Unas imágenes de las pasadas fiestas nos mostraba a un John Travolta con la cabeza rapada y una incipiente barba, un aspecto que algunos medios calificaron de nuevo, cuando en realidad esa imagen ya la experimentó en 2010 al rodar ‘Desde París con amor’. Fue un trabajo interrumpido por acciones violentas de los barrios marginales donde filmaban y que obligó al actor a parar el rodaje.
Por esa razón, él y su familia cambiaron el hotel Intercontinental de la capital del Sena y volaron a Barcelona en su jet privado donde pasaron un par de días y donde le localizamos, aunque nos costó reconocerlo, todo sea dicho, cenando en El Tragaluz. En este caso Travolta ha adaptado un “look” de ficción a la vida, posiblemente por cuestiones prácticas. Tampoco se trataba de un cambio complejo, sino algo que se solucionaba con una visita al peluquero.
Más suerte y más riesgo corrió Christian Bale, flamante ganador el pasado domingo de un Globo de Oro por ‘El vicio del poder‘, que tuvo que engordar 20 kilos para ser Dick Cheney, vicepresidente durante el mandato de George W. Bush. No era la primera vez que Bale se sometía a una dieta por exigencias del guion, ya lo hizo al rodar ‘El maquinista‘, dirigida por Brad Anderson, con Jennifer Jason Leigh y Aitana Sánchez Gijón. Papel por el que tuvo que perder treinta kilos y que le llevó a ganar el premio del festival de Sitges. En este caso, lo malo fue que tras ‘El maquinista’ tuvo que ser Batman y recuperar masa corporal a marchas forzadas.
Tenemos la versión española en cuerpo y alma de Javier Bardem, que pasó de relativamente famélico joven en ‘Jamón, jamón‘, al tremendo Anton Chigurh de ‘No es país para viejos’, por el que se llevó un Oscar. Todo esto pasando por el Ramón Sampedro de ‘Mar adentro‘ o ‘Silva’, el más malvado y carismático de los enemigos de James Bond en ‘Skyfall’. Éstos y toda una serie de personajes y caracterizaciones perfilan al que es uno de los grandes actores de la pantalla internacional.
A veces no es necesario que un actor invierta horas caracterizándose para una personaje, que debe ser un incordio cuando se trata de una función de teatro diaria. Por eso, Bradley Cooper lo simplificó al máximo al representar en Nueva York ‘El hombre elefante‘: salía con un calzoncillo, acotaba voz y gesto y ya estaba el monstruo en escena sin afeite alguno. Evitaba así las terribles sesiones que sufrió John Hurt al rodar el filme del mismo título, un esfuerzo que le llevó a ganar un Bafta, pero con el que no alcanzó ni el Oscar ni el Globo de Oro.
Meterse en la piel de otro tiene sus consecuencias en la vida real. Pienso en la ficción de Al Pacino, el policía feliz con su esposa de ‘A la caza’ (Cruising), que termina con serias dudas sobre su identidad sexual tras frecuentar unos ambientes proclives a ello. Una mutación emocional significada por un vestuario leather, un peinado ad hoc y un surtido de camisetas de tirantes. Por otra parte, Pacino no es de los que se haya manifestado por alterar rostro o cuerpo, algo en lo que es experto su amigo y colega, Robert de Niro, cuyo personaje de Jake LaMotta en ‘Toro salvaje’ le obligó a ganar y perder kilos. Una experiencia tan peligrosa como agradecida, pues él sí se llevó los dos premios gordos del cine americano.
Inquietantes son las caracterizaciones de varios de los personajes de la franquicia Harry Potter, aunque para no hacer una relación exhaustiva señalaremos solo a uno. El elegido es el polifacético Gary Oldman, que interpreta al profesor Sirius Black tras haber sido un terrorífico vampiro en el ‘Drácula’ de Bram Stocker.
Coloristas son las creaciones de Johnny Depp, un camino que va desde sus ‘Piratas del Caribe‘ al Willy Wonka de ‘Charlie y la fábrica de chocolate’, pasando por múltiples creaciones como ‘Eduardo, manos tijeras’, los varios de ‘Ed Wood’, uno de ellos una mujer; ‘Antes que anochezca’, donde tenía un doble papel, uno de ellos el travestido Bon Bon; o el indio Toro de ‘El llanero solitario’.
Tecnología a parte hay actores que apenas necesitan un toque para cambiar de identidad. Como Tilda Swinton, cuyo aspecto andrógino le permite interpretar personajes tanto masculinos como femeninos. A a sus 58 años, esta antigua compañera de pupitre de Diana de Gales, puede ser un vampiro de 3.000 años con apenas un retoque de maquillaje, un profesor de 83 en su último filme, ‘Suspiria’, como fue un héroe romántico en ‘Orlando’, su primer rodaje de éxito donde, curiosamente, el papel de Ia reina Isabel I lo interpretaba un actor, Quentin Crisp. Todo ello sin olvidar el clasicismo de una belleza y un estilo tan inquietantemente femenino que te cuestionas dónde oculta su lado masculino porque ni se le ve, ni se le adivina. Pero se le espera.
Gracias a la técnica algunos de estos cambios cinéfilos se resuelven en el laboratorio y no necesitan pasar por chapa y pintura (maquillaje, peluquería) para interpretar sus personajes. Es el caso de Gwyneth Paltrow, terriblemente gorda en la realidad cinéfila de su enamorado que la imagina con silueta escultural en ‘Amor ciego’. Y gordos también estaban algunos de los caracteres que encarnaba el hoy un tanto desaparecido Eddie Murphy (padre reciente de su hijo número diez), en algunos filmes como ‘El profesor chiflado’, remake de la película de Jerry Lewis, y ‘Norbit’, donde corría con varios tipos.
El cambio de sexo siempre ha sido una de las transformaciones más agradecidas, contemplando un amplísimo abanico que va del drama a la comedia. Del trabajo de Eddie Redmayne en ‘La chica danesa‘, a la ‘Señora Doubtfire’ de Robin Williams, una suerte de ‘Tía de Carlos’ de nuestro entrañable Paco Martínez Soria. Sin olvidar el portentoso trabajo de Jared Leto en ‘Dallas Buyers Club’, donde encarnaba a un travestido por el que ganó un Oscar.
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