Nos parezca bien o mal, cada invento de la humanidad lleva aparejadas consecuencias que nos hacen crecer, o retener nuestro avance, obviamente, si por avance entendemos la mejora de las condiciones de vida. El sonido es, para todos, una herramienta insustituible, que nos muestra los caminos a seguir, o nos advierte de peligros aún por definir, así que, la vinculación del sonido a nuestro crecimiento como especie, bien merecía un reconocimiento en forma de museo.
Y ahí que el multifacético Kengo Kuma, arquitecto de largo alcance internacional y de reconocido prestigio, nos deleita con una construcción que no pasa desapercibida ni en Corea del Sur, país en el que ya hemos estado, y que sabemos reconocer por su arquitectura de vanguardia (alguna gestada en terreno español, todo hay que decirlo). Este proyecto se ha llamado Audeum, o, como diríamos por aquí, Museo del Audio (ahíquedaeso).
Para los amantes de los datos podemos decir que el solar en el que se ubica este museo del audio posee una superficie en planta de 2.333 metros cuadrados. Allí se ha creado una construcción con más de 11.000 metros cuadrados. La construcción comenzó en el año 2021 y finalizó este pasado mayo (2024 para quién nos lea más adelante), teniendo como fecha de aprobación del diseño mayo de 2019.
Por supuesto, el museo reúne todas las experiencias importantes que han tenido los seres humanos con respecto al sonido, que no son pocas. Pero claro, todo edificio se empieza a definir desde su exterior, si este no te introduce en la temática que quiere reflejar, mal vamos… Y Kuma es un maestro en estas lides: la envolvente del inmueble cuenta con 20.000 tubos de aluminio (sí, veinte, lo has visto bien) que se superponen cubriendo las fachadas.
Los tubos permiten espacios entre ellos. Como si de un bosque de bambú se tratara, permite ver más allá de su piel inicial, creando sombras que transfiguran el interior, imitando a la perfección un efecto singular natural. El efecto hipnótico es inmediato, el espectador se queda mudo, sumiso ante la elocuencia artificial de una fachada casi musical, enfatizada por las lamas colocadas de forma arrítmica.
El arquitecto describe esta singularidad como “un instrumento arquitectónico que devuelve a los humanos a un estado natural, permitiéndoles experimentar los cinco sentidos del cuerpo«, yo no podría decirlo mejor ni habiendo memorizado el texto. Además, esta fachada se ve afectada de forma empírica por los cambios del clima, variando según la estación del año en la que nos encontremos (con permiso del cambio climático, obvio).
Pero si algo supera la fachada es su entrada. Una entrada al museo del audio que se encuentra a cota inferior del nivel de acera, por lo que una escalera en forma de cascada nos lleva a la parte baja de la construcción. En el camino una robusta pared de piedra nos posiciona debajo del telón final: los tubos de aluminio se detienen a distintos niveles, como una cortina, que muestra una gran portada de cristal, y unos pilares espejados.
En el tránsito hasta el interior, unas paredes de ciprés de Alaska (sí, algo lejos de Corea del Sur), nos envuelven en el atrio del vestíbulo y nos preparan para el “otro mundo”, el de las salas y espacios del museo, donde la madera campa por sus anchas y se convierte en el material estrella (con permiso del audio, claro). Tal es así, que la madera transita entre salas con distintos acabados, dando homogeneidad e identidad a partes iguales.
Y no es baladí el uso de la madera, puesto que es un material que absorbe los sonidos de forma natural, acercándonos a ellos de forma estimulante, sin distorsiones o amplificaciones vacías. Hasta 130 millones de euros se ha fundido el bueno de Michael Chung (fundador de Silbatone Acoustics), una cantidad nada desdeñable que se ha diluido durante los años que ha durado la construcción del museo.
Para ir coronando el artículo, dos apreciaciones, en el museo no sólo cuenta el audio, todo está pensado para embriagar los sentidos. Desde la luz hasta los aromas que se desprenden en las salas atacan, de forma agradable, nuestra existencia, llenándola de armonía. Todo ayudado por las luces, que juegan en cada estancia con los materiales a los que baña, identificándose en distintas escalas, como el sonido.
La segunda es la gran abertura del frente, en sus plantas más altas, un escaparate que nos presenta de fondo la ciudad, nada más que añadir, su señoría. Ah, bueno, sí, una cosa más: una sala dedicada a Théophile Mortier, un avezado constructor de órganos que inundó de estos elementos musicales Europa y el mundo en el siglo XIX. Su estética nos envuelve en el pasado y os enseña que aún podemos aguzar el oído para mejorar nuestra vida, y la de los demás.
Fotografía cortesía de Namsun Lee.
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