MASCOTAS

Diarios de Canela: Mi ama y yo

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Canela y su ama

Como les anticipé la semana pasada, en casa de los Puig Barreiro hay una indiscutible líder de la manada: mi ama. Yo, por mi ama… renuncio a un plato de comida (eso sí, sólo en circunstancias extraordinarias y sin que constituya precedente, que una tiene su dignidad). Recordarán que el pasado miércoles compartía con ustedes mi versión particular de la Pirámide de Maslow, con la que muchos canes y no pocos humanos se sintieron identificados, especialmente en las redes sociales desde las que mi amo comparte, entre otras cosas, mis vicisitudes. Más abajo tienen mi visión.

Se preguntarán ustedes el porqué de ese orden concreto en la cima de la pirámide. Les podría contestar que se trata de puro instinto y no faltaría a la verdad, pero sé que esperan de mí que desarrolle algo más mis afirmaciones. Me debo a mis lectores, como perrita generosa y agradecida que soy. Cabe destacar que somos una manada familiar pequeña: tres miembros humanos y esta que les escribe, por lo que me  resultó fácil desde el principio establecer las jerarquías.

A mi mismo nivel en la cadena de mando esta mi amita Itziar, compañera de juegos y travesuras desde que era cachorro. Itziar es “colegui” y como iguales nos tratamos. La obedezco, sí, pero de aquella manera, como de favor, para no hacerle quedar mal y advirtiéndole con la mirada que “sé de qué vas, bandida”. De la misma manera, ella conoce todas mis triquiñuelas, teatrillos y chantajes emocionales y me contempla con una sonrisa de “a otros con ese cuento, perrucha”. Entre pillas anda el juego, está claro.

Pirámide de Maslow. Canela edition

Un escalón por encima en la estructura jerárquica familiar está mi amo, que como saben también es mi esclavo literario (bastante esforzado y cumplidor, por cierto). El problema con él es que en cuanto cruza el umbral del hogar, hace entrega voluntaria del bastón de mando y relaja sus labores directivas habituales. Conmigo a veces se las da de mandón y tal, pero es un consentidor nato. Basta vernos pasear juntos: le suelo llevar por donde me place. Él se pone sus auriculares para escuchar jazz y me deja meterme en setos y rincones, detenerme a olfatear cada tres pasos y cosas así. Y con la comida ocurre lo mismo: le echo un par de miradas tiernas, y lo tengo en el bote. Siempre cae algo.

Pero mi ama es diferente. Me mira y me desnuda toda. Conoce todas mis intimidades y reacciones, y yo sé lo que está pensando con solo levantar la ceja o esbozar un gesto admonitorio. Una mirada seria de mi ama me hace temblar hasta los pelillos del hocico, así como una sonrisa suya ilumina mi existencia como si fuera un reconfortante solecito. Y no digo nada de sus caricias, con esas manos diseñadas para elevarme al nirvana perruno. Ay.

Mi ama y yo, listas para el paseo

Pero ojo: mi ama es también sinónimo de disciplina y pocos cuentos, algo que los perros respetamos mucho. Las salidas con ella son actividades serias y no erráticas extravagancias entre la pastura. Paso ligero, mirada al frente, perfil aerodinámico y venga, a andar unos  kilómetros antes del desayuno. Y eso que a mí, pasear a horas tan tempranas sin haber llenado el buche, como que me lo ahorraría, pero no me queda otra. Que conste que al final se lo agradezco: regreso fresca y tonificada al hogar y con más hambre que Carpanta. Disfruto el doble de mi plato y del posterior descanso. Y oigan, mantengo un tipazo magnífico, envidia de los vecinos caninos de la urbanización, casi todos entraditos en carnes por el exceso de fast food y vida sedentaria.

Con la comida ocurre lo mismo: nada de lanzarme al comedero como una bruta sin modales. Hay que sentarse y aguardar con la debida distancia de seguridad a que me rellenen el plato, ya sea con pienso o deliciosos manjares humanos. Dicen que resulta gracioso verme más tiesa que una esfinge, aunque algo temblorosa y salivante, mientras espero que me den el OK para comer. Yo la gracia no se la veo por ninguna parte, más bien creo que roza el maltrato animal, pero bueno…

El ama es también quien me ha enseñado a no subirme a los sofás ni a las camas, a respetar los espacios humanos y a no ser una cabra loca con los extraños que llegan a casa. Todo lo dicho ha creado entre nosotras un vínculo irrompible que no puede explicarse con palabras. Es por eso que sigo muy de cerca sus movimientos y gestos, tanto para buscar su aprobación como para comunicarle mis variadas intenciones y estados de ánimo. Bueno, por eso y por la comida: ella es la primera proveedora nutricional del hogar. Sólo por ello ya dispondría de mi obediencia absoluta, aunque la adoración que le tengo, como ya les dije al principio, va mucho más allá de un quítame allá ese plato. Guau.

Sebastián Puig Soler

Oficial del Cuerpo de Intendencia de la Armada, escritor y conferenciante. Actualmente trabaja en Washington DC en temas financieros.

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