La primera vez que viajé con Ankawa Safari fue hace algo más de un año, al país de las dunas rojas, del gran salar de Etosha o de la costa de los esqueletos. Namibia me abrió un nuevo horizonte del que ya no puedo prescindir. Deseaba regresar a África y volver a hacerlo con el camión de Dani Serralta. Tras dos intensas semanas en Zimbabwe puedo asegurar que todo lo vivido quedó grabado en mi corazón, cincelado por emociones, tallado con el firme pulso del entusiasmo.
Zimbabwe es un gran desconocido. Muchos años de dictadura y complicadas comunicaciones hicieron que los destinos turísticos y safaris fueran hacia otros países africanos. Ahora, sin embargo, es un lugar seguro, de belleza extrema, perfecto para ver la cara más escondida de África. Mi primera toma de contacto fue un golpe a la retina y un primer impacto a la emoción. Las Cataratas Victoria rugían como días después harían los leones.
El río Zambeze llega cargado de agua desde Angola sin saber que aquí, en la frontera entre Zimbabwe y Zambia, una gran falla de más de 100 metros le espera para obligarle a saltar al vacío. “Mosi oa Tunya” (El humo que truena) lo llamaban los macoleles, hasta que llegó Livingstone en 1845 y bautizó las cataratas con el nombre de su reina. Si ha habido algo que no he podido dejar de hacer en este viaje ha sido imaginarme cómo debieron ser las sensaciones de los primeros exploradores que poco a poco fueron llegaron a Zimbabwe.
Los macoleles tenían razón, aquel gigantesco salto de agua era capaz de rebotar la caída en subida, de transformar el agua en humo y de hacer que, además, tronara. Como Livingstone hiciera cuando el rey macolele le habló de aquel humo que tronaba, también yo sentía la necesidad de visitar este lugar único en el mundo y dejar que mi piel se empapara de agua, truenos y emoción. A partir de aquí mi mente sólo pedía más y Zimbabwe, generoso, se lo daba.
Tras una noche en Las Victoria comenzaba lo que acabarían siendo más de 1.000 kilómetros por el país. El camión de Ankawa Safari se convertía en hogar con ruedas. Horas para charlar y sobre todo aprender de Dani Serralta, probablemente quien mejor conoce los secretos de África. El tiempo pasa volando, las horas son minutos, pero llegamos al Parque Nacional de Hwange, la reserva más grande del país.
En África ningún animal duerme tranquilo, ni siquiera en sus Parques protegidos. Los furtivos y la escasez de agua son amenaza permanente. Hay que palpar la tragedia para comprender y empatizar con la importancia de la protección animal. Hwange sufre la sequía, más de 50 elefantes han muerto en lo que va de año en este emblemático parque.
Pero la vida sigue y Hwange da fe de ello, aquí cada animal se siente, casi puede tocarse, y el roce siempre se transforma en emoción. Grullas coronadas y gigantes termiteros nos adentran en los más de 15.000 kilómetros cuadrados del parque. El Grey Go Away no grita que nos alejemos, no somos peligro para el resto y observo que cada árbol me está contando una historia. Absorta y en plena sinestesia tuve que salir de mi mundo imaginario para entrar de pleno en el problema existencial de tres leonas.
A turnos protegían su comida, como cualquier madre haría. Buitres y marabúes acechaban a la espera de un descuido para adentrar sus fuertes picos en la dura piel del elefante muerto. Cerca de la escena un solitario antílope Roan se abría paso entre las cebras para beber agua de una charca. Es uno de los más difíciles de ver en la sabana, su número se redujo codiciado por cazadores. Junto con el Sable, sus esbeltas figuras se dejan ver por pocos privilegiados.
Los babuinos campan a sus anchas, juegan y descansan a la sombra como haríamos cualquiera de nosotros. Todo es vida, y la vida es acción. Una manada de elefantes se aproxima a la charca, las almohadillas que tienen como suela hacen de su caminar un sigiloso misterio. Ni la más seca de las ramas protesta a su zancada.
