Algunos acontecimientos de nuestra infancia pueden marcarnos para siempre, para bien o para mal. Cuando suceden para bien, apenas reparamos en ellos, porque son potenciadores de la evolución sana y positiva del individuo. Por el contrario, eventos traumáticos como el padecer acoso escolar, supondrán un parón en la línea de crecimiento académico, social y emocional del niño, mermando lo que sería su trayectoria evolutiva y natural en este sentido. ¿Cómo puede afectar la irrupción e interferencia del bullying cuando los niños se convierten en adultos?
Es fácil entender que el acoso escolar deje algún tipo de huella que nos condicione emocionalmente en el sentido más social de la palabra, y cada vez que se despierten algunos recuerdos. Así, si nos hostigaban llamándonos gordos y perdimos peso después, cada vez que alguien mencione algo sobre nuestra talla será como si hurgaran en una herida abierta.
En cambio, si nuestro complejo secreto era tener los dientes feos y nos lo señalaban diciendo que eran de conejo, seremos igualmente sensibles a cualquier cosa acerca de la imagen de nuestra sonrisa. En este sentido, el bullying es un trauma al que hay que añadir las consecuencias de los complejos.
Pero lo cierto es que las repercusiones del acoso escolar van algo más allá de esos recuerdos dolorosos que, años después, pueden despertar tras cualquier comentario sin siquiera ser este malintencionado. Por desgracia, se sabe que la huella del bullying afecta a otras parcelas de la vida. Se relaciona con la depresión años después e incluso puede afectar a la posición social adulta.
Vivir en un entorno de seguridad y con incentivos emocionales que estimulen nuestra inteligencia nos convertirá en adultos con iniciativa, ganas de aprender, y sin miedo a asumir riesgos que nos harán más ricos en experiencias y con más probabilidades de triunfar.
Por el contrario, haber padecido por experiencias estresantes o traumáticas dejará huella de varias maneras:
Por un lado, el proceso implicado en alcanzar metas corrientes se verá dificultado y se hará mucho más lento. Así, terminar los cursos académicos, encontrar pareja, o colocarse profesionalmente, podrán tener mayor dificultad para el que haya sido un niño acosado. A partir de la paralización que sucede en el bullying, llegar al mismo sitio costará el doble: el esfuerzo del desbloqueo, más la dificultad que de forma natural ello pueda implicar.
Los ecos del acoso retronarán en la cabeza durante muchos años. Por más que el niño acosado llegue a triunfar, en la intimidad de sus pensamientos y emociones siempre recordará aquellas voces que lo insultaban o humillaban, haciéndolo sentir pequeño o inferior. Estos “recordatorios” mentales les harán sentir inseguros de nuevo, afectando a la aparición o generación de nuevas oportunidades y al desempeño óptimo de su trabajo.
La persona que ha sido víctima del acoso en la infancia encontrará, asimismo, dificultad a la hora de entablar vínculos de confianza e intimidad. En su relación con los demás podrá, de vez en cuando, despertar el temor al rechazo o la burla respecto a las potenciales parejas sentimentales o incluso respecto a posibles socios o compañeros de trabajo e iniciativas.
A pesar de lo que pueda parecer y del testimonio de las celebridades que reconocen haber padecido bullying, el acoso escolar no es un desencadénate prototípico del éxito y la fortuna, sino más bien al contrario. Algunos estudios han evidenciado una relación entre haber padecido acoso escolar y tener una menor capacidad económica. ¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro?
La relación entre el acoso padecido en la infancia y menores logros profesionales y económicos se establece de varias maneras:
Si bien la depresión adulta puede obedecer a tendencias genéticas y tener una génesis endógena y de tipo biológico, en muchos otros casos esta depresión será consecuencia de factores externos. Tal es el caso de las depresiones arrastradas desde la infancia como consecuencia del bullying.
Un estudio llevado a cabo por psicólogos y académicos del Univesity College of London y de las universidades de Oxford, Warwick, y Bristol demuestran que detrás de hasta el 30% de las depresiones que sufrimos pasada esta edad están en estrecha relación con las secuelas resultantes del acoso escolar. Así lo publicaron en la revista British Medical Journal.
Los resultados de esta investigación sugieren una estrecha relación entre el sentimiento de “victimismo” padecido en la infancia (alrededor de los 13 años) y la depresión posterior padecida en los inicios de la edad adulta. La muestra fue tomada en jóvenes adultos de 18 años, a quienes hoy en día todos damos por adolescentes. De los que admitieron haber padecido acoso, hasta el 14% tenía un diagnóstico de depresión. Además, el 10% de los que habían padecido un mayor acoso sufrían episodios más largos que podían llegar hasta los dos años de duración.
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