De pequeña quería ser trapecista y a lo largo de la vida puso en práctica ese equilibrio para ejercer con maestría en una profesión inestable, en la que nunca se le negó el reconocimiento. Nativel Preciado llegó al periodismo a través de la literatura. Lo que le gustaba era contar historias. La que cuenta en “El santuario de los elefantes” (Premio Azorín de Novela 2021) es pura ficción, la primera vez que recurre a la máxima imaginación en su ya larga y prolífica carrera…
The Luxonomist: ¿Qué te da la escritura que no encuentras en otra actividad de la vida?
Nativel Preciado: Cuando escribo lo entiendo todo mejor, los problemas se simplifican y, a veces, la letra impresa me ayuda a resolverlos. Necesito ordenar las ideas con palabras escritas para comprender el mundo. A medida que escribo se me aclaran las ideas.
TL: ¿Los premios alimentan el ego o reafirman la sensación del trabajo bien hecho?
Nativel Preciado: Ganar un premio da una inmensa alegría cuando lo recibes, una cierta seguridad en que tu trabajo merece la pena y, sobre todo, un apoyo fundamental para dar a conocer tu obra. Son todo ventajas.
TL: ‘El santuario de los elefantes’ es el resultado de los duros tiempos pasados. ¿Ha sido lo mejor del confinamiento?
Nativel Preciado: Lo mejor del confinamiento es que mi familia y yo hayamos superado el Covid sin que nos deje secuelas. Y después, sí, ‘El santuario de los elefantes’ ha sido lo mejor que me ha pasado durante el confinamiento y la pandemia. He tenido la suerte inmensa de ver premiado mi esfuerzo y mi tenacidad y, desde entonces, mis elefantes no paran de darme alegrías.
TL: ¿Cómo te has sentido en una historia de ficción?
Nativel Preciado: No es la primera vez, sino la vigésima que escribo una historia de ficción. La diferencia es que en esta ocasión es mucho más imaginativa y ajena a mi mundo que el resto de las que había escrito hasta ahora. Durante el confinamiento he tenido necesidad de recurrir más que nunca a la imaginación y el resultado ha sido esta novela alegórica cuyos protagonistas principales son África y los elefantes. Es decir, la naturaleza en todo su esplendor.
TL: ¿Sabías ya su desenlace al ponerte a escribir o la improvisación fue una invitada estrella?
Nativel Preciado: No dejo nada a la improvisación. A cualquier proyecto, sea cual sea, le doy más vueltas que una noria. A este también. Llevaba tiempo pensando en contar una historia con estos personajes, pero el desenlace no tiene nada que ver con el que tenía previsto. Mi esquema inicial saltó por los aires. A medida que iba escribiendo me alejaba más y más de mi objetivo inicial cuando pensé la novela. Por eso digo que esta es diferente a todas en el sentido de que me dejé llevar por la fantasía y llevé a mis personajes a lugares insospechados.
TL: El escritor/a, igual que un actor/actriz, tiene el privilegio de sumergirse en la vida de los demás. ¿Cuál ha sido ese personaje que te ha hecho sufrir y/o disfrutar más?
Nativel Preciado: Que yo recuerde, el personaje que me ha hecho sufrir más, sin duda, ha sido Einstein, el protagonista en la sombra de mi anterior novela (‘El Nobel y la corista’). Y con el que más he disfrutado ha sido con Adriana Claire, una de las protagonistas de ‘El santuario de los elefantes’.
TL: ¿La disciplina es el arma más poderosa del escritor?
Nativel Preciado: La fuerza de voluntad es imprescindible para escribir una novela. Se necesita una disciplina férrea e innegociable para quedarte a solas frente a la pantalla del ordenador o el papel en blanco, muchas veces con la mente vacía, mientras tu entorno (amigos, familia, compañeros…) se confabula para que dejes de escribir y te vayas al cine, a cenar, a tomar una copa, a pasear o a charlar con cualquiera de los que te reclaman. La tentación es brutal y es muy difícil resistirse a ella. Para no sucumbir, la mayoría de las veces tienes que aislarte y poner tierra por medio para no dejarte arrastrar por los que se conjuran contra tu oficio.
TL: ¿Cuál es tu “modus operandi” para escribir?
NP: El trabajo previo es esencial. Para mí es imprescindible conocer a fondo a los personajes. Les dedico a cada uno un pequeño cuaderno repleto de datos, expresiones, frases, relaciones, rasgos físicos… como si fuera una ficha policial. Luego hago un esquema con el guion de la novela y, cuando todo está supuestamente atado y bien atado, me pongo a escribir. Y en ese proceso, todo se desbarata y la historia se te va de las manos, sobre todo, el final. Nunca he acabado una novela como había previsto.
