El 15 de abril de 1912, y en su viaje inaugural, se hundía el Titanic. Mucho se ha escrito, novelado, publicado y llevado a la gran pantalla sobre aquel suceso que impactó al mundo, pero seguro que pocos saben que entre los restos del pecio se encontró una caja de metal que contenía tofes de Arrese. Aprovechando que el Nervión pasa por Bilbao y que estamos de aniversario de la tragedia, os traigo a El Rincón de Carla una breve historia de la mítica pastelería y de cómo aquellos caramelos llegaron hasta las bodegas del Titanic.
La historia de Arrese es ejemplo de innovación, creatividad, apuesta por la calidad, mucho trabajo y ganas de salir adelante. Pero también es la historia de grandes mujeres que desde el siglo XIX fueron clave para que hoy en día, la Pastelería Arrese 1852, sea una de las más reconocidas de España y de las más antiguas. Siempre, sin perder el vínculo con la familia.
En 1850, Ildefonso Arrese, obligado por la revolución industrial que estaba acabando con las fraguas de Ochandio, se traslada a la capital. Su familia llevaba ocho generaciones trabajando en las famosas fraguas de Ochandio, pero al no poder competir con Altos Hornos de Bilbao, deben buscarse una nueva forma de ganarse la vida.
Así, junto a su esposa Catalina llega a Bilbao y juntos abren un ultramarinos en la calle Bidebarrieta 13, según los archivos de Bilbao a los que tuve a bien visitar durante un programa de ETB. Catalina pone a prueba su pasión por la repostería y en poco tiempo aquel ultramarinos deja de vender “de todo” para centrarse en sus dulces. Según los mismos archivos, en 1852, Arrese ya es una pastelería. Desde entonces esta fecha será parte del icónico nombre.
Con trabajo, esfuerzo y ahorro acabaron comprando el edificio y ampliando el negocio. En su obrador se fabricaban pasteles y tartas, pero también chocolates, bombones y unos caramelos que fueron pioneros en España, los tofe, elaborados con leche condensada. Tanta fama llegaron a tener aquellos caramelos de Arrese que una mujer de la alta sociedad bilbaína quiso hacerlos llegar a unos amigos de Nueva York.
La familia Matiartu era amiga de los recién casados, Víctor Peñasco y Castellana, empresario madrileño y nieto de José Canalejas, y de su joven esposa, María Josefa Pérez de Soto. La joven pareja estaba disfrutando en París de su luna de miel cuando recibieron la caja de caramelos con la misión de hacerla llegar a otros amigos de Nueva York.
Hasta los Matiartu había llegado la gran noticia que se chismorreaba por los círculos de la alta sociedad bilbaína. Los recién casados tendrían la oportunidad de embarcarse en el viaje inaugural del crucero más grande del momento, un gran barco llamado Titanic. La familia Matiartu no perdió oportunidad, les hizo llegar los caramelos a París y así fue como una caja de tofes Arrese embarcaba en el puerto de Cherburgo, una vez que el Titanic cruzó el Canal de la Mancha.
Tras el hundimiento, Víctor consiguió meter a su esposa y la doncella que les acompañaba en una de las lanchas salvavidas. Él falleció congelado, y los caramelos dentro de su elegante caja de metal permanecen desde la madrugada del 15 de abril de 1912 a 4.000 metros de profundidad.
Regentaba la pastelería Francisco, uno de sus hijos de Ildefonso y Catalina, pero pronto fue inhabilitado por su familia al considerarle un despilfarrador y mal hombre para los negocios. Arrese pasó entonces a sus hijos, que profesionalizaron el negocio familiar. Ellos comenzaron a abrir más tiendas y montaron la fábrica de caramelos y bombones.
Cuando en 1923, finalizado el Ensanche de Bilbao, inauguran la fastuosa tienda de la Gran Vía, mi bisabuela, Concha Arrese, queda encargada de la misma. Con el tiempo se convertiría en la tienda más emblemática de la ciudad. Probablemente la más antigua y con seguridad, la única que mantiene el mismo aspecto que cuando se inauguró. Aquella decoración modernista que la convirtió en la pastelería más lujosa y exquisita de Vizcaya.
En 1936 Arrese contaba ya con cinco tiendas y un salón de té. Su fama comenzaba a cruzar fronteras y aunque los tofe nunca llegaran a Nueva York, no había celebración que se preciara que no contara con pasteles, pastas de té o bombones de la firma. Sin embargo, estalló la Guerra Civil, y como todo en España, el negocio también sufrió el desabastecimiento y el cierre de sus pastelerías. La tienda de la Estación se convirtió en comedor social.
Siendo niña recuerdo las historias de mi bisabuela Concha contando cómo de estraperlo traían azúcar y harina para continuar elaborando pastas y caramelos, aunque sin la sofisticación de los años veinte. Concha Arrese jamás se desmoronó, ni siquiera cuando su primo hermano, ministro de Franco, le negó ayuda cuando les pillaron importando azúcar sin justificar. Aquella sanción supuso el cierre temporal de las pastelerías y aún más pérdidas económicas.
Aquella mujer de armas tomar fue capaz de superar todos los impedimentos, crisis y contratiempos de la post guerra. Volvió a abrir la pastelería de la Gran Vía 24 con su propio obrador, mientras sus hermanos responsables de otras tiendas y de la fábrica de caramelos acabaron perdiéndolo todo. Ya con mi abuela Carmen Orueta y su hermano Poto como cabezas visibles de Arrese, la pastelería mantuvo la filosofía de “calidad antes que nada”. Mi abuela se ocupaba personalmente de ello, y comenzó el reto de recuperar las seis tiendas que había antes del 36.
Los sobresaltos, la precariedad y los tristes años de postguerra dieron paso en la década de los setenta a años de estabilidad y recuperación. La receta secreta de trufas de nata y chocolate había superado el éxito de los antiguos tofes y llegaban allende los mares, no por barco sino en avión. La tienda del aeropuerto de Bilbao es todo un éxito. A partir de ahí el camino ha continuado a golpe de esfuerzo, nuevos retos y profesionalización. Pero sin perder jamás el carácter original con el que Catalina comenzó a elaborar pasteles. La calidad, de principio a fin.
Carmen Orueta nos dejaba en noviembre sin ver cumplido su deseo de llegar a la pastelería número 6. Hace apenas unas semanas, Arrese la ha inaugurado en la calle Alameda de Recalde, 24 y la modernización de la empresa ha permitido servir online a toda España. Todos estos años ha costado recuperar la normalidad reinante antes de la Guerra Civil. Esperemos que sea por muchos años más que entonces y que Arrese continúe en la familia.
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