Se viene hablando, y mucho, en las últimas semanas acerca del macabro juego de ‘La ballena azul’, como también empezamos estos días a oír hablar del ‘Abecedario del diablo’, igual que en el pasado se ha hablado ya de otras tantas perversas dinámicas adolescentes. Por desgracia, cada poco tiempo surgen nuevas modas inexplicables ante las que los padres se alarman y la sociedad entera se lleva las manos a la cabeza. Por eso nos preguntamos: ¿Qué lleva a un joven –y a qué perfil de joven– a adherirse a este tipo de pervertidas dinámicas?
En todos los corrillos de chavales jóvenes se ha comentado estos días con cierto interés el tema de La ballena azul, recabando información con cierto morbo (por otro lado esperable para su edad). Pero el adolescente que verdaderamente se interesa por “jugar”, por formar parte de un movimiento tan siniestro, ese responde ya a otro perfil. Ese joven es el mismo que se siente perdido, que se ha visto rechazado, que se ha aislado, que quizá incluso ha sido víctima de acoso o que sencillamente no se siente preparado para hacerle frente a su día a día o para manejar las relaciones con sus compañeros de igual a igual.
El que se engancha a un movimiento de este tipo lo hace en un doloroso intento por pertenecer a un grupo y probablemente viene arrastrando dificultades desde hace tiempo, hasta que da con esa posibilidad. Los ritos de iniciación o los juegos facilitadores de esa pertenencia no asustan cuando del otro lado se alcanza la sensación de importara, de ser valioso para un grupo.
Me gustaría poder decir que estoy siendo alarmista para concienciar a los jóvenes y a sus padres. Pero no es así. La baja autoestima desde la infancia y a lo largo de la adolescencia puede llegar a marcar a la persona de por vida y, en el peor de los casos, supone un factor de riesgo de cara a generar cualquier tipo de proceso ansioso o depresivo. No en vano, la Organización Mundial de la Salud alertaba hace dos semanas del aumento de suicidios entre la población joven: el suicidio es, a día de hoy, la principal causa de muerte entre los jóvenes europeos de entre 10 y 19 años.
La vulnerabilidad del adolescente
La adolescencia es, para la inmensa mayoría de las personas, el periodo mas estresante de la vida. Representa la principal etapa de ensayo y aprendizaje de toda nuestra trayectoria vital; y en ella se perfila la personalidad, se explora la identidad y se construye la autoestima. El joven que quiere ser mayor se siente muy adulto pero aún no dispone de las herramientas y las habilidades que verdaderamente necesita para hacerle frente a la vida y relacionarse con el mundo que se abre a su alrededor. No las tiene porque precisamente las está adquiriendo.
El adolescente tampoco sabe cómo resolver muchos de los conflictos que le asaltan, precisamente porque se los encuentra por primera vez. Acusa la falta de experiencia en un proceso en el que lucha contra sí mismo y contra los demás, asustándose a menudo de sus propias emociones. Necesita de ese nivel de estrés para ir, poco a poco, interiorizando nuevas estrategias de afrontamiento y gestionando situaciones novedosas de manera adaptativa.
En ese periodo que transcurre entre el final de la infancia y la transición a la edad adulta somos, además, especialmente vulnerables a numerosas influencias externas. Porque todo esa construcción personal solo puede tener lugar en un contexto social. El grupo se convierte en una estructura imprescindible y paradójica: nos proporciona seguridad y tiene un enorme potencial para devolvernos un reflejo positivo de quienes somos, aunque al mismo tiempo es también el grupo de iguales el que suscita comparaciones, nos carga de presión y nos expone al rechazo. ¡Una influencia difícil de manejar cuando además no se dispone de la madurez suficiente para ello!
La importancia de la familia
Si bien no puede competir con la tendencia que marca el grupo de referencia, el papel de la familia sigue siendo clave más allá de la infancia. Como primera instancia de socialización que representa, es en su seno donde empieza a construirse el concepto que el niño tiene de sí mismo y por ello nunca deja de ser permeable a todo lo que proviene de ese núcleo familiar. En este sentido, la familia puede:
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