido a una operación de rodilla en compañía de su suegra, la reina emérita, y su marido, el rey Felipe. Entonces, vimos cómo la asturiana tuvo que humillarse, innecesariamente, abriendo el coche a la reina Sofía, algo que podría haber hecho cualquier empleado, ayudante, asistente o el mismo don Felipe y que en todo caso no fue bien recibido por el público. La mayoría de los españoles opina que el gesto fue “un teatrillo” montado para tratar de salvar la imagen del domingo de Resurrección. Y es que, nos guste o no, la reina de España se llama Letizia y humillarla a ella es lo mismo que humillar a la institución que representa.
Si bien es cierto que ha cometido fallos, como el día que desertó de Palma de Mallorca dejando a sus hijas y al rey Felipe más solos que la una; las innumerables discusiones que algunos testigos han vivido entre el matrimonio real, algunas, en presencia de cámaras; no podemos olvidar que también ha hecho un buen trabajo y en un 80% nos ha representado dignamente y con sobresaliente tanto en España como en el exterior.
Como diría mi abuela, que Dios la tenga en gloria, “han salido de Guatemala, para meterse en Guatepeor”, o lo que es lo mismo, han querido hacer una gracia y ha salido una morisqueta. Lo cierto es que todo esto, seguro, ha servido para que la reina Letizia reflexione y se dé cuenta de que su principal prioridad, además de representar a la corona, es acercase y ganarse el cariño del pueblo español. A la reina Sofía le costó algunos años, pero lo logró. Estoy seguro de que la consorte del rey así lo hará con la inestimable ayuda y ejemplo, como ella misma dijo, de su suegra y de nuestro rey, Felipe VI.
III Tercer Acto
En cuanto a la educación de la princesa de Asturias y de la infanta Sofía, algo que ha sido criticado en estos días por lo estricta que suele ser, estoy seguro de que, como madre, la reina Letizia querrá hacer lo mejor. Pero nunca deberá olvidar que esas niñas no le pertenecen del todo, pertenecen a la corona. De hecho, en caso de divorcio, las niñas permanecerían en la Zarzuela. Ellas son el futuro de la institución y como tal, deben ser educadas.
Y dicho todo esto, Dios salve a la reina Letizia.
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