¿Alguna vez has comprado chicles cuando ibas a pagar en la caja del supermercado? Si eres como la mayoría de los mortales, habrás sucumbido a menudo a esta compra de impulso. En el caso de los chicles no pasa nada, ya que no es un gasto que nos vaya a cambiar ni la vida ni la economía familiar. Lo que puede ser un error, en cambio, es sucumbir a otro tipo de compras de impulso mucho más caras y que no nos podamos permitir.
Esto incluye caprichos que sólo nos podemos conceder de vez en cuando, pero no tan a menudo como nos pueda apetecer en fechas cercanas a la Navidad y al Black Friday. ¿Cómo controlar la tentación de las compras compulsivas de aquí a lo que queda de año?
A pesar de ser un acontecimiento nacido en Estados Unidos en los años 60, el Black Friday ha tenido una gran aceptación social también en España, y el fenómeno no es nuevo. Cada año, los comercios aprovechan esta fecha, que se celebra cada año el día después de Acción de Gracias, para intentar hacer el agosto de ventas. Enganchan a los clientes través de ofertas y descuentos no siempre del todo fiables. Y podría decirse que todos somos tanto “víctimas” como “culpables” de este boom:
Ojo: comprar y gastar dinero no tienen nada de malo. Muy al contrario, gastar contribuye positivamente a la economía, sosteniendo a los pequeños negocios, y generando una recaudación a nivel de impuestos necesarioa para mantener nuestro estado de bienestar. Ahora bien, todo debe hacerse dentro de un orden: concretamente, el orden que manda nuestro poder adquisitivo.
A nivel privado, no debemos preocuparnos tanto por la macroeconomía global y sí por nuestra propia microeconomía familiar, que es aquella por la que trataremos, dentro de lo posible, de evitar un endeudamiento descontrolado y de tener un poco de ahorro. Todo ello contribuirá a nuestra salud financiera y psicológica. Porque una cosa es estar metido en una hipoteca o estar pagando las letras de un coche, y otra “volverse loco” comprando sólo porque tenga descuento, endeudándose con compras compulsivas.
Nuestras fuentes de estimulación a la hora de comprar por impulso son casi infinitas. Tengamos en cuenta que, a nivel de impulso, uno va a comprar lo que ve, y ahora ya no hace falta salir de casa para vernos tentados. Basta con mirar Instagram un rato todos los días para tener un escaparate totalmente personalizado y a nivel de nuestros deseos y necesidades.
¿Que necesitas un sillón? Pues con que lo busques una vez, Instagram te mostrará lo menos cinco o seis anuncios durante las próximas horas. ¿Qué te quieres ir a esquiar con la familia? Pues ahora, y casualmente, es el mejor momento para ir reservando hotel.
Sin embargo, las casualidades comerciales no existen en Internet. Las generamos nosotros mismos a través de las propias búsquedas que hacemos, y cuando aceptamos las cookies de internet.
La conveniencia de que el sistema recuerde nuestras preferencias tiene, por otra parte, sus ventajas. Nos permitirá encontrar el sillón soñado, así como explorar diversas ofertas en nuestra estación de esquí de preferencia. Como desventaja estaría, por otra parte, el riesgo de comprar demasiado rápido o de caer en la tentación de comprar cosas que no necesitamos.
La exposición a artículos que nos gustan puede generarnos el deseo de adquirirlos. Es algo que nos pasa a todos y con lo que tenemos que aprender a convivir. Pero dentro de un comportamiento sensato, sabemos que, al cabo de un rato, ya se nos habrá olvidado ese bolso o habremos desechado la idea de cambiar los colchones a toda la familia.
El problema lo tienen aquellas personas que no son capaces de controlarse y que sucumben ante la tentación de lo innecesario, llegándoles incluso a crear un problema financiero o personal. Este problema, de hecho, tiene un nombre dentro de la psicología conocido como oniomanía, un trastorno de control de impulsos centrado precisamente en las compras compulsivas.
¿Qué hay detrás de la adicción a las compras? Comprar nos hace sentir bien, y esto tiene una explicación científica: cuando compramos, se activan ciertos circuitos en nuestro cerebro que nos llenan de placer. La clave está en la dopamina, un neurotransmisor relacionado con la felicidad que se libera al anticipar algo agradable. Esta hormona es, de hecho, la responsable de la motivación y la emoción que sentimos antes de hacer una compra y la última razón que nos impulsa a pasar por caja.
Por otra parte, los circuitos neuronales de recompensas están repartidos en distintas áreas del cerebro. También en el hipocampo, donde guardamos nuestros recuerdos, lo que crea una conexión entre las compras compulsivas y algunos momentos placenteros del pasado. Esto explica el impulso de repetición en la compulsividad de comprar.
El problema es que la dopamina nos lleva a enfocarnos en el placer inmediato, dificultando el autocontrol y fomentando decisiones impulsivas. Así, se crea un ciclo: compramos para sentirnos bien, recordamos esa sensación y volvemos a buscarla, incluso cuando no necesitamos nada. El bajón vendrá después, pasada la euforia que apenas dura unas horas.
Por definición, las compras compulsivas son aquellas que surgen de forma improvisada y sobre la marcha, cuando vemos algo y lo compramos sin tenerlo premeditado. Estas podrán ser pequeños antojos como una chocolatina, pero también podrían ser un móvil nuevo, por ejemplo. O incluso un coche. Y como decíamos, las compras inesperadas están sostenidas por una base de emoción e impulsividad por la que no se tienen en cuenta las posibles repercusiones de incurrir en ese tipo de gasto.
Si ni lo necesitas ni tenías pensado comprarlo, por más descuento que tenga ese artículo por el Black Friday o por las rebajas pre-navideñas, trata de practicar el autocontrol de la siguiente manera:
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