Como es lógico, el atípico confinamiento al que hemos tenido que someternos a la fuerza ha afectado a cada persona y a cada familia de distinta manera. Para quienes peor lo han pasado, quienes se han enfrentado a la enfermedad o a la pérdida, o aquellos para quienes las condiciones de vida en casa han sido realmente hostiles, se abre ahora a un duro periodo de readaptación, de cambio y de sanación. No podemos olvidarnos de ellos. A partir de ahora, no podemos permitirnos, como sociedad, que tantas y tantas personas se vean condenadas a sufrir solas las consecuencias de una herida psicológica tan profunda.
Otros muchos se quejan con tibieza y hasta con culpa, pues son conscientes de que, al lado de determinados dramas vitales, lo suyo es un mal menor. Pero no por ello podemos infravalorar su experiencia ni los esfuerzos que su día a día requiere. Me refiero a varios millones de papás y de mamás desbordados, padres agotados y cansados hasta el extremo, que quizá han tenido la suerte de no lidiar con la enfermedad, pero que siguen sufriendo aún por muchos meses los daños colaterales de esta crisis.
Pasar tiempo en familia es siempre deseable, pero una cosa es compartir tiempo de calidad con los niños y otra bien distinta es tener que estar confinado con ellos, por obligación, durante dos larguísimos meses. Y lo que nos queda… Porque es cierto que las restricciones han empezado a relajarse – todos lo notamos y a todos nos es grato recuperar bocanadas de normalidad – pero no es menos cierto que el horizonte para las familias con niños sigue sin ser halagüeño. Ni hay clases, ni se esperan. ¡Y el pluriempleo de los padres en casa está acabando con su paciencia!
Ay, el pluriempleo y la tiranía de la auto exigencia, cuánto daño están haciendo… Padre y cuidador, por supuesto, y, además, profesor, cocinero, monitor de tiempo libre, mediador, encargado del orden y de la limpieza, teletrabajador… Y todo ello sin dejar de ser hijo a su vez, hermano, amigo, pareja… Son demasiados roles los que una misma persona ha de desempeñar, en muchas ocasiones sin ningún tipo de ayuda.
Debido a toda esta fusión de roles y saturación de espacios, tanto pequeños como mayores acusan ya el cansancio de tantas semanas de estrecha convivencia. En los niños se aprecian, de manera intermitente, síntomas de ansiedad, hartazgo, desmotivación y aburrimiento, que en los casos más visibles dan lugar a rabietas, situaciones difíciles de manejar y hasta conductas regresivas.
En los papás también hay cansancio y ansiedad, pero no solo eso. La ira y la frustración por no llegar a todo o llegar de mala manera se intensifican, se exacerban y hasta se transforman en culpa. Muchos me cuentan en consulta que no pueden más, que necesitan parar, necesitan silencio, tiempo, tranquilidad, evasión.
Muchos de los padres y madres agotados que atiendo en consulta – todavía de manera telemática dadas sus limitaciones logísticas – ansían su hora de terapia porque es el único momento del día que pueden dedicarse a sí mismos. Pero ni siquiera llegan a sentir todo el sosiego que querrían, porque en cuanto experimentan el más mínimo alivio resulta que la culpa va de la mano. Así de paradójico es el funcionamiento de nuestra mente. Y así de pesadas son las cargas y las responsabilidades que sobre los padres están recayendo en exclusiva.
¿Cómo hacer para sobrellevar esta situación de la mejor manera posible ¿Cómo descargarnos sanamente para encontrar algo de alivio y una mínima liberación? ¿Cómo dejar de sentirse culpable por no llegar a todo?
