Después de los atentados en París, necesitaba ver belleza. Eran tantas las noticias que seguí en forma simultánea por Twitter y las páginas de CNN, NYT y El País, que me sentí abrumada por el dolor. Porque #TodosSomosParis no es un hashtag, es un sentimiento. Así que después de esa noche fatídica, partí el sábado por la mañana a Neue Gallery con un solo objetivo: ver el retrato de Adele Bloch-Bauer I pintado por Gustav Klimt (1907).
No tuve que esperar mucho tiempo para entrar al museo, ya que la locura que produjo la exposición sobre Adele y Klimt, abierta al unísono del lanzamiento de la película “Woman in Gold”, había pasado. Pero su derrotero histórico estaba allí: nadie puede quedar indiferente a la férrea lucha que dio María Altmann, su sobrina. O el saber que fue comprado en 2006 por la suma de $135 millones de dólares, la más alta hasta entonces jamás pagada por una obra de arte.
Allí estaba ella, Adele, con sus labios y mejillas ardientes evocando sensualidad. Su mirada lánguida y su mano torcida de la que era penosamente consciente. Su magnífico traje en oro y plata, inspirado y trabajado con distintas técnicas de relieve, mosaico bizantino, esfumado japonés e iconografía egipcia. Estar físicamente en la sala, sentarme en la banqueta acolchada, comprobar lo etérea que fue su vida y, a la vez, magnífica. Mis neuronas conectaron palabras como frágil, sobrevivir, serenidad, contemplación, fuerza, belleza.
Cuando murió mi padre, me enojó que su escritorio, sus libros, su sillón, en definitiva, sus cosas, lo sobrevivieran. ¿Por qué duran más las cosas que las personas?, me pregunté y creo que le di un puntapié a su mesa de caoba. Y ahora muchas personas están detenidas en ese espasmo por la partida de un amado. Cómo expresamos cuando no hay palabras que traduzcan el estado en que nos queda el cuerpo. Yo no tengo más que dos medios. La oración interior y volver a la naturaleza a través de las flores.
La exposición ‘Floating Flower Garden‘ se montó en París entre el 4 y el 8 de septiembre para conmemorar el 20 aniversario de Maison & Objet, la mayor feria de estilo, diseño y decoración francesa. Ideada y materializada por TeamLab, un colectivo de tecnología digital, su objetivo fue crear la sensación de levitar entre flores. Una metáfora inspirada en la leyenda de un monje budista que sostenía que así como nosotros miramos a las flores, ellas nos miran a nosotros. “Las flores y yo tenemos la misma raíz, el jardín y yo somos uno”.
El misterioso jardín se movía a medida que el visitante se desplazaba, creando un domo a su alrededor. Raíces, tallos, flores, pistilos, vivos, coloridos, más o menos fragantes según la hora del día. 2,300 plantas aéreas y orquídeas para conectarnos con la tierra desde el cielo. Esta semana necesito seguir buscando la serenidad perdida. Seguir pensando que la compasión y la ternura algún día moverán el mundo. Que El Principito, efectivamente, bajará de su planeta y abrazará la Torre Eiffel. Que mi tristeza se apagará con una lluvia de flores.
*Fotos: Anne-Emmanuelle Thion y TeamLab *Video: TeamLab, 2015, Interactive Kinetic Installation, Endless. Sound: Hideaki Takahashi
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