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La Geria, viticultura heroica en un paisaje descarnado

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Lanzarote, 1 de septiembre de 1730. Fecha crucial. Una erupción en la cadena de volcanes de Timanfaya fue emergiendo uno detrás de otro, era una serie, desde Tinguatón (en Santa Catalina) hasta los volcanes más cercanos al mar. Aquello duró seis años.

Aquel primer volcán escupía el material hacia arriba, el más pesado. La lava gruesa caía en la falda, y la que se elevaba a 400m, que era la ceniza, el viento la llevaba a varios kilómetros de distancia y si cuadraba que era un día de viento todavía más lejos.

El fuego y las llamas se quedaron petrificadas y fueron sepultando pueblos, cubriendo terrenos fértiles hasta dejar una cuarta parte de la isla como una tierra quemada. Los lanzaroteños lo interpretaron como un castigo divino, una maldición.

La vida tras el fuego

Pero tras el fuego, el campesino vio que bajo las cenizas aparecía vegetación y quiso resucitar aquel paisaje aprovechando las cenizas volcánicas que hoy conforman La Geria.

Algunas décadas atrás en esta tierra se cultivaba el cereal. No era una isla con mucho tránsito comercial, salvo con la sal (la industria pesquera necesitaba la sal para conservar); y los campesinos estaban en el campo de octubre a mayo para las cosechas y el resto de los meses también se embarcaban. Era un campesino con pluriactividad para sobrevivir.

La viticultura en Lanzarote es sin duda una de las más especiales del mundo.

El vino que crece en la tierra negra

Fuego ardiente, escasez de agua, tierra descarnada, viento caliente y persistente. Todo esto es Lanzarote, una tierra donde los cuatro elementos se agitan y se conectan. Aquí resulta difícil obviar tanta belleza, porque además todo lo bello tiene ese punto de fragilidad que lo hace todavía más especial.

Lanzarote ha sido durante tres siglos un paisaje devastado y semidesértico que no permite una mirada indiferente. Especialmente el suroeste de la isla donde se encuentra La Geria, que con apenas 5255 hectáreas y la tasa de precipitación más baja de Europa (140mm/año) es un territorio que conmueve, una tierra árida que inspira y nos regala vinos únicos como sus apreciadas malvasías volcánicas prefiloxéricas.

La Geria es un paisaje volcánico natural que se asienta sobre la colada de lava del Timanfaya. Un paisaje natural protegido, singular, mágico pero también es un territorio en riesgo cuya “viticultura heroica” está sustentada por una tradición familiar. La Geria es arquitectura, fuerza estética. La Geria es un territorio descarnado, silencioso y profundo.

Francisco Fabelo, Paco, con su camello Edu y en su pequeña bodega donde elabora el vino ‘Generación 63’.

Los camellos en La Geria

Quedé con Paco (Francisco Fabelo) veterinario y uno de los especialistas en camellos más reconocidos en Canarias, para que me contara la trayectoria del camello en La Geria. Propietario también de unas pocas hectáreas de viña, divide su tiempo entre su amor a este animal y el vino que elabora en su minúscula bodega: Generación 63. En cuanto a los camellos, realiza dos viajes al año al norte de África para instruirse de medicina aprendida de los saharauis nómadas del desierto.

“El camello es tan antiguo como los dinosaurios, lleva 500 años aquí en la isla. Antes de que descubriéramos América ya había camellos aquí. Y creo volverán a La Geria, sería la manera de justificar el relato del camello en Lanzarote. Quedan pocos y están deslocalizados en Timanfaya haciendo labores turísticas, pero deberían estar en el territorio que ellos han transformado”.

El camello es un animal que le fascinó desde sus años de estudiante en Córdoba por su exotismo, me explicaba Paco: “Había años que no llovía nada y la gente lo pasó muy mal. Quien ayudó a mantener a la población en su lucha por la supervivencia, fue el camello. No se ha reconocido la labor de ayuda, de compañero, no de animal de trabajo. El animal y el campesino modelaron toda la isla”.

La Geria se despliega formando una constelación de hoyos excavados en la arena volcánica

Las viñas salvajes de La Geria

Mientras me contaba la historia de los camellos en la isla Paco me llevó a ver viñas salvajes creciendo directamente entre rocas en Tinajo. Paramos el coche en una caldera (un valle con varios hoyos), era mitad de agosto y tras el atardecer llegó la luna llena. En aquel lugar se percibía la energía, era como escuchar los latidos de la tierra. Los cuatro elementos estaban más presentes que en ningún otro lugar de la isla: la huella del fuego, la arena negra, la escasez de agua, y los vientos alisios  empujando siempre desde el nordeste. Aquello era otra dimensión.

Justo allí me vinieron a la cabeza aquellas palabras de Saramago que en sus “Cuadernos de Lanzarote” decía: «El placer profundo, inefable, que es andar por estos campos desiertos y barridos por el viento, desnudarse de la camisa para sentir directamente en la piel la agitación furiosa del aire, el espíritu entra en una especie de trance, crece, se dilata, va a estallar de felicidad. ¿Qué más resta, sino llorar?».

