La verdad es que los técnicos somos un poco “gamberros” y en cuanto nos dejan, intentamos hacer cosas distintas. Romper las reglas de lo visual, de lo estético, de la gravedad y hasta innovar a cada paso. Seguro que habrás conocido alguno (eso espero) que no se sienta nunca feliz con lo que ve: “Pues yo hubiera hecho esto, o lo otro, o jamás se me ocurriría dejarlo así”. En fin, somos rebeldes por formación, no se puede evitar.
Ahora bien, este “gamberrismo”, cuando es ilustrado y meritorio, termina siendo el eje de muchas obras de arte. Es el caso que nos ocupa hoy, nada más y nada menos que el museo más grande e importante de Canadá: El Museo Real de Ontario.
El edificio se fundó en 1914 y posee una confluencia de arte, cultura y naturaleza de todo el mundo. En concreto, presume de tener 13 millones de obras de arte, objetos culturales y especímenes de historia natural (muchísimos más que en cualquier casa).
Allá por el año 2007 se inauguró después de una transformación que ha dado la vuelta al mundo. Una reforma de un calado increíble y verdaderamente atrevido, que vino dado de la mano de Daniel Libeskind, un arquitecto del que, con suerte, veremos algún edificio más en estas páginas.
La actuación se ejecutó ampliando el edificio de arquitectura patrimonial y se hizo mediante el nombre de Michael Lee-Chin Crystal, un mecenas de arte que donó 30 millones de dólares sólo para que su nombre quedara inmortalizado (yo hubiera escrito un libro).
Por supuesto, la dinámica forma exterior del edificio se ha ganado el corazón de todos los canadienses y de muchísimos amantes de la arquitectura. En total, la construcción posee 36.050 metros cuadrados de los que 9.200 fueron la ampliación de Libeskind. Quien en su web nos dice que el museo atrae a más de un millón de visitantes al año, casi nada.
La intervención es clara y se define por sí misma. El diseñador creó una estructura estridente que semeja ser cristales, extraídos directamente de las minas de esta parte del continente americano.
Así, los cinco volúmenes creados se funden en su núcleo, dejando ángulos imposibles para el espectador. Se crea así un edificio icónico como ningún otro de la ciudad y, probablemente, uno de los más interesantes del orbe.
En el interior, distintos puentes te permiten admirar las antiguas fachadas y las nuevas, accediendo a un gran atrio central al que han llamado Gloria Hyacinth Chen (ya sé lo que piensas, ya). Dicho atrio, o patio, separa los dos edificios, y genera un espacio en el que realizar eventos de todo tipo.
Los arquitectos de apoyo locales, la empresa Bregman+ Hamann Architects, nos informa de que las empresas locales tuvieron que realizar un esfuerzo en implementar los elementos construidos en Alemania.
En otras palabras, para ejecutar “El Crystal” tuvieron que implementar estrategias innovadoras con las tecnologías de la zona. Un desafío del que salieron airosos todos los participantes, por supuesto, la contrata principal, Vanbots Construction. Esta puso manos a la obra para enlazar las cinco estructuras autoportantes de gran tamaño, y que simulan apoyar en el edificio antiguo (aunque nada más lejos de la realidad).
La intervención no sólo creó 9.000 metros cuadrados más de superficie expositiva, añadió una nueva entrada y un nuevo vestíbulo, una tienda de souvenirs y detalles del museo. Y lo mejor siempre, tres restaurantes. Además, también se introdujeron en el edificio histórico para renovar hasta diez galerías.
Hay que añadir que para la ejecución del edificio se demolió un inmueble de hormigón armado, el Queen Elizabeth II Terrace, aprovechando sus cimientos para levantar los cristales… Ojo, aunque se llamen así, sólo el 25 por ciento de su superficie es del material translúcido. El resto es aluminio bruñido traído directamente de la empresa con la que el mismísimo Frank Gehry trabaja y diseña sus estructuras de titanio.
Reseñable es que solamente una pared ejecutada es vertical, el resto posee ángulos de difícil comprensión y ejecución, y que se tuvieron que generar con programas informáticos de diseño 3D, como Rhino o GSA.
En números, se colocaron más de 3.500 toneladas de acero en vigas, lo cuál sería muchísimo más caro hoy día (todo hay que decirlo), y más de 9.300 metros cúbicos de magnífico hormigón.
Para terminar este artículo, debemos reflexionar sobre cómo las nuevas intervenciones en edificios antiguos deben ser atrevidas, casi irrespetuosas, rozando lo estentóreo, pero, sumamente versátiles y productivas, generosas con el espacio, capaces de hacer que se identifiquen las nuevas generaciones, mientras que las anteriores se sienten agradecidas por el mantenimiento y el cuidado de lo antiguo.
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