Soy de la generación de los que salíamos sin móviles y de cuando las fotos tenían su razón de ser. De esa generación que llamaba a un teléfono fijo, que sabía cortejar y a la que cuando le palpitaba el corazón (porque pensábamos), descubría y sobre todo respetaba la intimidad del otro.
No soy de las que piensa que tiempos pasados fueron mejores, sino que intento adaptarme al tiempo que me toca vivir. Pero esa tradición de respetar lo ajeno, de pensar y saber dónde están lo límites, la llevo conmigo y pienso que es importante transmitirla.
¿Por qué cuento esto? Porque todavía existen lugares en donde la gente no saca el móvil para fotografiarlo todo, ni para hablar en voz alta para que se entere todo el mundo de dónde está y qué hace.
Existen lugares en los que se admira la puesta de sol, se respira, se habla en voz baja y se disfruta de ese momento único que, aunque lo inmortalices con la cámara, nunca más va a volver a pasar. Existen lugares en los que, simplemente, se vive y se disfruta.
El otro día una amiga mía me preguntó por “esos lugares tuyos secretos” del País Vasco francés. Y mi respuesta fue automática: “Mis lugares no son secretos, solo tienes que buscarlos y los encontrarás… si tienes claro lo que buscas. No seré yo quien destruya esa magia”.
Y hoy os voy a hablar de un clásico. Uno de esos lugares de toda la vida -y uno de mis favoritos- para pasar un fin de semana largo en Biarritz. Es el hotel Du Palais, en el que la magia sigue viva a pesar de los que sacan fotos compulsivamente. Desde que era una niña he disfrutado de su gastronomía, de su piscina, de su spa… y ahora, con unos cuantos años más, puedo disfrutar de su hospitalidad.
El hotel Du Palais fue un regalo que le hizo Napoleón III a su mujer, Eugenia de Montijo. Una mujer adelantada a su tiempo, con gran personalidad y temperamento. Ella se convirtió en emperatriz y consiguió ganarse a su pueblo. De hecho, los franceses la adoran.
Su elegancia tuvo una gran influencia en la moda francesa e incluso impulsó la alta costura. También fue protectora de la cultura en general y de escritores y artistas en particular. Fundó asilos, orfanatos y hospitales; y apoyó las investigaciones de Louis Pasteur.
Pero también ayudó a las mujeres. Consiguió personalmente que Julie Victoire Daubié obtuviera la firma de su diploma de bachillerato, logró que Madeleine Brès se inscribiera en la escuela medicina; y concedió a la pintora Rosa Bonheur la Legión de Honor pasando a la historia por ser la primera mujer en conseguir esta distinción. Podría hablar y hablar de Eugenia de Montijo, pero me voy a centrar en su residencia de verano, el ahora Hotel Du Palais.
El edificio conserva su espíritu, de eso no hay duda. Desde que entras y te reciben con una gran educación y amabilidad pasas a otro mundo. Uno de belleza, donde las buenas maneras y el savoir faire te atrapan y sólo tienes que dejarte llevar.
Las habitaciones son amplias y luminosas, con unas vistas que cortan la respiración. Podría estar horas y horas viendo el mar desde el balcón de mi habitación. Ese mar que pasa del azul intenso al verde oscuro en cuestión de minutos, de la calma a la furia en un abrir y cerrar de ojos. Es un espectáculo.
El hotel, que forma parte de la cadena Hyatt, ha sido reformado respetando su esencia, su alma. Adoro empezar el día con una buena caminata parando en el Rocher de la Vièrge, otro de los lugares favoritos de la Emperatriz que, como mi madre, estudió en el Colegio del Sagrado Corazón.
Y eso, marca. Una vez terminado el paseo, una ducha rápida y un buen desayuno con vistas. Mis ojos se clavan en ese mar que me ha visto nacer y del que, cada vez, me resulta más difícil despegarme.
Terminado el desayuno, tengo hora en el SPA. Bajo a saludar a Matilde, una señora estupenda que lo atiende con una gran simpatía y cariño. El espacio ha compartido todo este tiempo una gran alianza con Guerlain, ya que Pierre François Pascal Guerlain creó el Agua de colonia Impériale para la Emperatriz. De ahí que la abeja sea el símbolo de ambas casas.
Sus opciones son infinitas. Puedes disfrutar de su piscina interior, hacerte un tratamiento o lo que más me gusta a mí: tomarme un té después del masaje en su salón-biblioteca con unas elegantes hamacas mirando al mar. Nada me puede gustar más que leer tumbada en esa hamaca frente al mar, es un verdadero sueño.
Paso la mañana, hace un día maravilloso así que decido ir a la piscina a tomar un rato el sol y darme un gran paseo por la playa. La piscina al aire libre está justo al lado de la playa, con un diseño absolutamente bien pensado e integrado en el paisaje. Me gusta el silencio que hay allí a pesar de la gente. En la piscina hay una terracita para comer algo y seguir con el plan de sol.
Hacia las 18.00 suelo abandonar la piscina para arreglarme y bajar al bar Napoleón III, un bar entretenido, con un ambiente relajado e interesante. No suelo tomar cócteles, pero hay uno dedicado a Eugenia de Montijo que me gusta. Sobre todo, me hace gracia lo elegante y sutil que es.
El bar es un lugar perfecto para recibir a tus amigos y luego cenar en el restaurante Côté Maison -La Rotonde o La Terrasse -Côté Maison dependiendo del clima. En temporada, lo que sí es un lujo es Le Sunset, ubicado en el jardín sobre el océano. Un lugar único donde puedes tomar pintxos compañados de los mejores cócteles y buena música.
No todo queda en una foto, ni todo el mundo tiene que saber dónde estás o qué haces. Lo importante es que cuando estés, lo vivas y cuando te atrape la vorágine de trabajo, cierres los ojos y seas capaz de ver y escuchar el mar. Entonces habrá merecido la pena. Vive, disfruta y descubre.
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