Con los estilos arquitectónicos pasa lo mismo que con los artistas, los hay que se adaptan a cada papel, tomando un amplio espectro de nuevas idiosincrasias, y los hay que se especializan en un papel, caracterizando al personaje que representan. El Brutalismo es un estilo arquitectónico bastante cercano en el tiempo, y su principal característica hace que se diferencie del resto. Es decir: se adapta a múltiples configuraciones manteniendo un carácter homogéneo, una fusión, que dirían los científicos.
Pero el término, aunque nos pueda parecer un tanto rotundo, no expresa intención violenta alguna, au contrarie. El Brutalismo nace de las palabras francesas béton brut, algo así como hormigón crudo, y esa es, precisamente, la cualidad que lo define. En este tipo de construcciones el hormigón se expone de forma nítida, presumiendo de él y de sus fantásticas cualidades: fluidez, con la que consigue adaptarse a cualquier forma, su compatibilidad, con la que se combina excelentemente con otros materiales, y su durabilidad, que le confiere una larga vida.
Si paseamos por Madrid podremos ver edificios de casi todos los estilos arquitectónicos que han existido. El Barroco, el Renacimiento, el Art Decó, el Modernismo, el Deconstructivismo, e incluso alguno que está aún por definir. Por lo tanto, no es de extrañar que cada persona pueda sentirse más atraído por alguno. Esto es lo le pasó al fotógrafo italiano Roberto Conte que, en una reciente visita a El País, eligió el Brutalismo madrileño como objeto para su cámara.
Conte nos muestra los edificios que considera más icónicos de la huella de este estilo arquitectónico, y nos da unas pautas muy interesantes sobre sus peculiares características. Nos cuenta que los edificios brutalistas de Madrid, construidos entre las décadas de los 60 y los 80, son mayoritariamente diseñados por arquitectos españoles, incluso madrileños. Destacan Fernando Higueras Díaz y Antonio Miró Valverde, quienes crearon el Instituto del Patrimonio Cultural de España, la «Corona de Espinas», como se llama al inmueble. Esta es una muestra icónica representativa del Brutalismo.
Los mismos protagonistas crearon el Edificio Princesa. Se trata de un inmueble que combina el gris del hormigón con abundante vegetación, con jardines verticales o asomando desde los múltiples y enormes balcones. Otro arquitecto madrileño, Antonio Vallejo Acebedo, fue el responsable de crear el inmueble que actualmente regenta la Unión General de Trabajadores. Este edificio poseía al exterior un impactante atrio que, según la Fundación Dintel, exponía un espectacular mallado triangular soportado por pilares poligonales que culminaban en hermosos capiteles. Hoy día es invisible desde el exterior, al obstaculizarlo un cerramiento ejecutado a posteriori.
Por supuesto, en esta lista no podía faltar el rascacielos más icónico de Madrid, un edificio que se estudia en todas las escuelas de arquitectura del país, y en otras fuera de nuestras fronteras: Las Torres Blancas. El arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oíza elevó esta maravilla a los 71 metros, seccionados por 25 plantas, donde todos los apartamentos disfrutan de secciones circulares, creando un ambiente interior y exterior único. Conte compara las disrupciones orgánicas de los cilindros con algunas soluciones metabolistas japonesas.
Otro rascacielos de la época es la Torre de Valencia del arquitecto Javier Carvajal Ferrer. Es un edificio que alcanza los 94 metros de altura, lo que lo convierte en el número dieciséis de la lista de más altos de la capital. Se trata de un edificio de uso residencial muy cerca del Parque del Retiro, lo que permite unas inmejorables vistas desde sus 27 plantas desde sus grandes balcones. Obviamente, no a todo el mundo le gusta el inmueble, pero si vas al Retiro, seguro que no te ha pasado desapercibido.
Las iglesias marcan también una interesante estética. Existen muchas que se ejecutan en estilo brutalista, como Nuestra Señora del Rosario de Filipinas, de Cecilio Sánchez-Robles Tarín, una iglesia inspirada en el archiconocido Le Corbusier. Esta iglesia presenta formas sobrias y estilizadas flanqueando el exterior, mientras que en el interior se forma una espectacular cubierta de formas onduladas, un efecto que crea un juego de luces y sombras que dirigen su mirada al haz de luz que entra directo al altar.
Otra iglesia que nos enseña Roberto Conte es la Iglesia de Santa Ana y la Esperanza, diseñada por el importante arquitecto español Miguel Fisac Serna para el arrabal de Moratalaz. El edificio muestra un hábil manejo de la luz natural, dejándola entrar por la pared del fondo, en la trasera del altar, una pared que posee grandes espacios cóncavos horadados en ella, para albergar imágenes clericales.
El mismo arquitecto también ejecutó un edificio de oficinas para IBM en la década de los sesenta, del mismo estilo, aunque de estética simple. Repite los patrones con elementos de hormigón prefabricados, lo cual no resta un ápice a su espectacularidad. Cerca de allí, se ubica el Edificio Beatriz, para mí uno de los mejores edificios que nos muestra el cámara. Fue diseñado por el onubense Eleuterio Población Knappe y construido entre los años 1968 y 1976. Una elegante repetición de patrones envuelve el edificio de oficinas de 10 plantas, con cinco de sótanos, y un total de 58.000 metros cuadrados de superficie.
La selección nos muestra un único edificio cuyo arquitecto no fue oriundo de España: el Edificio Los Cubos. Fue construido en 1981 y reformado entre 2017 y 2020. Sus arquitectos fueron Michel Andrault, Pierre Parat y Aydin Guvan, y la dirección de la obra corrió a cargo del arquitecto Luis de la Rica. Otros inmuebles, como la Facultad de Ciencias de la Información, de José María Laguna Martínez y Juan Castañón Fariña, y la Facultad de Ciencias Biológicas y Geológicas, de Fernando Moreno Barberá, de la Universidad Complutense de Madrid, figuran entre las imágenes de Conte.
Al final, nuestras retinas se acostumbran al gris cemento, un color que refleja la sobriedad del material y que aguanta el paso del tiempo con singular ceremoniosidad. Los edificios tienen una vida útil, pero más allá de esto, tienen un concepto identitario, ideado por su autor, que no se debería menoscabar o cambiar alegremente.
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