CULTURA

‘Todos lo saben’, lo último de Pe y Bardem, a un paso de los Oscar

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A última hora de la tarde de ayer recibí una invitación para ver ‘Todos lo saben’, la película del iraní Asghar Farhadi (Oscar por ‘El viajante’ en 2012 y otro por ‘Nadar y Simin, una separación’ el año pasado, ambas en la categoría de filme de habla no inglesa). Al lado de ‘Campeones‘, de Javier Fesser, y ‘Handía’, de Aitor Arregi y Jon Garaño, la cinta opta en esta ocasión al mismo premio en esa categoría para la edición del año próximo.

Para ello el presidente de la Academia de Cine, Mariano Barroso, dará a conocer mañana cuál de las tres viaja a Hollywood a recibir el placer y acceder así al galardón. Sin haber visto estas dos últimas, a priori me daba una cierta inquietud opinar sobre ‘Todos los saben’. Luego un triunvirato me espantaba: director iraní, drama, ambiente rural… todo junto y en septiembre, mes melancólico propicio al desánimo y la depresión. Me predisponía a sufrir en vano, o sea, a vivir un drama (yo es que me identifico con todo) sin posibilidad de intervención y volver a casa con el corazón encogido.

A pesar de todo, fui.

Parte del reparto de ‘Todos lo saben’. Fotograma de la película

Sorpresa: la audiencia estaba plagada de nombres populares y conocidos, desde Isabel Coixet, recién llegada de Martha’s Vineyard; a Rosa María Sardá, que con sus gafas de Ra (sol en egipcio) nunca sé si me ve o no me ve. Como no me dijo ni media deduzco que no me quiso ver. Estaban Carles Puyol y Vanessa Lorenzo, que me enseñaron las fotos de sus hijas, dos bellezones como mamá (sorry, Carles, son como la mami); la eterna madame, la direttrice de Fotogramas para la eternidad, Elisenda Nadal; el director Cesc Gay; y Paco Mir, una pata de Tricicle (que vuelven al teatro en breve  con el recopilatorio ‘Lo millor de lo millor de lo millor’), en lo que sería su despedida de los escenarios.

Con él estaba su hijo Max, fruto de su unión con la hermosa y recordada Bene, un chaval de 19 años, más alto que todos, que estudia en Londres, al que le gusta el cine y tiene planta y con el que Javier Bardem cuenta para su nuevo corto. Y llegaron dos de los hombres de la peli, Eduard Fernández y el propio Bardem, que se pilló la mochila, la gorra y un Ave y se plantó en Barcelona. Entre varios infiltrados (como habrán visto) había muchos miembros de la Academia del Cine a quienes iba destinado el pase.

Y empezó la película.

Javier Bardem y Eduard Fernández ayer en el pase privado de ‘Todos los saben’. Foto: Josep Sandoval

Desde el primer plano, el filme te arrastra por un camino bien planificado que te aborda y te cautiva. Hay una primera parte que te arrolla como una apisonadora, hay que estar bien preparado para conocer a todo el reparto al que el director muestra de un modo violento pero sin agresividad. La presentación de personajes es bárbara, desfilan ante nosotros sin prisas ni pausas pero con garra y nervio. Pisando fuerte aparecen Penélope Cruz y Carla Campre, madre e hija, que acaban de llegar de Argentina y las recoge Inma Cuesta, hermana de Pe. Desde el coche que las lleva a la casa familiar en el pueblo de donde son oriundas, llaman a Ricardo Darín, marido de Pe, que no ha podido viajar. Ya en el pueblo, el resto de la familia, reunida para celebrar la boda de Cuesta con Roger Casamajor, su novio catalán, el resto van apareciendo entre fogones, paisaje, terraza e interiores.

De Elvira Mínguez, hermana mayor de Pe e Inma, a Eduard Fernández, su marido, más la hija de ambos, Sara Sálamo, Ramón Barea, el abuelo patriarca y, en una aparición esporádica, el increíble Jordi Bosch, en un cameo como padre de Casamajor que llega para el enlace y con quien cruza cuatro frases (tiene texto mínimo), en catalán. Y aparece Javier Bardem. Su nombre sabe a viñedo, y su mujer, Bárbara Lennie, aunque quién sabe si tal vez aún no ha olvidado a Pe, su amor antes de la llegada de Darín. Pero no pienso soltar ni un spoiler, porque es un filme de visión obligada.

Penélope y Javier Bardem son ex pareja en la película. Fotograma de la película

La trama feliz, apabullante, ágil, a todo gas, se rompe y estalla la tormenta, física y terrenal. Y con la lluvia  empieza el desmoronamiento de todo ese paisaje de fiesta, de vida, de vino y rosas porque el primero se agria y las segundas sacan sus espinas a la lucha. La falta de luz auspicia el drama y las almas empapadas tiemblan ante la nueva situación, ese saltar de la inquietud al desasosiego, de la violencia a la envidia, del rencor a los ajustes de cuentas, estalla ese detonante oculto que toda familia guarda en su interior  y que se pone en marcha ante una provocación accidental (y escribo provocación para no dar ni una pista). Pero sepan que cualquier alteración del orden establecido que desencadena drama, lo es.

La segunda parte del filme es un panel de odios, mentiras, amores renunciados, ambiciones y envidias, sentimientos encontrados y sorpresas, la mayor parte de las cuales son para Bardem, al que le caen los giros de guion como una bendición, pues está genial el hombre afrontando los acontecimientos con una raciocinio digno de admirar. Pero es Penélope, su ex amor en la película, la que se lleva el gato al agua con un desgarro nada artificioso, digno de Oscar, retando a la cámara a rostro descubierto, afrontando la situación con dolor y sufrimiento pero desde una cordura que nunca desborda al personaje. Penélope, bellísima aun sin maquillaje, está inmensa en su control, en su llanto, en sus (pocos) silencios y en su desespero: su agradecido papel fue un regalo que ha aprovechado muy bien.

Eduard Fernández en un fotograma de la película. Fotograma de la película.

Y está Eduard Fernández, perfecto con sus teorías nada desdeñables sobre el desconcierto y que hace dudar al espectador, cuya única referencia es el personaje de Roger Casamajor: comparte con él la ignorancia del asunto, porque tampoco lo sabe. Roger, que está ensayando ‘Maremar’, lo nuevo de Dagoll Dagom con música de Lluís Llach, cuenta que Farhadi lo vio en ‘Pa negre’ y quiso contar con él, con poco texto pero eterna presencia en pantalla. Dice que lo citó en Madrid y estuvieron hablando dos horas y salió no sólo con el papel sino también con las coordenadas. Perfeccionista al máximo, podían repetir un plano veinte veces pero nunca una mala palabra, un gesto negativo, todo en una corrección en puro contraste con la historia que es un sarpullido en ebullición permanente.

Sinceramente, no sé si será la película que elija la Academia, pero es un filme tremendo, con una España rural fuera de tópicos, aunque se escuche a Las Grecas, sin paisajes desolados ni rostros aceitunos, ni cuadros de vino tinto en tabernas encaladas, ni azulejos bicolor. Hay viñedos y negocios, una boda apetecible con luces por docenas. Y hay una familia de la que, como muchas, líbranos señor. Una familia en la que al parecer, menos Roger Casamajor, todos lo saben. ¿El qué? Vean la película.

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