El desierto de Judea, tantas veces oído nombrar en las diferentes liturgias, esconde en su realidad un paisaje de contrates con reservas naturales, fortalezas abandonadas, montañas y ríos que fluyen por profundos cañones. Comprendido entre las montañas de Judea y el Mar Muerto y muy cerca de Jerusalén, el de Judea es un desierto pequeño con menos de 1.000 km cuadrados. Famoso por ser uno de los míticos escenarios bíblicos, poco más se suele conocer sobre este espacio natural y sus posibilidades.
Prácticamente despoblado en la actualidad, los asentamientos habitados se limitan casi a las zonas periféricas. A lo largo de la historia, sin embargo, ha sido cuna de grandes fortalezas hoy declaradas Patrimonio de la Humanidad como la de Masada, conocida por su destacada importancia en las guerras judeo-romanas, cuando el asedio de la fortaleza por parte de las tropas del Imperio romano condujo finalmente a sus defensores a realizar un suicidio colectivo al advertir que la derrota era inminente.
También ha sido refugio de rebeldes y fugitivos y de monjes que habitaban en monasterios construidos en la roca. Hace más de 1.500 años se fundó el más famoso de todos ellos, Mar Saba, que cuenta con el título de ser uno de los monasterios habitados más antiguos del mundo y fue uno de los más influyentes en Tierra Santa. A día de hoy, 20 monjes viven en este monasterio ortodoxo fortificado que se alza en una ladera del cañón del río Cedrón y que bien podría ser el escenario de una película de aventuras.
Además del Cedrón, hay varios cursos de agua permanentes y temporales que atraviesan el desierto de Judea dando lugar a desfiladeros profundos y a varios oasis visitables como Nahal Arugot o Nahal Prat. En sus cercanías hay reservas naturales como el Parque Nacional de Ein Gedi, uno de los más importantes de Israel, en la frontera este del desierto junto al Mar Muerto o Einot Feshkha que cuenta con una serie de piscinas de agua mineral abiertas al público.
Existen varias formas de visitar este desierto. Se pueden realizar recorridos en todoterreno, bicicleta o trekking y también es posible pernoctar en su interior en diferentes instalaciones incluyendo algún campamento beduino. La visita siempre es más recomendable en los meses de menos calor.
Por su cercanía es casi inevitable completar la visita con una excursión al Mar Muerto.
Este lago, donde desembocan el Jordán y otros cursos de agua, no tiene salida hacia el mar por lo que los minerales arrastrados por la corriente durante años se han ido almacenado en su interior. La evaporación, además, hace que su concentración aumente dando lugar a una salinidad tan elevada que no permite la vida de peces ni plantas. Tan solo algunos microorganismos están adaptados a vivir en este ambiente. Conocido por ser el mar en el que se puede flotar debido a la gran densidad del agua, un baño en sus aguas suele ser un momento obligado en el viaje.
El desierto de Judea no ofrece dunas infinitas ni grandes extensiones de arena interminable pero sus visitantes están de acuerdo en que tiene su propio encanto. Tal vez sea por haber sido testigo de la historia y por seguir guardando sus secretos o por ser un espacio natural tan diferente del que consideramos ideal. O tal vez la leyenda sea real y es un lugar que ofrece sus propias tentaciones sólo a aquellos viajeros que se atreven a visitarlo.
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