No hace tanto tiempo, visitar un cementerio con un interés cultural era un asunto de «gente extraña». Probablemente aún lo sigue siendo a ojos de muchos, pero la «gente extraña» no para de aumentar. Con el respeto a las familias y a sus moradores como premisa principal, muchos camposantos reciben cada vez más la visita de numerosas personas atraídas por la historia y el arte funerario que engalana las últimas moradas de muchos ciudadanos. Algunas de estas obras, esculturas bellas y especiales, se encuentran en cinco cementerios de España. Cinco lugares de visita obligada si te va el necroturismo.
Esta escultura es probablemente la figura artística más bella en un camposanto español. Para disfrutar de toda su belleza hay que trasladarse al cementerio barcelonés de Poble Nou. El beso de la Muerte es para muchos aficionados a pasear por estos lugares con mirada artística, una de las obras más hermosas.
Su historia se remonta a 1930 cuando la familia Llaudet encarga su creación para recordar eternamente a un hijo desaparecido. Los versos de Jacinto Verdaguer esculpidos en el epitafio de la tumba reflejan a la perfección la escena recogida en la obra:
«Y su joven corazón no puede ayudar;
en sus venas la sangre se detiene y se congela
y el ánimo perdido abraza la fe.
Cae sintiendo el beso de la muerte».
Sobre su autoría hay dos corrientes. Se sabe que la obra fue realizada en el taller del escultor Jaume Barba. Sin embargo algunos expertos consideran que el verdadero creador fue Joan Fontbernal, yerno del propietario del taller y al que se le atribuían mejores dotes creativas.
Otra de las obras imprescindibles para los amantes del arte funerario es El Mausoleo de Julián Gayarre. Para descubrirlo hay que visitar la localidad navarra de Roncal. Se encuentra en la zona de los Pirineos, a unos 88 kilómetros de Pamplona. Allí, en su pequeño cementerio, se encuentra esta espectacular escultura que honra la memoria del tenor Julián Gayarre, oriundo de la localidad.
La obra recibió la medalla de honor en la Exposición Universal de París de 1900. La reina regente María Cristina quiso instalar este mausoleo junto al Teatro Real de Madrid, pero la familia del músico se negó. Un año después se convirtió en el principal atractivo de este pequeño cementerio. El conjunto es original del artista valenciano Mariano Benlliure, autor de algunas de las esculturas más brillantes de nuestro país. El sarcófago de mármol está rodeado de escenas alegóricas de la música.
El arquitecto de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, José Llorente, fue el encargado de diseñar uno de los cementerios más hermosos de España. Situado tras la ermita de San Isidro Labrador, en Madrid, el cementerio de San Isidro posee rincones, obras e historias tan eternas como desconocidas para la mayoría de los madrileños. Artistas como Antonio Palacios o el citado Mariano Benlliure dejaron su impronta en numerosos rincones.
Aunque para muchos la obra más hermosa de todo el recinto está firmada por el italiano Giulio Monteverde. Para descubrirla hay que entrar al exclusivo panteón de los Marqueses de la Gándara. Un ser angelical, esculpido en Roma en 1883 y elaborado en mármol de Carrara observa a los vivos sobre la tumba de uno de sus moradores. Los detalles, la calidad y el realismo con el que está realizada la obra la situarían como uno de los principales reclamos en cualquier museo del planeta. El tamaño y el vuelo de sus alas es de una brillantez exquisita.
Morir siendo protestante en el siglo XIX era un problema que la familia del difunto tenía que solventar como podía. Con los cementerios santificados a la fe católica las alternativas eran pocas y variopintas. En Málaga, las autoridades sólo permitían a las familias llevar los cadáveres de noche a la playa y allí eran enterrados en la arena. El mar y los depredadores hacían el resto. En 1829 se puso fin a aquella práctica gracias a la presión del cónsul británico y Málaga cedió un terreno a las afueras de la ciudad para enterrar a los ingleses.
Es el cementerio protestante más antiguo de la España peninsular y posee grupos escultóricos de enorme belleza. Uno de los más fotografiados es el que corona la tumba de Mary Ann Plews. La última morada de Annie, como se la conocía, está custodiada por la estatua de un ángel que porta una cruz. Esta mujer fue esposa de Edwin Plews, uno de los fundadores del Sevilla Fútbol Club. Panteones y tumbas se entremezclan en calles de tierra y patios repletos de calma y espiritualidad. Allí también está enterrado el poeta Jorge Guillén y su esposa, Irene. La pareja lo escogió como última morada porque tenía vistas al mar y por su tranquilidad.
A unos 40 kilómetros de Santiago, en la ría de Muros, se encuentra la localidad de Noia. Destino marítimo en la Edad Media de numerosos peregrinos, el cementerio que nos ocupa se encuentra en la iglesia de Santa María a Nova (1327). Muchos barcos trajeron tierra santa desde la misma Palestina para el mismo en una época en la que fueron enterrados allí numerosos vecinos y visitantes. Entre ellos se cree que había miembros templarios, lo que con el paso de los años hizo crecer su leyenda.
Acrecentada además por el origen no muy concreto de las más de cuatrocientas lápidas y losas con símbolos y signos no identificados que se encuentran en su interior. Muchas de ellas no ocupan ya su lugar original y han dejado paso con los años a modernos estilos funerarios de menor belleza. Pero en siglos pasados, situadas sobre los féretros de sus propietarios, debían causar gran impacto a los visitantes al ser un lugar único en el mundo.
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