Las redes y las nuevas tecnologías, a priori, no son adictivas. Tampoco son intrínsecamente malas, ni mucho menos. Son, de hecho, un poderoso instrumento de ocio, información, contacto y comunicación. Lo que ocurre con las tecnologías y con las redes especialmente es que reúnen una serie de características que se prestan a que se haga un mal uso de ellas. Mal uso que, éste sí, puede acabar atentando contra nuestra salud psicológica y nuestro bienestar emocional. El móvil es un aparato que en sí mismo no genera dependencia, es el uso que hacemos de él el que puede llegar a engancharnos a una realidad virtual que nos haga descuidar la vida real.
Vivimos en una sociedad que valora la información y la comunicación pero en la que prima la inmediatez por encima de todo. En este sentido, las redes proporcionan seguridad porque nos permiten sentir que estamos conectados a las fuentes de información, vinculados a aquellos a quienes consideramos importantes en nuestros grupos de referencia.
Nos hacen sentir seguros y aceptados, pero solo en apariencia. Esa sensación de seguridad no pasa de ser eso, una simple sensación. Ese contacto con los demás que las redes promueven, cuando se gesta y se mantiene a través de las redes – a veces casi en exclusiva -, no es de buena calidad y resulta excesivamente superficial. Es un potente generador de protección, pero lo es tan solo en el corto plazo.
FOMO, por sus sigas en inglés, es el término acuñado para describir a las personas que abusan de las redes sociales y que describe a la perfección cómo estas personas se sienten cuando el acceso a la red no les es posible: miedo a perderse algo (Fear of Missing Out). La mera posibilidad de quedar desconectado produce un padecimiento que se vive con intenso malestar y ansiedad. Como si no formar parte de la actualidad fuese equivalente a dejar de formar parte de la sociedad.
Así de vacío es el vínculo que se construye a través de la red y que se mantiene también a través de la misma y única herramienta. Porque el vínculo y la pertenencia a un grupo están directamente vinculados con nuestra autoestima y se construyen en más escenarios y a través de más herramientas, no sólo a través de una pantalla. La aceptación social no depende de un clic o de un «me gusta», sino que es algo mucho más complejo de construir y también más rico a la hora de experimentarlo.
Es decir, que las redes nos dan seguridad tan pronto como nos la quitan causando angustia. Por eso, las redes pueden acabar siendo adictivas. Porque nos alimentan con refuerzos inmediatos, muy fáciles de obtener (y mucho más fáciles de gestionar que una verdadera relación de intimidad, con todos los conflictos y las emociones que subyacen) y que están aparentemente siempre disponibles.
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