Donde empieza y dónde termina la creación de un postre sólo viene determinado por la imaginación del que los crea, ya que algunos pueden ser muy simples y otros, verdaderas obras de arte que hacen que nuestras pupilas se dilaten, nuestra boca produzca saliva y nuestra piel se ponga de carne de gallina.
La combinación de sabores y texturas son infinitas y eso hace que el maridaje con los postres se convierta en una dulce aventura. Debemos tener en cuenta los matices predominantes y residuales en postgusto si queremos maridar correctamente un postre por afinidad, aunque los contrastes sean deliciosamente socorridos en la unión del vino con el último plato del menú.
Conocer los ingredientes del postre es pues, imprescindible para que la armonía entre vino y postre sea del agrado de todos. Frutos secos, frutas blancas, bizcochos, frutas del bosque… el chocolate y todas sus variantes. Fríos o calientes. Suaves o calóricos… muchos parámetros a tener en cuenta. Por ello, los postres son uno de los maridajes más divertidos en su fase de experimentación.
Y en cuanto a los vinos, los dulces naturales, los licorosos o mistelas, los espumosos, olorosos, rancios y suma y sigue. Todos tienen cabida en este espacio. Ahora bien, hablar de los postres y hablar del chocolate es casi inevitable. No en vano, la mayoría de los menús de muchísimos restaurantes finalizan en chocolate.
Podríamos nombrar infinidad de posibilidades para armonizar diversos tipos de chocolate con una bebida (no solo vino) pero hoy me voy a inclinar por un gran clásico y os voy a recomendar que probéis un Pedro Ximenez de González Byass que se llama Noé.
De edición limitada, este vino de Jerez, que cuenta con más de 30 años de envejecimiento, sigue un cuidado proceso de elaboración que da como resultado un Pedro Ximénez que deja huella. Antonio Flores, enólogo y master blender de González Byass, es el creador de esta joya enológica de color ébano intenso, con aromas a higos, café y especias en nariz y con un sabor muy dulce, fresco y sedoso en el paladar.
Es un vino voluptuoso y sensual en la boca, pecaminoso e incluso, erótico. Tomar un sorbo de Noé es una experiencia inolvidable, si a esto le añadimos el chocolate, con sus endorfinas y su umami, el resultado de la combinación resulta memorable.
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