Allí, lejos el turismo masivo y la globalización que trata de uniformizar cualquier territorio en el que se instala, me di cuenta que lo único que podía salvar La Geria de la inmediatez y la rentabilidad, era poner en valor el paisaje.

Viñas centenarias resguardadas de la intemperie por muros bajos de piedra volcánica

Lanzarote, un lugar único en el mundo

La viticultura tradicional en Lanzarote cuenta un relato. El relato del sacrificio, la lucha por la supervivencia en un lugar arrasado por volcanes y eso se puede leer en su paisaje. Esa provisionalidad lo hace frágil, por lo que podría parecer un paisaje efímero, pero no lo es. Muy al contrario es uno de esos paisajes agrícolas labrados por la mano del hombre con una fuerza estética brutal, un lugar único en el mundo que no para de reconstruirse de continuo.

En este escenario de aureolas La Geria se despliega formando una constelación de hoyos excavados en la arena volcánica, dibujados improvisadamente con una pala y la única ayuda de un camello. Estos pliegues en el territorio, uno tras otro, se repiten distraídamente hasta el infinito con la única simetría de su propio semicírculo. Círculos de diverso diámetro y profundidad dibujados caprichosamente se expanden desparramados como si de un territorio lunar se tratase.

Hay mucho de simbólico, de identitario en La Geria, y ese mar de hoyos, dibujados apresuradamente como construidos a golpe de varita mágica, representan ese simbolismo. Hablamos de un enarenado natural que la misma naturaleza expandió y no se ha movido en 300 años. Y en el centro de cada hoyo encontramos una viña centenaria excavada y plantada en el territorio madre, algunas hasta a dos metros de profundidad. Cuando llueve (poco) transpira el agua por capilaridad a las zonas profundas y gracias a la porosidad de las cenizas la pilli (o rofe) que ayuda a preservar la humedad mientras las ramas de las viñas se elevan por encima de los pequeños muros en busca de sol.

Patchword de microparcelas que es La Geria

La piedra volcánica, resguardo y tierra

Viñas centenarias resguardadas de la intemperie por muros bajos de piedra volcánica únicamente en su mitad norte, que protegen de las amenazas del fuerte viento. Más tarde, en la época de la postguerra, la observación del campesino vio que la supervivencia estaba en la “tierra madre” y dijo esto funciona, así que lo puedo extrapolar a otros sitios donde no tengo arena y con la ayuda del camello llevó esa arena a otros territorios que son todos los enarenados artificiales de Tinajo.

Y en ese patchword de microparcelas que es La Geria, cientos de viticultores realizan dignamente una labor heroica, con la valentía de quien defiende un territorio indudablemente relevante, aunque se cuestionen si tiene o no sentido seguir adelante con una viticultura poco rentable y sin relevo generacional.

No queda más que reconocer la resiliencia de todos esos anónimos campesinos que confiaron en la tierra y continuaron haciendo lo que tenían que hacer a pesar de la incerteza. También a aquellos que tras seis años de ver arder en llamas el territorio, superaron el miedo con ingenio. Es necesario el relevo generacional, se necesita compromiso y ojalá esa nueva generación no dirijan su mirada hacia otro lugar, pues tiene entre sus manos el futuro de un patrimonio cultural que aunque meritorio no presume más que haber continuado manteniendo aquellos hoyos que saben que corren el riesgo de no amanecer, de ser engullidos por la ceniza negra y el viento que desplaza los vacíos y destruye su perfecta circularidad.

El vino de hoy, portador de un legado, es el heredero legítimo de aquella tierra oscura

Los nombres propios y La Geria

Volví a Saramago: «Entrar en el interior de la piedra, en lo más profundo de nosotros mismos, es un intento de preguntarnos qué y quiénes somos. Y para qué. Probablemente no existe una respuesta. Y si existiera seguramente no sería yo la persona capaz de darla. Si somos así, que cada uno se pregunte porqué».

La Geria es un territorio lleno de metáforas que tan bien supo entender César Manrique. Al enfrentarte a él por primera vez es mudo. Sólo te habla si le preguntas. No hablo de espectacularidad ni de encantos, no es un lugar seductor ni fascinante, es un encuentro con lo esencial. Entre cenizas y lavas los vinos de Lanzarote arrancan de la tierra su esencia atados a un paisaje de contrastes (marrón, rojizo, hierro, óxido, granate, basalto….), los vinos de Lanzarote llevan lava en sus venas….

Ni las drásticas condiciones climáticas de la isla, ni los pocos recursos, ni el intrépido viento ha conseguido desdibujar esos hoyos, esa es su grandeza.

El vino de hoy, portador de un legado, es el heredero legítimo de aquella tierra oscura, encendida por el fuego aquel 1730. Todavía con la fuerza suficiente para alzarse y gritar. La Geria te atraviesa los sentidos y se te queda metida dentro aunque regreses a casa y Saramago ya lo sabía «Lanzarote es como si fuese el principio y el fin del mundo»

Isabel Chuecos-Ruiz

Arquitecta y Sommelier. Allí en el cruce de caminos entre la arquitectura y el vino encontré mi inspiración. www.isabelchuecosruiz.com

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