Seguimos avanzando hasta que un hipopótamo nos detiene. Quiere llegar a su charca, lo necesita imperiosamente, durante el día solo puede estar fuera del agua cinco minutos seguidos. Pero tiene un gran problema, un hipo dominante no le deja acercarse. Animal territorial y muy fiero, es el más peligroso de la sabana. Mata a golpes, mordiscos y pisotones. Nuestro hipo lo sabe, pero tiene que escoger entre morir por sequedad o luchando. La derrota no es una opción sin intentarlo. Y así fue como presencié, con el corazón en un puño, una pelea de hipopótamos con madre coraje entregada a la causa de su despreciado hijo. El fin de la historia depende de nuestra imaginación y grado de optimismo.
Simpáticos facoceros parecían buscar a Timón, para cantarnos el Hakuna Matata pero se conformaron con una manada de kudus, cebras, una cuantas jirafas, ñus azules y un par de cocodrilos. Nosotros también estamos satisfechos. Esta a punto de ponerse el sol cuando sobrevuela un pequeño arco iris. Es la Carraca de pecho lila que nos invita a otra charca para despedir el día. La noche nos espera con un cielo limpio y las constelaciones sureñas solo para nuestros ojos.
La tercera parada en este viaje sublime fue en Antelope Park. Un parque privado para la conservación y protección de leones y otros animales. Con un fabuloso montaje de voluntarios y ayudas privadas, en apenas diez años han conseguido salvar muchos leones del maltrato, el contrabando y el furtivismo. Aquellos primeros leones rescatados pudieron procrear y sus hijos son ahora repobladores de otros Parques Nacionales.
Nos alojamos en sus instalaciones para disfrutar durante dos días de la vida salvaje de la sabana, y dormir con una música de fondo nueva para mí; el rugido de los leones. Sentir tan cerca el aliento de un león impresiona, más aún cuando jamás soñé con ello. Elegantes, dorados al tono de la sabana seca de la época, reyes y reinas que deben seguir dominando su territorio.
En Antelope Park es posible verlos tan cerca que incluso se puede llegar a presenciar la táctica de emboscada que utilizan para cazar. Cebras, ñus, impalas, galopan para no ser presa fácil de la reina de la selva, pues son ellas quienes cazan. Aquí pude sentir la emoción del safari a caballo. Para las jirafas y cebras no seremos extraños mientras vayamos montados en un familiar lejano, la proximidad convierte el paseo en fascinante.
Más kilómetros en el único camión todoterreno de África que garantiza comodidad y 360 grados de visión. Es hora de descubrir el misterio del Gran Zimbabwe, clave en este viaje de emociones. Allí donde historia, leyenda y mito se unen con piedras por los siglos de los siglos. Allí donde la civilización más antigua del continente construyó un núcleo urbano basado en el comercio exterior con lejanos países. Allí donde quizá la hermosa reina de Saba sacaba el oro para agasajar a Salomón, allí, había que llegar.
Imponentes muros de 11 metros de altura franquean el recinto real donde en su interior una gigante construcción cónica supone otro misterio para la historia. En lo alto de la colina vigila la primera ciudad del Gran Zimbabwe. Fue aquí donde se hallaron paredes de piedra recubiertas de oro. Pero también piezas, objetos y monedas de Alejandría, Mesopotamia, China o Arabia, constatación de que aquella civilización milenaria mantuvo comercio exterior con lejanos comerciantes 1.500 años antes de Cristo.
Las 8 Águilas de piedra que decoraban los muros de este recinto, fueron expoliadas y finalmente recuperadas. Ahora pueden verse en el museo y una de ellas, símbolo de Zimbabwe, es escudo del país. Zim-ba-bwe significa “Casas de Piedra” y tras la independencia en 1980, se adoptó como nombre del nuevo país. Las ruinas del Gran Zimbabwe son Patrimonio de la Humanidad y de mi corazón. En el blog de Viaja con Carla profundizaré algo más, pues bien merecen exprimir el jugo de su leyenda.
La última parte del viaje nos vuelve a encoger el corazón. Esta vez para aplaudir y llorar al mismo tiempo. El cruel y masivo exterminio de los rinocerontes africanos y la encomiable labor de organismos privados para salvaguardarlos, serán nuestros protagonistas próximamente. Zimbabwe, tierra milenaria, origen y destino, sabana, magia eterna y cóctel de emociones en un camión cargado de alma.
Más información: www.ankawasafari.com
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