Las rabietas son normalmente características de niños de entre un año y medio y tres años, coincidiendo con el inicio de la identificación de sus propios deseos y necesidades que, por primera vez en su corta biografía, no se encuentran identificados con los deseos y necesidades de su figura de apego. Las rabietas, a veces, empiezan antes incluso de que el niño hable. Y es que el pequeño empieza a diferenciarse de los padres y, en ese proceso su diferenciación, pasa necesariamente por el descubrimiento de numerosos conflictos de intereses y por el fracaso de sus pretensiones. El berrinche es el primer contacto de un crío con el duro mundo de la frustración.
Pero, por desgracia, las pataletas no son solo propias de niños tan pequeñitos. Las rabietas deberían ir mitigándose con el paso del tiempo, a medida que los pequeños van siendo capaces de gestionar sus emociones, inhibiendo algunas manifestaciones emocionales desproporcionadas para alcanzar la satisfacción de su voluntad mediante otros mecanismos progresivamente más asertivos. Niños (y no tan niños) que han aprendido que sus rabietas funcionan (porque surten efecto), que no se han enfrentado muy a menudo a la frustración de sus deseos (y que, por lo tanto, no han aprendido a gestionar la frustración) o que por diversas razones no han interiorizado habilidades y estrategias de resolución más maduras, continúan manteniendo rabietas como mecanismo de primera elección ante escenarios en los que sus expectativas se estrellan contra la realidad.
Por eso es muy importante gestionar de manera adecuada cada uno de estos desagradables episodios, de manera que se extinga toda probabilidad de repetición y, de paso, nuestros pequeños se lleven una lección de vida y un aprendizaje que puedan interiorizar. De lo contrario, cuando la rabieta sigue siendo una estrategia predilecta al final de la infancia o incluso en la adolescencia, podemos estar educando a jóvenes caprichosos e insatisfechos, inhábiles para hacerle frente a las vicisitudes de la vida y resolver sus conflictos de manera eficaz. Estos serían, por lo tanto, los pasos básicos para resolver adecuadamente una rabieta e impedir que se convierta en un problema mayor.
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