Si la tómbola del mundo te convierte en estrella mediática puedes tener la vida solucionada o se te pueden multiplicar las facilidades para ello. Puedes firmar un libro, que escriba otro; hacer una película (una buena fotografía y un doblaje acertado harán de ti una estrella); o puedes grabar discos, uno al menos, porque los estudios consiguen “afinar” hasta a Paquirrín. Lo que no suelen hacer muchos de estos elegidos es saltar a los escenarios, porque ahí está la dificultad, dar la cara frente al respetable cada día, inexorablemente, para emocionarles con una historia.
Jorge Javier Vázquez, toda una estrella de la pequeña pantalla, eligió esa opción y ya en su debut convenció al respetable de que por más facilidades que te dé un programa diario para publicitarlo, el producto, contemplada la obra de teatro como tal, debe cumplir una serie de factores. El primero, el respeto al público que paga una entrada para ver en persona al ídolo que admira.
Para aquella primera opción JJ eligió un biopic, ‘Iba en serio‘, un ejercicio sobre sí mismo acentuando la dificultad de la hazaña. Si difícil es interpretar un personaje, peor es interpretarse a uno mismo: prueben a reproducir frente a un espejo cualquiera de sus actos habituales, verán la complejidad. Ahí el admirado y envidiado periodista duplicó el esfuerzo, colocando la emoción en lugar de la actuación y logrando de este modo un éxito no del todo comprendido, pero que ahí estaba.
Evitando ponernos doctos, soberbios o simplemente tontos, Ingmar Bergman hizo un filme, ‘Persona’, que hablaba de esas dependencias de los seres humanos que sucumbimos a otras realidades que nos devuelven a la verdad más absoluta. En ‘Iba en serio’ la obra giraba sobre la persona, y las aristas interpretativas (llámenlas carencias), se paliaban con los mecanismos emocionales habituales del presentador.
Ahora, JJ ha vuelto con una vuelta de tuerca, va más allá y se arriesga demasiado, porque ahora no es el ser humano quien transita por el escenario (de momento el del Teatro Tívoli de Barcelona), sino el personaje creado por él, a imagen y semejanza: su yo profesional. Este JJ no es el de ‘Iba en serio’, sino su consecuencia. La persona cae en las tentaciones de su mediático personaje y decide cantar en un disco, ‘Grandes éxitos’ cuando en realidad no tiene ninguno porque no ha grabado nada: simplemente se trata de rentabilizar su popularidad. Y ahí empieza el odioso y liante a la vez que ingenuo juego. Entre la realidad y la ficción se mezcla con una diva, un tanto olvidada, a la que JJ devolvió a la fama a cambio de un dinero importante para descuartizarla, previo aviso, en uno de sus polígrafos del ‘Sábado de luxe’.
Enemistados desde entonces, surge la absurda idea de grabar un disco juntos, ‘Grandes éxitos’, cuya realización desmontará todas las tesis emocionales previstas. Ambos lo hacen por dinero, ella porque está en las últimas, él para aumentar su patrimonio y avivar su ego. Ella, Blanca del Bosque, es dipsómana (como la Blanche Du Bois de Vivien Leigh en ‘Un tranvía llamado deseo’, a quien usurpa el nombre, o la Alejandra del Lago de ‘Dulce pájaro de juventud’, de Geraldine Page (aunque salvando todas las distancias), y la interpreta Marta Ribera, que no ha sido nunca objeto de la tropa de JJ, y ha cimentado su carrera protagonizando todo tipo de musicales. Podemos acotar que actriz y personaje aceptan el encargo por dinero: Blanca lo dice, a Marta no se le ha preguntado. Pero JJ lo hace para experimentar con otros retos (que también le envidiamos): cantar.
En esta nueva tesitura de personaje, JJ camina mucho más seguro que en ‘Iba en serio’, le tiene el pulso tomado desde hace años a su personaje televisivo y lo maneja a su antojo, pero falla cuando la persona se enfrenta al personaje, o al revés, cuando es la acción la que manda sobre la emoción. Y eso lo sabe muy bien Juan Carlos Rubio, autor y director del espectáculo, que debiera compartir cargos con JJ.
