Las vacaciones de verano son algo que se suele programar con tiempo. Allá donde vayamos, será muy importante ser honestos con nosotros mismos y con nuestras limitaciones antes de emprendernos en aventuras para las que no estemos preparados o dispuestos a asumir. Lo importante es no dejar que nuestros miedos o incluso manías, echen a perder ese viaje o esas vacaciones soñadas.
No nos engañemos: en vacaciones uno hace cosas que no hace habitualmente. Esto es normal ya que, de por sí, apetece aprovechar ese extra de tiempo libre para hacer algo diferente y probar cosas nuevas.
Esta sed de novedad, sin embargo, puede volvernos ficticiamente aventureros, y hacernos incurrir en actividades para las que no estamos preparados o que, simplemente, no son para nosotros. Te sorprendería saber la de casos que hay de accidentes absurdos que se podrían haber evitado con un poco de sentido común.
Quién no ha oído historias tipo: “Esa amiga de otra amiga que estuvo a punto de morir ahogada en Tailandia por embarcarse en unos rápidos y no entender las instrucciones de seguridad al ser en inglés”.
Este es sólo un ejemplo, pero tampoco hay que ponerse en lo peor. Basta con que uno se meta a sí mismo en la boca del lobo, esto es, en escenarios que teme o no soporta, para pasar un mal rato o bloquear todo un viaje o una excursión.
Evitar que esto suceda pasará por ser realistas sobre nuestros gustos, manías o fobias. Y si bien hay personas todoterreno y que se adaptan fácilmente a cualquier ambiente nuevo o demanda física, otras muchas son menos flexibles y necesitan de ciertas condiciones para estar a gusto.
Existen algunos de los miedos o manías personales que pueden interferir con las vacaciones, y que conviene tener en cuenta a la hora de organizar cualquier viaje. Si padeces alguna de estas afecciones, siempre tienes la opción de acudir a terapia para superarlo meses antes.
O simplemente, elegir un destino más apto para tus gustos y limitaciones. Sobre todo, porque si viajas acompañado, tus reacciones de rechazo, ansiedad o incomodidad, podrían tener un efecto en los demás.
El tratamiento clínico de cualquier fobia pasa necesariamente por la exposición a ese estímulo temido. Sin embargo, normalmente en la consulta se hace un entrenamiento mental previo acompañado de un aprendizaje en técnicas de relajación.
Exponerse “a las bravas” y sin posibilidad de escapar se conoce en psicología como practicar una inundación. Si tu miedo es a volar y necesitas un avión para desplazarte, tienes que tener esto muy en cuenta y hacerte las siguientes preguntas. ¿Estás dispuesto a pasar ese mal rato? ¿Necesitas una ayuda terapéutica anterior o incluso que te receten algún tranquilizante? ¿Viaja alguien contigo para ayudarte a superar este lance?
Respondidas estas cuestiones, decide si quieres seguir adelante con el desplazamiento en avión o si prefieres cambiar de destino a un lugar al que puedas ir en coche. Este mismo consejo se aplica al miedo a ir en barco o en cualquier otro medio de transporte.
Si bien casi todos estamos deseando meter el bañador en la maleta para irnos a la playa, algunas personas tienen un miedo visceral al mar. En estos casos hablamos de talasofobia, “un trastorno de ansiedad caracterizado por un miedo intenso y persistente al mar o a las aguas profundas”.
Así lo definen desde el portal de psicología Buencoco, que ofrece terapia online para fomentar el bienestar mental. Como característica fundamental, explican que “las personas con talasofobia experimentan una sensación abrumadora de temor y angustia ante la idea de estar cerca del océano, nadar en aguas profundas o incluso ver imágenes relacionadas con el mar”. Al igual que cualquier otra fobia, conviene hacer un tratamiento previo.
Casi todos tenemos vértigo en mayor o menor medida. Y aunque es verdad que pocos de nosotros nos sentiremos cómodos andando en azoteas de edificios o con espacios abiertos bajo nuestros pies, en general casi siempre podemos soportar con éxito algunos episodios cortos de exposición a alturas un poco intimidantes.
Cualquiera que haya estado en el metro de Londres, por ejemplo, lo sabe. Las escaleras, empinadas e interminables, podrán producirle a cualquiera un poco de vértigo.
Sin embargo, las personas más sensibles a este temor no necesitan subir muy alto para tener una crisis. Cuando esta sucede, los síntomas del vértigo son muy desagradables y limitantes. Además de la sensación de inestabilidad, se puede sentir mareo, naúseas y notar que las cosas dan vueltas a nuestro alrededor.
Por otro lado, los casos extremos de miedo irracional a las alturas se conocen como acrofobia. Desde Buencoco explican cómo afecta este trastorno psicológico a la hora de viajar: “Las personas con fobia a las alturas sufren fuertes niveles de ansiedad si se encuentran al borde de un precipicio, cuando se asoman a un balcón, o incluso pueden experimentar miedo a las alturas conduciendo, y si lo hacen cerca de un acantilado, por ejemplo”.
Entre los trastornos de alimentación menos conocidos se encuentra la ortorexia. Al igual que sucede en la anorexia nerviosa, la persona afectada dejará de ingerir ciertos alimentos, aunque en este caso la motivación para el rechazo de comida no está relacionado necesariamente con la pérdida de peso.
El que padece ortorexia tiene mucha ansiedad sobre la comida y se muestra muy selectivo a la hora de elegir aquello que come. Concretamente, la persona está obsesionada con la comida sana, y por tanto no le vale “cualquier cosita”.
Típicamente, el ortoréxico evitará cualquier tipo de comida que, bajo su criterio, no resulte sana. Y aunque a priori parezca “una buena enfermedad”, se trata de un trastorno mental muy limitante y que acarrea problemas de salud por cuanto supone limitaciones nutricionales serias.
La ortorexia motiva comportamientos muy extravagantes que van mucho más allá de evitar la comida basura. Los afectados dejan de comer muchos alimentos pensando que son malos, y no sustituyéndolos por otros.
Sus criterios de selección pasan por aspectos como las etiquetas, el origen del alimento, el que sea o no orgánico y el que lleve conservantes. Si eres una persona con rasgos ortoréxicos, te conviene planificar vacaciones en las que puedas elaborar tú mismo la comida. Es decir: huye de hoteles, restaurantes y quédate mejor en apartamentos próximos a supermercados en los que encuentres la comida con la que te encuentres a gusto.
El trastorno obsesivo compulsivo, caracterizado por comportamientos repetitivos a fin de evitar el malestar de la obsesión que ocupa lugar, puede tener numerosas variantes. Una de ellas, y de las más frecuentes, consiste en la obsesión con la suciedad, a la que acompaña la necesidad constante de limpiar y desinfectar.
El grado de compulsividad puede ser variable, pero en los casos extremos las personas afectadas no se sentirán cómodas en ningún sitio que no sea su propia casa, por saber que está limpia, al haberla limpiado ellos mismos.
A la hora de viajar, la obsesión con la limpieza puede generar mucho malestar. Si es tu caso, asegúrate de tener lo que necesites para aplacar tus ansias de limpieza y paranoias de suciedad. Allá donde vayas, lleva siempre toallitas desinfectantes, por ejemplo. Y sobre todo, trata de evitar destinos tercermundistas como pueda ser la India o ciertos países de África, donde la suciedad y la basura están a la orden del día a poco que sale uno del hotel.
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