En más de una ocasión hemos hablado de la predilección de Meghan Markle por las joyas de Cartier, especialmente por la pulsera Love y el reloj Tank. Sin embargo, esta no sería su firma de joyas preferida. Desde que llegara a la familia real, Meghan ha sido fiel a una joyería que la conecta con su pasado y que enamoró a Isabel II cuando aún era princesa.
Si eres seguidor de los looks de Meghan Markle, puede que hayas adivinado que hablamos de Birks. Se trata de una exclusiva y famosa joyería de lujo de Canadá que lleva más de un siglo haciendo brillar a celebrities y miembros de la realeza.
Los orígenes de esta joyería se remontan al siglo XVI, cuando varios miembros de la familia Birks se formaron como maestros plateros en Sheffield, Inglaterra. En 1832 la familia se mudó a Canadá y allí su descendiente Henry Birks abrió la primera boutique en el corazón de Montreal, en 1879.
Sin embargo, fue a partir de 1920 cuando la marca entró en el radar de las familias más adineradas de Canadá y Estados Unidos. Al estilo de Tiffany & Co., Birks hizo de su caja de regalo, la Birks Blue Box, un símbolo que la hacía reconocible para todo el mundo.
Aunque muchos puedan pensar que fue Meghan Markle la que puso a Birks en el radar de la familia real británica, lo cierto es que la primera en llevar una joya suya fue la reina madre.
En el año 1934 Birks recibió una autorización real para abastecer a la realeza británica. Así, durante la gira de Jorge VI y la reina Isabel por Canadá, la firma obsequió a la monarca con un broche.
Una joya con forma de hoja de arce y diamantes engastados que la reina madre llevó en varias ocasiones. Y es que tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial lo lucía cada vez que visitaba a los militares canadienses en Londres.
Veinte años más tarde fue Isabel II la que cayó rendida al lujo de las joyas Birks. Cuando aún era princesa, la firma le regaló en su gira real un collar de platino repleto de gemas, que al verlo Isabel II afirmó: «Nunca he recibido un regalo más hermoso».
Ahora es Meghan Markle la que está enamorada de las joyas de Birks, aunque no es algo nuevo. La duquesa conoció la firma en 2012 cuando vivió en Toronto, y en 2017, cuando entró a formar parte de la familia real ya lucía sus joyas.
Llevó pendientes, anillos y pulseras en sus actos oficiales. Como los pendientes de la Garden Party de 2018 o el collar de tres piezas que le vimos en su viaje oficial por la Polinesia.
Ahora que está fuera de la familia real continua haciéndolo. De hecho, en su reciente viaje a Canadá con los Invictus Games ha lucido varias joyas de la firma. En concreto, unos pendientes de diamantes y forma redonda valorados en 4.000 euros; y tres anillos de que combinan el oro amarillo y los diamantes, valorados en más de 2.000 euros cada uno.
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