Veo y leo sobre el ‘hanami’ en Japón, que decora todos los rincones cubiertos por cerezos en esta época del año. Es éste el arte de disfrutar observando la floración de los cerezos. Si bien Kioto y Tokio son los lugares emblemáticos para este despertar de las flores y también de los sentidos, Matsuyama es otro de los lugares mágicos donde podremos quedarnos absortos en la contemplación. Hoy retomo aquel artículo sobre Shimanami Kaido, la ruta ciclista más bella del mundo, que terminaba en la isla de Shikoku y en el que os prometía otra historia.
Los cerezos floreciendo en Matsuyama me han hecho recordar la deuda pendiente. Es Shikoku una de las cuatro islas principales de Japón, pero la única que aúna recogimiento, meditación, naturaleza, leyendas samuráis, arte y cultura. Un lugar alejado del ruido, místico en sí mismo, y no solo por ser la isla que recorre el Camino de Peregrinación más famoso del país. Shikoku representa el Japón más tradicional, alejado y desconocido.
Empecemos descubriendo los secretos de Shikoku en Matsuyama. Primeros descubrimientos, la importante producción de mandarinas y ciudad natal de dos de los escritores más importantes de la literatura nipona. El novelista Natsume Sôseki cuya novela ‘Botchan’ se desarrolla precisamente en Matsuyama y Masaoka Shiki, quien modernizó a finales del siglo XIX la poesía japonesa, acuñando los términos ‘Tanka’ y ‘Haiku’ como nuevas métricas. Aquel haiku que dedicara a la primavera nos devuelve al artículo de hoy:
“Olas de calor;
Los pétalos del ciruelo flotan
Hasta las piedras”
En Matsuyama hay que visitar Dogo Onsen, una de las fuentes termales más antiguas de Japón. De ella os hablé también y hoy veremos nuevos rincones. Así que marchemos hasta el castillo samurái de Matsuyama, donde las historias y leyendas se confunden entre sus muros. Es uno de los pocos castillos conservado en su estado original, aunque algunas partes como la puerta, de entrada Uchi, fueron bombardeadas en 1933.
Casi todos los castillos (había más de 300) fueron destruidos al finalizar el régimen ‘shogun’, siendo Matsuyama uno de los supervivientes de la época Edo. Al encontrarse en lo alto de una colina, hay que coger un telesilla, lo hacemos volviendo a recordar a Shiki, cuando escribió que «el castillo de Matsuyama es más alto que el cielo de otoño». Desde su torreón, también reconstruido, la ciudad de Matsuyama se rinde a su silueta e historia.
De los poemas haiku al teatro Kabuki de Kanamaruza en el pueblo de Kotohira, el más antiguo del país. Fue construido en 1835 durante los últimos años de la época Edo y coincidiendo con el nacimiento del héroe nacional que comenzó la sublevación contra el régimen shogún.
El antiguo teatro Kabuki Konpira continua aún hoy, aunque sólo una vez al año y precisamente ahora en abril, ofreciendo auténtico teatro Kabuki. Se trata del Gran Festival Kabuki Konpira de Shikoku, un espectáculo único que los aficionados a este género no deben perderse. En mi blog Viaja con Carla profundizo algo más en el Kabuki, por si os quedáis con ganas de más información.
En el mismo encantador pueblo de Kotohira abundan los templos sintoístas, pero ninguno como Kotohira-gu o Konpira-san. Fue dedicado al dios de los marineros y navegantes y se encuentra situado en lo alto del monte Zosu. Se trata de uno de los santuarios de peregrinación sintoísta más importantes de Japón. Sólo tiene una pega para quienes no quieran o no puedan subir los 785 escalones de piedra que lo separan del mundanal ruido. Para los demás, la subida es un espectáculo sea en la época del año que sea. Ahora los cerezos en flor acompañan al peregrino hasta el santuario principal, más adelante serán las azaleas y, en otoño, los arces teñirán de rojo y fuego todo el paisaje.
Hasta ahora hemos visto parte de la Shikoku cultural, pero nadie puede dejar la isla sin adentrarse en la espectacular y abrumadora belleza de su naturaleza. Fue esta parte la más impresionante y también la más inesperada. A pesar de investigar con premeditación y alevosía mi viaje a Japón, a pesar de haber visto imágenes de los paisajes en Shikoku, de sus valles y gargantas, cuando al fin lo vi con mis propios ojos me quedé boquiabierta y mientras mis expectativas quedaban bajo tierra, yo admiraba la garganta del río Yoshino. Me imaginé subida en uno de aquellos kayaks que lo recorrían. Poco a poco la carretera se curva, más y más y serpenteando entre valles, montañas y colinas llegamos a Chiiori, “la casa de la flauta”.
Se trata de una tradicional casa rural del periodo Edo construida con madera de cedro y techos de paja. Una auténtica casa minka y de las pocas que quedan en Japón. Este tipo de construcción fue muy utilizada por su practicidad y sencillez. Origen de la arquitectura japonesa, espacios diáfanos y amplios, paneles corredizos, tatamis, cortinas de bambú, terrazas con solado de tablas y ausencia de elementos decorativos. En definitiva, fueron estas casas inspiración para la arquitectura moderna del Japón desarrollada a partir de los años veinte.
Sumergida en el corazón del Valle de Iya, en Chiiori el tiempo se detuvo. Sólo la vegetación continuó creciendo alrededor. En los años 70 Alex Kerr compró la casa, la restauró y desarrolló un programa social muy interesante. Recibe huéspedes que pueden alojarse y experimentar la paz de una vida alejada del mundanal ruido. A la par que aloja a los voluntarios de Chiiori Trust, una organización sin ánimo de lucro que busca soluciones a los problemas de despoblación que sufren las zonas rurales del país.
El Valle de Iya esconde puentes colgantes, cascadas, mucha agua y tanta vegetación que uno siente la sensación de encontrarse completamente aislado por la naturaleza. La naturaleza tan asociada a la meditación será el vínculo con otro de los momentos más extraordinarios de Shikoku. La ruta de peregrinación Shikoku Henro que recorre los 88 templos budistas que visitara o incluso fundara Kukai, el monje budista más querido de Japón.
Es el único camino de peregrinación circular del mundo, ya que recorre todo el perímetro de la isla. Los templos están numerados, aunque no es obligatorio hacerlos por orden. Recorre 1.200 kilómetros a través de senderos, bosques, montañas, zonas más planas e incluso costa y está hermanado con el Camino de Santiago. Miles de peregrinos la recorren cada año siguiendo la tradición y con el mayor de los respetos. Otro poema de Shiki para decir hasta pronto, Japón:
“Dulzor de brisa.
En el verde de mil colinas
un templo aislado”
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