De todas las amistades que hacemos a lo largo de nuestra vida, muchas se quedan en el camino. Sobre todo aquellas forjadas en la adolescencia y juventud. Años después, uno se ve a sí mismo preguntándose por este u otro amigo. ¿Qué será de ellos? ¿Dónde están todos aquellos amigos, y en qué momento nos comenzamos a distanciar? Al hacernos esas preguntas sentiremos la melancolía más agridulce propia de los buenos momentos vividos en el pasado y esa cierta sensación de vacío que deviene a la percepción de carecer de ese afecto sincero y desinteresado que proporcionan los amigos que antes se tenían y que, de repente, han desaparecido.
Y es que, si en el transcurso de la vida, mantener las amistades puede ser una empresa ya complicada , conservar a los amigos en tiempos de Covid puede constituir todo un desafío. Así y todo, debemos intentarlo. El secreto estará en adaptarnos en tiempos de pandemia a las posibilidades reales de la relación haciendo uso de otros canales distintos a los habituales para llevar adelante la amistad.
Afortunadamente para nosotros, todavía no conocemos a todos los amigos que vamos a hacer en nuestra vida. O eso queremos pensar. Y quizá con ello justificamos (un poco inconscientemente) esa merma de amigos que vamos teniendo con los años, a veces por pura dejadez, para sustituirlos por caras nuevas y más afines dentro del entorno de nuestra realidad actual.
Las muertes producidas durante la pandemia por Covid, sin embargo, nos han hecho pensar en aquellos viejos amigos con los que hace tiempo que no hablamos y sobre los que nos preguntamos si estarán bien. Ellos y sus familiares. Traerlos a la memoria puede ser una oportunidad para retomar el contacto y “volver a empezar”, por un lado. Pero también nos sirve para reflexionar sobre la importancia de esforzarnos por mantener esas nuevas amistades que hemos fraguado, y así no volver a vivir la pérdida de un buen amigo.
No es necesaria una pelea o una discusión explícita para que las relaciones comiencen a enfriarse hasta llegar, incluso, a desaparecer. Habitualmente sucede que, con el simple paso del tiempo, cada uno va haciendo su vida. Sin embargo, reconocer esta realidad no disminuye la forma de sentir o el vacío que deja el amigo ausente. Desde la psicología se acepta la idea de que las personas somos seres sociales y que, por tanto, necesitamos de los demás.
Por otro lado, existen aspectos emocionales específicos involucrados en las relaciones de amistad: “Con los amigos verdaderos compartimos nuestra realidad más profunda y sensible: dejamos aflorar libremente nuestra personalidad y las verdaderas emociones, pensamientos y percepciones que tenemos y sentimos de la vida”, explica Noemí Fernández Molina, Doctora en psicología.
A lo largo de la vida vamos entablando numerosas relaciones interpersonales en las que volcamos todo nuestro afecto e interés más genuino, y lo hacemos de forma voluntaria y no impuesta, contrariamente a lo que sucede en las relaciones familiares. “Los amigos se eligen, y nuestra elección se basa generalmente en la afinidad de intereses, en la frecuencia de la relación, y en el carácter de reciprocidad afectiva que advertimos en cada amigo”, aclara Noemí Fernández.
En 1979, el psicólogo e investigador Wetzel realizó un estudio que evidenciaba que los individuos se sienten atraídos por personas de las que piensan que tienen ideales similares a los propios. Así pues, a pesar de la creencia común de que “los opuestos se atraen”, la investigación indica lo contrario: que la regla es la semejanza. La amistad no deja de ser, pues, un tipo de amor compañero en el que se dan sentimientos como la ternura, el afecto y la empatía y que aportan, además, un proceso mutuo de apoyo social, comunicación y comprensión.
“Perder a los amigos nos hace sufrir porque desnivela esta balanza equilibrada en la que compartíamos sentimientos. La superación de esta pérdida nos exigirá un esfuerzo anímico y psicológico importante, además de acciones concretas destinadas a la recuperación del equilibrio emocional perdido”, añade. La pérdida paulatina o súbita de amigos puede obedecer a las causas más diversas: separación geográfica, matrimonio, hijos, cambio de trabajo o de carrera, por poner algunos ejemplos. Estas serían las razones más comunes y que son consustanciales a la propia evolución vital de la persona.
En cambio, a veces, la separación se debe a la falta de equidad o proporción entre lo que uno da y lo que uno recibe. En este sentido, hacer amigos es relativamente fácil. Lo que resulta difícil es conservarlos después, y afianzar lazos sociales: al principio de la relación suele haber una relativa correspondencia y sentido de la responsabilidad sobre la relación. Pero, poco a poco, esto va cambiando y la balanza se posiciona siempre en el mismo amigo a la hora de trabajar por esa amistad.
