Para entrar al Ritz de Madrid (siempre será el Ritz) hay que tener los brazos fuertes. Es necesario para abrir la inmensa doble puerta que te aleja de la ciudad y te traslada a un mundo mejor. Bajo el bosque animado, la cúpula que emula el plato del mismo nombre de Quique Dacosta hizo mundialmente conocido, se encuentra el vestíbulo del hotel. No es lo que era, es algo más. Algo que te recuerda su historia y que ahora suma el reto de hacerte sentir el savoir faire de Mandarin Oriental.
Y se consigue. Tenemos una cita en Palm Court, el restaurante ubicado bajo la nueva bóveda transparente del vestíbulo que le ha añadido un foco de luz sorprendente al eterno Ritz. “Hemos querido ser cómplices y mantener la esencia de todos esos inolvidables momentos que se han vivido en el interior de este icono de la hotelería y la arquitectura mundial”, explica Inmaculada Casado, responsable de prensa del establecimiento. Y cuando suena el pianista de siempre y ves que Gemma Vela, Premio Nacional de Gastronomía como Mejor Sumiller sigue allí, sabes que estás en casa.
Palm Court nace a través de la mirada de un cocinero de vanguardia al que también le apasiona crear desde la tradición y el clasicismo. En un espacio único, el chef Sergio de la Plata ha conjugado sabores y texturas bajo la mirada de Quique Dacosta, el director gastronómico del hotel. El reto es grande, pero el resultado es de sobresaliente.
Ubicado al lado del Champagne Bar, el lugar con más glamour de la ciudad, tiene una decoración a la altura, llena de detalles en la vajilla, alfombras, luces, sillas… Sigue siendo un homenaje a la introducción del afternoon tea en Madrid por parte de César Ritz, donde tras la última gota de té, se abre paso al restaurante ‘informal – formal’ más exclusivo de la ciudad.
Lo llaman ‘comfort food’, pero no hay que olvidar que la hacen en uno de los mejores hoteles de lujo de la capital y que lleva lleno desde que se inauguró. Uno de los motivos es el trabajo que han hecho al respecto Rafael de la Hoz y Gilles & Boissere, un reto superado con una destreza y estilo únicos.
Así, Palm Court es un lugar donde ir a cenar este mes de mayo sí o sí. Los motivos los da De la Plata, un joven chef con gran experiencia y un prometedor futuro que ha convertido en arte platos tan aparentemente sencillos como el espárrago blanco con trufa. Pero hay más, porque propone una carta casi infinita y que cambia con cada estación que sorprende incluso a los más habituales.
Algunos de sus bocados son la tortilla francesa, yema de huevo curada y caviar de beluga; las ostras Guggenheim, el carabinero, langostino y gamba blanca, fritas en brick con hierbas del Jardín del Ritz; la piadina crujiente con carpaccio de atún rojo, queso cremoso y salsa tsuyu no moto; el tartar de vaca madurada al gusto, la pata de cangrejo real con salsa de mantequilla de ajo, o la sopa de anguilas plateadas y angulas levemente ahumadas, incluso el clásico solomillo Wellington.
Todo maridado magistralmente, por supuesto, gracias a las recomendaciones de la sumiller. En ellas la uva godello es siempre protagonista sin perder de vista al champagne, el mejor compañero de viaje para que la cena sea magnífica.
Para terminar, un apartado a los dulces, que han sido siempre (y lo siguen siendo) una baza ganadora en el hotel. En Palm Court se presentan con una carta renovada y sorprendente que merece una visita sin tiempo ni reloj que indique que hay que recoger. El reto de Greg Liddell, general manager, es enorme. Pero está siendo un éxito.
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