En tiempos de Tinder y de Apps de contactos, ya no necesitamos a nadie para que nos presente a parejas potenciales. Que sea así es un alivio para todos, porque le deja a uno mismo la responsabilidad de tomar acción respecto a tener o no tener pareja. Ya sea para rehacer su vida amorosa tras el divorcio o para asentarse con una pareja estable en el caso de los singles, nos bastamos a nosotros mismos para intentarlo. Además, podrá ser secuencialmente, con una persona tras otra. Concretamente, con tantas personas como dicte nuestra voluntad. Para eso se han inventado estas Apps. Será precisamente esta “cadena de parejas” la que nos permita identificar algún patrón a la hora de establecer nuestras relaciones afectivas. Que muchas veces de afectivas tendrán poco.
Porque no todo vale en el amor, pero es a la vez tan deseable para todos, es fundamental identificar algunos patrones relacionales que no son sanos a la hora de buscar pareja. Y si no lo son, es porque las motivaciones inherentes a esta elección nacen de algún tipo de inmadurez que nos hace incapaces de distinguir una relación de calidad de otra que no lo es. Dicho esto, la idea aquí no es hacernos sentir culpables de nuestra tendencia a elegir mal. Más bien al contrario, se trata de identificar las tipologías patológicas y de reflexionar por qué se tienden a repetir algunos modelos de relación no deseables.
Como siempre, si hay que buscar algún responsable de nuestros errores en la vida, lo más fácil será culpar a los padres. Y aunque es verdad que estamos sometidos desde la infancia a un gran condicionamiento por parte de nuestros progenitores, esta tentativa se puede revocar ante la evidencia de que ellos estuvieron, asimismo, condicionados por sus propios padres. Dicho esto, lo mejor es comenzar a asumir uno la responsabilidad adulta de lo que le sucede en su vida en lo que concierne a su pareja. En base a los roles que se establecen las parejas, existen varios patrones de relación patológica. ¿Te identificas en alguno de estos tipos?
Esta forma de emparejamiento se caracteriza por los tener un montón de altibajos sentimentales. Estos se traducirán en peleas y reconciliaciones constantes. Será habitual que discutan en público y traten de poner a los testigos de parte de cada uno. La motivación de estas peleas es alcanzar emociones, sobre todo las de la reconciliación, bajo la premisa de que estar normal es aburrido y rutinario. Mientras lo toman como un “juego”, la situación puede estar más o menos controlada, pero tienen el riesgo de que, en una de estas, la pelea o discusión se les vaya de las manos y acaben mal. Incluso son violencia.
Uno persigue y otro se deja atrapar, no sin antes entrar en un juego de persecución en el que los roles de cazador y presa se fijan en una persona. Lo más habitual es que cada uno tienda a asumir alguno de estos roles a la hora de establecer nuevas relaciones. Aunque también se pueden invertir las posiciones. Estos comportamientos son propios del cortejo. Mantenerlos más allá indica inmadurez y una relación de dependencia entre ambos. En esta dinámica, estará el “ratón” que no quiere nada con el gato, pero que le tentará en cuanto perciba indiferencia. Siguiendo con las analogías, se convertirá en el “perro del hortelano”, que ni come ni deja comer. Es decir, no quiere nada, pero necesita saber que el otro está ahí para desdeñarlo.
Los roles de esta pareja recuerdan demasiado a los que se establecen entre una madre y un hijo. Y es con independencia del sexo, porque también un hombre puede hacer de “madre” en este caso, aunque sucede menos a menudo. En este caso se establece un vínculo basado en el cuidado de uno al otro. Es un tipo de atención que roza lo infantil, al estar centrada en cubrir las necesidades más básicas de uno de ellos, bajo el principio de que es un “niño” que necesita atenciones. En este tipo de relaciones, el sexo pasa a un segundo plano y se centra en el cuidado de la “madre” a su “hijo” sobre temas como la alimentación, la ropa y las compras, y se tiende a dar instrucciones respecto a todo.
En estas parejas uno de los miembros está enfermo, o antes lo ha estado. El hecho es que la relación cronifica esta enfermedad (real o supuesta) en lo que a roles se refiere. El ejemplo más típico es el que establece un alcohólico con una “enfermera” (aunque nuevamente los sexos pueden variar). Este último componente de la pareja tiene un carácter abnegado y renuncia a todo respecto lo que concierne a su propia persona con el fin de cuidar al miembro enfermo. Es decir, uno depende del otro porque está necesitado, mientras que el otro codepende y se engancha en una relación en la que se olvida de sus propias necesidades para resolver los problemas de su pareja.
Nuevamente en estas parejas vemos un tipo de relación muy tipificada y con los roles claramente definidos. A nivel implícito -es decir, sin que se haya establecido o consensuado verbalmente- se asume que uno es la “estrella” y el otro “tiene la suerte” de estar con él. Es por ello que el acompañante de esta suerte de celebridad asume un papel de idólatra como agradecimiento, basando toda la relación en tener el deber de aumentar la autoestima del otro. Esta falta de compensación en una relación de “superioridad-inferioridad” generalmente se establece con las personas narcisistas. Suelen terminar con el desgaste del fan, quien, aunque carece de asertividad o renuncia a ella temporalmente, al final se terminará quemando y dejándola.
A medio camino entre la relación materno o paterno-filial y de fan-celebridad está la de profesor-alumno, en la que uno siempre sabe más que el otro. Por este motivo en la pareja se establecen temas, sobre los que uno (el profesor) ilustra al otro (su alumno), dándose una relación descompensada. Esto se ve mucho en el “mansplaining”, por el que el hombre asume que la mujer sabe menos que él y por ello le explica las cosas. Además es habitual que estas explicaciones se hagan en público, paradójicamente con la mejor intención del mundo.
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