Una cosa a favor de este último, su respeto por el público que paga una entrada. Ha tomado clases de canto, su aspecto es impecable y sus diálogos con la platea están muy bien resueltos. Para mayor gloria, aun a sabiendas del éxito, se acercó a Barcelona para compartir y participar con los medios el estreno, cosa que obvió su colega Paz Padilla, cuyo estreno hace unas semanas pasó de puntillas por la prensa a la que no convocó, suponemos que por un exceso de confianza en sí misma y no para ahorrase un dinero en la agencia de comunicación.
A la hora del canto, base del actual espectáculo, el programa es completo y tiene a Marta Ribera como base. JJ no tiene un pelo de tonto y conoce sus limitaciones, aunque a veces esa seguridad le hace caer en tentaciones absurdas. Por su parte, Rubio dramatiza al desespero el tono de Ribera en ‘Volver’, que es pura nostalgia y melancolía, y eso es un error. Como lo es repetirlo en el ‘Oh, mio babbino caro’, la dulce aria de la ópera cómica ‘Gianni Schichi’ que es pura sensibilidad (escúchenla por Callas, Caballé, Te Kanawa o Netrebko, incluso Sarah Brightman), tan alejada del grito o la pasión de Ribera. En cambio resulta simpática la versión “sinfónica» que hace la misma actriz de los temas popularizados por Los payasos de la tele (‘Había una vez un circo’, y demás).
A la hora de la verdad, Ribera suelta chorros de voz (a veces no necesarios), mientras que JJ le echa arrojo al enfrentarse a los clásicos: su discutible, pero educada y respetuosa versión de ‘La mer’, de Trenet, o los boleros (‘Perfidia’, ‘Solamente una vez’, ‘Algo contigo’, ‘Lo dudo’), incluso su delicada versión de ‘La gavina’ coreada por el entregado público al que hace partícipe y cómplice del show en muchas ocasiones, son ejemplos de que se ha esforzado en tomar clases, afina y entra a tiempo. Y debería trabajar los tonos medios, donde tendría mejor baza: me acordaba de Pepe Sacristán y su buen gusto exquisito en ‘El hombre de La Mancha’ o ‘My fair lady’, donde sus moderatos cantabiles eran el mejor remedo a las partituras imposibles.
Por último, no me quedó nada claro ese homenaje a ‘La la land‘ tras un strip-tease final de Beatriz Ros y Alejandro Vera, inesperado, insospechado y estéticamente bien resuelto, aunque el diseño de luces (buen trabajo en general de Juanjo Llorens), deje un tanto en la sombra la pretendida (?) provocación erótico-festiva.
El público, ya de pie, ovacionó el espectáculo desde antes de terminar, les supo a poco esa prolongación de JJ en vivo y en directo. Diría que les gusta más que el JJ humano de ‘Iba en serio’. O sea, que aman más al personaje que al hombre, y eso nunca se sabe si es bueno o no.
Me hubiera gustado preguntarles a dos invitados de la noche, Risto Mejide y Mónica Naranjo, su opinión sobre el espectáculo desde sus dos puntos de vista: el del espectador que acude al teatro y como jurados de aspirantes a la fama. Pero el resultado hubiera sido nulo, primero porque como invitados, el no pagar condiciona la opinión: cuando se compra una entrada se acentúa la exigencia y el juicio de valores es escueto y tajante; y como personajes tampoco hubiera funcionado porque al cobrar por interpretar un papel obliga a ceñirse a un guión, escrito, sugerido o inventado, que a veces poco o nada tiene que ver con el interesado.
La misma pregunta y reflexión valdría para la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, sentada en platea, que en su día aceptó la invitación para ir a un ‘Sálvame de luxe’ donde explicó (no confesó, que eso sólo funciona con los pecados), su relación con una mujer. Me gustaría saber si lo hizo para anular la oferta de la interfecta que se ofreció mediante cobro ir al programa para “escandalizar” con algo que, a estas alturas, no debería ser considerado por nadie como algo anormal, sino todo lo contrario. Y Colau respondió a la pretendida ignominia con una entrevista, por supuesto gratuita, de lo más normal. Y eso la hace buena. A ver si comparte esta actitud con los demás asuntos de su gabinete, que no es poco. Podría ser el primero de sus ‘Grandes éxitos’, que buena falta le hace.
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