En estos tiempos inciertos pudiera ser que algunos reflexionáramos sobre el uso o desuso que hacemos de las redes sociales y el creciente síndrome conocido como FOMO, Fear Of Missing Out. Éste habla «del temor de estar perdiendo alguna vivencia imprescindible o de no gozar de una vida magnífica como las demás». La redes sociales producen un mal efecto espejo, creando una frustración creciente al compararse con otros, con sus actividades, e incluso con el estado de ánimo, felicidad simulada o no, que proyectan allí. Todos aquellos que se creen inmunes a caer en la redes de este cada vez más profundo síndrome pueden haber sentido en alguna ocasión miedo, angustia e incluso celos por no estar viviendo lo que vemos en otros expuesto.
El grupo con más riesgo a sufrirlo son las personas con un sentimiento fuerte de inferioridad, que tienen tendencia a creer que la vida de los demás es más excitante, divertida o rica que la suya. La sobreexposición y potencialidad de las emociones de plástico virtualizadas desarrollan el aumento del síndrome FOMO. Puede ser que en estos días de confinamiento obligado y fuerte estrés, una de las ventanas con las que se vea el mundo sean las redes sociales. Un hecho que más que alivio puede despertar frustración en quienes no saben cómo sobrellevar el aislamiento global.
Es por ello que los expertos recomiendan un control del uso de las redes sociales. Por ejemplo, ponerse horarios. Igual que muchos evitan mirar las noticias a todas horas, también hay que acotar el uso de las redes para evitar que la frustración acumulada por los días de confinamiento crezca ante el exceso de actividades, realidades y experiencias expuestas en redes. Puede que lo mejor sea pasar de más a menos, hasta rebajar nuestra necesidad continua de estar ON. De estar conectados las veinticuatro horas para no perderse nada, para no quedar fuera de nada, como si el mundo virtual fuese lo más importante.
Es un buen momento para darse cuenta de que existe mundo más allá del móvil y la tecnología. Existe la palabra, los juegos de mesa, pintar y colorear o incluso practicar el silencio. Ese que se oye estos días en las calles como símbolo de la responsabilidad colectiva. Ese silencio debería ayudarnos a quitar el ruido de nuestra mente y la aceleración de nuestra actividad.
El síndrome de FOMO es un toque de atención a la vida que llevamos, a la ficción de exceso de exposición, al estrés de estar siempre available y con el happy mood para el mundo. La competición por la simulación perfecta nos lleva a olvidarnos de lo que realmente queremos, de lo que deseamos, porque estamos en el otro.
No son tiempos fáciles, pero sí únicos y debemos aprovecharlos para también resetearnos. El confinamiento nos ofrece poder elegir: entrar en síndrome de FOMO u otros similares, o reflexionar y cambiar aquello que no nos gusta y depende de nosotros. Vivir con prisa o vivir en risa, armonía y conciencia. Pierde el miedo a cambiar y atrévete a vivir la vida que deseas y no anheles la de los otros.
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