Se produce entonces un desequilibrio que generará insatisfacción al menos a uno de los dos y que, si no se reestructura, llevará a caminos diferentes a cada una de las partes. Sucede, por ejemplo, cuando siempre es el mismo el que llama, mientras que el otro pone excusas. “Pues últimamente me he acordado de ti muchísimo y te iba a llamar”. O cuando sólo una de las partes propone cosas, mientras que la otra siempre deniega el plan.
Según explica Noemí Fernández, no todos necesitamos el mismo número de vínculos para sentirnos plenos. El malestar por falta de amistad o por ausencia de amigos no está presente en cada uno de nosotros por igual, sino que varía en función de las expectativas y anhelos de cada individuo.
Ciertos factores de la personalidad, como el ser introvertido o extrovertido, determinarán nuestras necesidades sociales y emocionales: “Hay personas a las que le gusta compartir intimidad dentro de un círculo más o menos reducido, y no sienten ni la necesidad ni la motivación de abrirlo a nuevas amistades, encontrándose cómodas con uno o dos amigos”, aclara la doctora.
Así, al introvertido apenas le bastarán un par de amigos y recargará las pilas en soledad. Justo al contrario que el extrovertido, al que la gente “le da la vida” y necesita quedar y relacionarse constantemente con muchas y variadas personas. Otro factor de influencia es el aprendizaje de lo observado en la infancia a través de nuestros padres. Estos, en cierto modo, marcaron una línea a imitar respecto a cómo son las relaciones con los amigos en términos tanto cuantitativos como cualitativos.
No obstante, esta idea no se puede generalizar, puesto que las experiencias tempranas van marcando una línea y nos influyen, pero no determinan todas nuestras relaciones, en las que también juegan un papel importante las habilidades sociales, las experiencias previas y la autoestima.
En este sentido, nos explica la Doctora Fernández cómo “se puede entrar en un círculo vicioso en el que las malas experiencia previas debidas a la falta de habilidades sociales dañan a la autoestima y todo ello resta oportunidades para intentarlo de nuevo, por confiarse aún menos en las habilidades y recursos personales para entablar o mantener amistades”.
Sabemos que con el coronavirus la primera pauta es restringir los contactos sociales y las salidas lo más posible. Pero esto no nos exime de mantener el trato. Aunque sea el mínimo que garantice o muestre la existencia de interés por el amigo que queremos conservar. Ya no hay excusa alguna para justificar la desidia, ya que los avances en las telecomunicaciones ponen a nuestra disposición un montón de recursos con los que contactar: WhatsApp, Face-Time, e-mail… Y sí: es el momento de abusar de las nuevas tecnologías y de las relaciones virtuales, pero no olvides que hay que conjugarlas con pequeñas dosis de convivencia. Y en estos días, esta “convivencia” sería ir un paso más allá del socorrido WhatsApp. Es decir: llamar y mantener una conversación real, o hacer una videollamada en la que verse las caras.
Quedar varias personas suele entrañar mucha dificultad, porque las obligaciones y compromisos individuales parecen estar en contra de los intereses comunes del grupo. Sin embargo, sí se puede, al menos, intentar planear reuniones periódicas. Comprometer, de este modo, fechas determinadas para hacer esa reunión que, aún sin saberlo, tanto necesitas. En tiempos de Covid ya sabemos que se han cancelado las cenas de amigos, pero esto se soluciona convocando un encuentro virtual, por ejemplo. Hay quien queda, de hecho, a tomar copas por Zoom, salvando de este modo las distancias físicas pero manteniendo la intimidad social.
Antes de que el coronavirus irrumpiera en nuestras vidas a veces aprovechábamos ciertas obligaciones o recados que debíamos hacer para pedirle a un amigo que nos acompañara. Pero si ahora no nos pueden acompañar a pasear al perro ni a ir al médico, es el momento de buscar otros vínculos de unión. No importa que sean acontecimientos periódicos o puntuales. Arovecharlos para ver a esa persona que es especial para nosotros, y que bien merece compartir un poco de nuestra rutina. ¿Y si empezamos a hacer juntos yoga on-line o hacemos un curso de escritura creativa? Ya sabemos que compartir experiencias y tiempo es la medida más difícil de mantener en la nueva normalidad, pero con sentido común, voluntad y respetándose las normas de higiene y prevención, seguro que se nos ocurre alguna idea.
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