TL: ¿Te atenaza que la creatividad tenga su límite?
NP: No, sinceramente, las limitaciones creativas ya no me paralizan.
TL: ¿Lo mejor que se te da hacer?
NP: La tortilla de patatas.
TL: ¿Quién ha marcado realmente tu vida?
NP: Por este orden: mi madre, el padre de mis hijos, mis hijos y mis amigos más queridos.
TL: ¿Qué te pone de buen humor?
NP: Estoy deseando encontrar cualquier motivo para ponerme de buen humor. Todos los días descubro por lo menos uno. Es una suerte que a estas alturas de mi vida no tenga nada de cascarrabias. Pocas cosas me enfadan, aunque mis escasos enfados son rotundos.
TL: Esa canción con la que, cuando la escuchas, se te mueven los pies sin remisión.
NP: ‘Take this waltz’, de Leonard Cohen, me obliga a mecerme y a mover los pies. Y como es tan larga, termino dando vueltas como una peonza.
TL: ¿En qué eras brillante en el colegio?
NP: En gimnasia, en ciencias naturales (entonces la asignatura se llamaba así) y en literatura.
TL: Esa obra de arte que te gustaría tener expuesta en casa.
NP: Primero un Modigliani o un Hopper. Por pedir, que no quede. Me encantaría tener frente a mi mesa algún retrato de los que Picasso le hizo a Françoise Gillot. Mientras tanto, disfruto muchísimo con las fotografías de Kindel, de Kappa y de Doisneau que tengo delante de mi escritorio y veo todos los días.
TL: ¿Un talento que se te resiste por mucho que lo intentes?
NP: Cantar y bailar. Es lo que más me gustaría del mundo. He intentado hacerlo bien multitud de veces sin el menor éxito.
TL: ¿Eres de una mentira piadosa a tiempo?
NP: Sí, en vez de mentiras piadosas yo las llamo mentiras vitales. Me las cuento a mí misma muchas veces. Sin ellas no podríamos vivir.
TL: ¿Cuál es la compañía perfecta para irte de fiesta?
NP: Mi pareja, mis amigos, mis hijos.
TL: ¿Esa palabra que nunca regateas y más usas?
NP: Gracias.
TL: ¿Qué ves cuando te miras al espejo?
NP: Unos días me reconcilio con una imagen que reconozco desde hace décadas. Otros, sin embargo, veo a una absoluta desconocida que me intranquiliza.
TL: ¿Ese bien que más valoras?
NP: Los buenos recuerdos. Y la salud que me permite recrearme en ellos.
TL: ¿Qué llevas siempre en los bolsillos?
NP: Un lápiz y un papel.
TL: ¿La enseñanza que nos deja vivir en pareja?
NP: La admiración tiene un inmenso potencial erótico; es lo que más prolonga la vida de la pareja. Para mantener un amor es bueno creer, aunque no sea cierto, que la persona con la que estás tiene cualidades extraordinarias: físicas, psíquicas o intelectuales. Lo mejor para que la pareja vaya bien es creer que el otro es un ser especial del que te sientes enormemente orgullosa.
TL: ¿Tu mayor decepción?
NP: No puedo soportar a los traidores.
TL: ¿A quién sigues con interés en las redes sociales?
NP: Me he tomado un descanso de redes sociales por prescripción psicológica.
TL: ¿Hay alguna situación en la vida en la que, por algo, te pones pesada?
NP: Cuando descubro una mentira, someto a la persona mentirosa a un interrogatorio insoportable. No suelto la presa. Puedo insistir durante días hasta que, por agotamiento, confiesa la verdad.
TL: Una película en la que te gustaría quedarte a vivir.
NP: En ‘Los Puentes de Madison’ por revivir el baile en la cocina de Meryl Streep y Clint Eastwood mientras escuchan a Johnny Hartman cantando en la radio I See Your Face Before Me. Hubo un tiempo en el que, quizá, me hubiera quedado a vivir en Casablanca.
TL: Esa experiencia gastronómica inolvidable.
NP: No soy de gusto delicado y exquisito paladar, aunque disfruto mucho con la comida. Inolvidable fue una comida en Vigo, en la legendaria Taberna de Eligio. Recuerdo sobre todo la compañía (Cuco Cerecedo y Eduardo Blanco Amor) y también el pulpo, la tortilla de patata, la queimada… pero lo que nunca olvidaré fue el auténtico festín de percebes que nos preparó el célebre Eligio.
TL: La pregunta que no te he hecho y te habría gustado.
NP: Me parece muy oportuno dejarlo aquí.
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