Hacienda Las Mesas, el lugar donde dejarse conquistar por la campiña jerezana
La historia y el sello personal de este lugar es perfecto para todos aquellos que deseen alojarse en un lugar único en la sierra de Cádiz.
En un recóndito lugar de la geografía andaluza, entre Arcos de la Frontera y Jerez, ciudad que históricamente ha vivido del vino, encontramos un cortijo multisecular que sigue manteniendo sus rasgos arquitectónicos originales. La campiña jerezana alberga fincas tradicionales, caseríos que destacan por su castiza arquitectura, algunos de ellos convertidos en casas rurales de hospedaje, ejemplo de ello es Hacienda Las Mesas.
En este, como en muchos otros cortijos andaluces, vivían familias y jornaleros que se dedicaban a la explotación agraria con cultivos tradicionalmente en rotación: girasoles, algodón o remolacha. La finca es propiedad de la noble familia López de Carrizosa, familia jerezana de terratenientes que lleva 800 años en estas tierras.
Hacienda Las Mesas es una casa rural con mucho arte
Cedieron la gestión de la Hacienda al publicista noruego Magnus S. Ronningen, ideólogo del actual proyecto que dirige Marien Atienza, perfecta anfitriona de todo lo que aquí acontece. Ella con su derrame de vitalidad, su sonrisa y su bondad recibe a huéspedes de todos los países. Especialmente noruegos que visitan la casa cada año. La mayoría, repiten, y es en gran parte, por la expresión de plenitud de las gentes de estas tierras.
La construcción original del cortijo de 1590 fue adaptando su uso a lo largo del tiempo. Todo hasta convertirse hace pocos años en lo que es hoy, una casa rural “con mucho arte”. Consta de un patio central, como método de climatización natural, con palmeras y una alberca que generan un microclima más fresco en la casa en estaciones de mayor calor.
En él confluyen los grandes salones y habitaciones, divididos entre dos casas con muros de piedra encalados, revestidos y blanqueados con cal viva. Siete de los dormitorios están situados en la casa más antigua y cuatro en la otra casa remodelada más recientemente. Es decir, 11 habitaciones con un total de 21 camas y 8 baños en el típico estilo andaluz con un diseño muy castizo.
Un lugar único en la sierra de Cádiz
El patio histórico, además de su función climática, su repercusión estética y cultural, sirve como distribuidor de los diferentes espacios de lo que habían sido las llamadas gañanías (espacio común de habitación para los cortijeros), la cocina y las zonas destinadas para la agricultura (antiguos graneros) y la ganadería (cuadras, gallineros, pajares etc.). Y como no, un pozo junto a la entrada principal, al fin y al cabo todo lo necesario para funcionar con perfecta autosuficiencia en el pasado. (Puedes reservar en Airbnb).
Estamos en una Dehesa, un impresionante latifundio de 700 hectáreas en medio de una zona de caza de perdices, entre cerros ondulados de monte mediterráneo autóctono y algunas reforestaciones de algarrobo, acebuche y pino piñonero. La historia y el sello personal de este lugar es perfecto para todos aquellos que deseen alojarse en un lugar único en la sierra de Cádiz con cualquier motivo de celebración. Ya sea una boda íntima alejados del ruido, un grupo de amigos que busque pasear sin los afanes diarios, o incluso una escapada de negocios.
Sorprende la fuerte estética de un paisaje de viñas y de olivos, de almendros, de higueras y de caballos, todos ellos señas de identidad del lugar. Y qué mejor manera de acabar el día que con un paseo a caballo con el mismo Alfonso López de Carrizal, empresario propietario del cortijo Alcántara Ecuestre.
Hacienda Las Mesas se encuentra en un paisaje rural único
Más de ocho generaciones continúan la dinastía de la que Alfonso es parte. Su pasión por los caballos lo ha convertido en un experto jinete profundamente conectado con la tradición y la cultura, convencido de que ésta es “una tierra que cuesta dejarla”.
Recorrer a caballo los repliegues de las colinas en estas tierras pedregosas con sus amplios horizontes, sentir el sosiego y la brisa del mar que llega desde la lejanía bajo una luz que desnuda los páramos secos, disfrutar en silencio de una impresionante puesta de sol, una de las experiencias más inolvidables.
Conectar con un paisaje genuino de una inmensa sencillez como un arcoíris de colores teñido por las viñas, los olivares, los algodoneros, los campos de cereales y los acebuches que pintan de verde, de blanco, de amarillo estos campos ahora desnudos a la espera de ser sembrados. Un paisaje rural que arropa nuestra alma en estos días contemplativos en los que percibes la vida sin lujos, sin estupideces.
Un sorprendente e íntimo cortijo que te sorprenderá
Venir a disfrutar del silencio, la quietud, a tomar perspectiva de las cosas en esta íntima calma, casi como un narcótico que te permite fundirte con un territorio, inaccesible para el que no se permite emocionarse.
Así es la campiña jerezana con su tierra de albariza ideal para el vino de Jerez, uno de los más maravillosos y todavía injustamente infravalorados del mundo, blancos, tintos, fortificados, dulces, el repertorio es infinito. Imprégnate de la lentitud, vivir demasiado deprisa es un error que todos cometemos. Si buscas tranquilidad donde perderte, la peculiaridad de este cortijo austero, íntimo te sorprenderá.
El sol de poniente ilumina los caminos de esta tierra donde crecen también madroños, romero, lentisco, retama, donde conviven luciérnagas, grillos, y abejas. Una tierra que desata un torrente de impresiones, que nos presta su riqueza, que nos permite soñar en un escenario de combates personales, gozar del misterio de la vida, el campo es siempre un espectáculo inagotable.
Se encuentra en una tierra modesta y seductora de toros bravos
Una tierra de cante flamenco, de cofrades, romerías y devotos, donde hubo bandidos, bandoleros y contrabandistas. Una tierra modesta y seductora de toros bravos, de folklore, del fervor religioso de sus gentes, de creencias esotéricas, de viejos oficios y de amantes de la buena vida. Aquí encuentras cultura y esa imagen pintoresca de la campiña auténtica y secreta.
No esperaba conmoverme tanto al ver estos campos de girasoles cortados como un mar petrificado de amarillos, la aridez de estas tierras y lo hermoso que es ver la simplicidad de un paisaje hecho de metáforas. Eran las cinco en punto de la tarde, hora de medirse con los maestros… y yo soñaba con ver de nuevo en los carteles a José Tomás, el magnetismo de su nombre escrito “vivir sin torear no es vivir”… ¿No os parece un silencioso desafío? Los que se juegan la vida. Éxtasis de emociones. Había un lleno absoluto.
¡Volveremos! al silencio inspirador del eterno paisaje jerezano, ese que te atraviesa y te lo da todo.