Desde el principio de los tiempos, el genius loci, lo que los romanos reconocieron como el genio del lugar, determinaba el carácter y la atmósfera de los espacios habitables. Con el boom turístico del siglo XX surge una duda: ¿Habremos invocado a los lares de la hospitalidad?
Antes de la peluca y la casaca
fueron los ríos, los ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.
Antes de la arquitectura fue el lugar, el centro desde la periferia, los ángulos obtusos y la vibración de la atmósfera respirable. Antes de la nada, el vacío, el éxtasis, el argumento. La emoción y la palabra. El tiempo sin nombre y sin números desde los altares impregnados de nuestros dioses.
Antes de la arquitectura fue un darse la vuelta y mirar de otro modo… Es lo que hicimos el arquitecto Jesús Castillo Oli y quien esto escribe, cuando acometimos el experimento de La Ruina Habitada. Un espacio acomodado para residir dentro de la estructura sin ambages de una ruina arquitectónica. Y lo digo con el verso épico del Canto General, porque el poeta Neruda me inspiró en todo lo que poseo de América en la casa maldita de Isla Negra, a través de una larga conversación que sostuve con su última esposa, Matilde Urrutia, en el verano de 1980.
Cómo girar sobre uno mismo y sus circunstancias para saber qué suelo pisamos. Cómo desafiar el principio euclideano de las tres dimensiones para que la perspectiva sea, al mismo tiempo, su contraria. O sea, imposible en un tiempo diferente. Qué hacer antes de la arquitectura, como todo promotor hotelero y todo arquitecto, por supuesto, debería plantearse en su proyecto.
Qué hacer y nadie hace. Qué mirar y nadie mira. En qué inspirarse para encontrar ese geniecillo del lugar que nadie busca porque el negocio turístico urge frecuentemente enjaezarse de pelucas y casacas. Y luego pasa lo que pasa. Que las casas parecen barcos con un ojo de buey sin horizonte. Que la época de hoy es la época de ayer y la época del mañana nunca se atisba por la mirilla de la puerta. Estamos demasiado acostumbrados a proyectos cojos o desvariados o insípidos o, en el mayor de los casos, seriados.
Un hotel de los sentidos, como tantas veces lo hemos elucubrado, germina tras un darse la vuelta y mirar con otros ojos. ¿Qué hotel de los muchos que llenan nuestro horizonte surgió de una introspección “antes de la arquitectura” en el principio de su emprendimiento?
*Fotografías: Fernando Gallardo/Picasa.
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