La casa no va a estar nunca tan limpia como deseas, la comida no será tan elaborada como te gustaría y los niños no van a respetar las normas tan fielmente como querrías. Tú no vas a estar siempre «a la altura de las circunstancias» y alguna vez gestionarás la convivencia de un modo que se te vaya de las manos y en el que ni siquiera te reconozcas. Estarás fuera del tiesto más tiempo del que querrías, como fuera del tiesto está todo lo que está pasando a nuestro alrededor a consecuencia de la pandemia. Incluso en el trabajo será necesario aceptar que tu nivel de rendimiento no puede ser el mismo.
Aceptar no es resignarse, puedes seguir planteándote ciertas metas, pero asume que no pueden ser tan ambiciosas como lo han sido en otras etapas. Permítete ser uno de esos padres agotados y asume que ya vendrán tiempos mejores.
Igual algunas tareas podrían haberlas asumido un poco más tarde o en otra situación, pero es que esta situación no era predecible y el contexto cambia necesariamente el curso ideal de los acontecimientos.
En función de la edad de cada uno, en función de su potencial y también de sus limitaciones, todos en casa deberán asumir necesariamente nuevas tareas. Encargarse de su cuidado con mayor autonomía, y asumir responsabilidades de todo tipo para garantizar la convivencia y el bienestar colectivo.
A nivel educativo esto es una experiencia valiosísima y puede dejar una huella muy positiva en los más pequeños. La autonomía es la base de una sana autoestima.
Si sois dos, y tratáis de organizaros siguiendo los mismos parámetros de siempre, es muy posible que os sintáis exactamente igual de desbordados sin que necesariamente estéis siendo tan productivos como podríais ser. Uno se encargaba de las comidas y otro de las cenas, uno de los deberes y otro de los baños… Sí, y también los niños estaban acostumbrados a que así fuera, y hay cosas que hacen de mejor gana con uno que con otro. Pero ahora sois unos padres agotados y muchas de las tareas que antes fluían ahora son absolutamente incompatibles. Ahora es necesario repartir tareas y hasta organizar turnos de «vigilancia«.
¿Que no es lo ideal? ¿Que a los niños les gustaba más de la otra manera? Pues claro, no hay nada ideal en una pandemia mundial, pero tu salud mental y tu descanso físico están por encima de todo.
Siempre con flexibilidad, por supuesto, porque ya hemos visto que los planes pueden cambiar de un día para otro, pero de manera que en la casa parezca, al menos, que sí hay orden y concierto.
Los horarios y las rutinas, así como las normas y los límites han de estar perfectamente claros, y deberán ser respetados también en «vacaciones». De los niños, claro, tuyas no.
Este año es diferente y todos arrimamos el hombro. No es que todos los días sean lunes, esa consigna cuasi militar ya pasó a mejor vida y es improcedente. Pero sí es cierto que el contexto obliga a una mayor disciplina para que la armonía reine en el hogar.
Sí, ya sé que a veces no es posible, pero otras muchas veces lo que sucede es que querrías no tener que recurrir a ella, y te cuesta horrores pedirla. Bueno, pues este es el momento de tirar de una de las estrategias de afrontamiento más maduras de todas las que el ser humano dispone: pedir ayuda a los que nos rodean. Tíos, abuelos, primos y hasta vecinos pueden sernos de utilidad en un momento dado.
Querrías poder llegar a todo, pero no es humanamente posible y desgastarte por el camino te aseguro que no es una opción sostenible en el medio y largo plazo. Piensa, además, que esto se prolonga en el tiempo y que lo que hoy pueden hacer otros por echarte a ti una mano llegará un momento en el que tú puedas devolverlo de manera recíproca.
Posponer no es procrastinar, es planificar para más adelante todo aquello que ahora nos desborda. No es este el momento de tomar grandes decisiones ni de extraer importantes conclusiones. No puede razonarse de manera generalizada a partir de hechos y situaciones excepcionales. Muchas de las cosas que tenías previsto que sucedieran este año tendrán que esperar. Tendrás que encargarte de ello más adelante, y esto no es fracasar sino ser inteligente y pragmático. En este caso, el orden de los factores no altera el producto.
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