No frivolicemos, lo políticamente correcto es decir que romper una relación siempre es costoso y doloroso, ya sea por decisión propia o ajena. Pero lo cierto es que cuando eres tú quien quiere romper, sí tienes las cosas algo más fáciles. Se hace más sencillo terminar una relación amorosa cuando es uno mismo quien toma la decisión (lo que no significa que no se trate igualmente de un proceso duro) por la sencilla razón de que quien toma la decisión juega con algunas “ventajas”:
Quien no decide romper, quien no desea acabar con su relación de pareja, queda normalmente en una posición más vulnerable, sacudido por una amalgama de emociones encontradas, expuesto al rechazo y susceptible de enfrentarse a una difícilmente soportable incertidumbre. Para la persona que no ha podido preparase, ni había anticipado siquiera que a su pareja pudiera rondarle la idea de la separación, pueden tambaleársele los pilares mismos sobre los cuales había estructurado su proyecto de vida, su futuro y hasta su concepto de familia.
Por eso, y porque los psicólogos bien sabemos que no se aceptan igual los cambios o las situaciones sobrevenidas en función de cómo éstas se hayan presentado o en función de cómo se hayan comunicado, el que rompe una pareja sí tiene algo de responsabilidad en cuanto al modo en el que lo hace, por la potencial repercusión que eso tiene sobre el otro. Cierto es que quien decide romper una relación lo hace porque decide mirar por sí mismo – lo cual es perfectamente lícito -.
Como cierto es que quien deja a su pareja lo hace porque decide anteponer sus necesidades a las de la otra persona – lo cual es hasta deseable, pues resulta emocional y psicológicamente saludable en muchos casos-. Pero también es cierto que a la vez que velamos por la satisfacción de nuestros deseos y necesidades, podemos tratar de minimizar el impacto que nuestras decisiones tienen sobre los demás.
No mientas, no dejes lugar a dudas ni alimentes sospechas o incertidumbres. Las personas tenemos una extraordinaria capacidad para integrar cambios, adversidades y malas noticias. Pero para ello debemos disponer de información y confiar en la veracidad de esa información. Necesitamos poder comprender para poder integrar, elaborar y superar cualquier desdicha que nos toque asumir.
¿Y si resulta que le has sido infiel? Pues adelante también con la verdad, sin ninguna duda. ¿No crees que de alguna manera o de otra acabará saliendo a la luz? No es necesario que proporciones detalles escabrosos, y por supuesto siempre es deseable que rompas antes de haber traspasado ciertas fronteras, pero si hay otra persona que ha despertado en ti ciertos sentimientos, no tendrás más remedio que confesarlo. Cuanto más respetuoso hayas sido, más fácil será que puedan entenderte.
Sé claro y no dejes la puerta abierta a falsas esperanzas. Hasta dando información podemos resultar ambiguos, especialmente cuando no queremos herir a quien nos importa y nos da la sensación de que “suavizando” nuestro mensaje será mejor recibido. Esta equivocada premisa es una de las que más daño nos lleva a causar: sin certezas en cuanto al final de la relación no hay nada más fácil que aferrarse a la negación.
Es muy duro explicarle a tu pareja por qué has dejado de sentir lo mismo hacia ella o por qué has llegado a la conclusión de que tu vida ha de continuar mejor sin ella, pero en cierta medida es necesario. Sin ofender, sin aportar tampoco detalles innecesarios o que puedan ser interpretados de manera ofensiva, pero permitiendo que la otra persona comprenda tu razonamiento, integre cada paso del discurso que has ido construyendo y pueda poco a poco interiorizarlo.
No transmitas sensación de abandono. Porque una cosa es que des por terminada la relación de pareja y otra muy diferente es que vayas a desaparecer de su vida de forma drástica y para siempre. Juntos habréis de trazar un plan para romper la convivencia, para separar lo que haya que separar, para que ambos podáis sobrellevar los primeros tiempos de manera digna, para llegar a acuerdos, etc.
Es muy posible que haya algunas cosas que os hayan de unir para siempre, que a las familias políticas les cueste integrar la ruptura, ni qué decir tiene si habéis tenido hijos juntos. Es imprescindible marcar unos límites para entenderlos también con flexibilidad en función de las necesidades de cada uno y de terceros, y dejar abiertas de forma clara unas vías de comunicación y de entendimiento.
No lo alargues en exceso en el tiempo. La separación temporal suele ser recomendable en un primer momento, tanto para disipar dudas en caso de que haya una reconciliación posible, como para sentar las bases del distanciamiento en caso de que la separación sea inminente. Pero, una vez lo tengas claro, en el momento en el que te des cuenta de que la ruptura es dolorosa pero se te antoja la mejor opción, comunícalo y ahórrale tiempos tormentosos de angustia e incertidumbre. No por más esperar se causa menos daño, sino que, pasado un tiempo prudencial para no resultar impulsivo, las cosas suceden más bien al contrario.
No pidas nada. No en el terreno emocional y no al menos por el momento. No pidas más de lo que sea estrictamente necesario, normalmente en favor de los niños. Ya habrá tiempo de reajustar lo que sea necesario si es que compartís nexos de unión inexorables, pero con el impacto de la noticia y en plena vorágine de despecho y cambio, no estamos en disposición de dar afecto ni nuestra autoestima herida nos permite hacer concesiones. Corres, además, el riesgo de colocar al otro en una posición de sumisión con tal de preservar la relación. Protege a quien ha sido tu pareja y deja pasar un tiempo antes de aparecer en su vida con ningún tipo de solicitud emocional.
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