Patricia Ramírez, madre de Gabriel Cruz, lo ha dejado muy claro en la entrevista que concedió a Carlos Herrera en la cadena Cope, al día siguiente de que el cadáver de su hijo fuera encontrado en el maletero de la que era la pareja sentimental de su ex pareja, el padre del niño. Dejó bien claro que Gabriel es su hijo y que no es justo que en medio de todo este durísimo proceso, encima, tenga que enfrentarse también a bulos y perfiles falsos que hablen en su nombre en redes sociales.
Es cierto, Gabriel es su hijo, y por mucho que hayamos sentido su dolor, no es ni remotamente posible que podamos llegar a colocarnos verdaderamente en su piel. La mera idea produce escalofríos. De ahí que todos hayamos sentido la necesidad de cuidarles, mimarles, apoyarles y fortalecerles.
Sin embargo, desde hace dos semanas, todos hemos sentido que Gabriel era una pequeña o gran parte de nosotros. Los miles de voluntarios que se han movilizado y desplazado hasta Almería (también los que han querido hacerlo pero no han podido), los que han colaborado de cualquiera de las maneras, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, los que hemos seguido la búsqueda a través de la televisión, los que hemos llorado su trágico desenlace, los que aún sentimos una rabia difícil de canalizar…
Todos hemos sentido muy de cerca de el amor hacia Gabriel. Todos hemos querido conocer y abrazar a ese niño positivo, solidario y altruista, enamorado del mar. Y es que desde el primer minuto, sus padres han contado con una indiscutible guía y han sabido seguirla, han estado bien acompañados, se han rodeado de apoyos, se han nutrido de la fuerza de todos, y gracias a eso nos han permitido conocer a Gabriel a través de sus ojos.
Y a todos nos ha llamado la atención la entereza y la admirable bondad con la que ellos han hecho frente tanto a la búsqueda como a la noticia de la odiosa muerte de su hijo. En los 12 larguísimos días que ha durado la búsqueda no podía iniciarse para los padres y familiares de Gabriel el proceso de asimilación de la pérdida, impensable. Esto habría supuesto una gran contradicción, pues desde esta disonancia no habrían podido contar con las fuerzas necesarias para levantarse cada mañana y liderar la búsqueda de su hijo, movilizar a los medios de comunicación e incluso colaborar después con la Guardia Civil en la detención de la sospechosa, y ahora asesina confesa.
Desde el pasado domingo, la tristísima e indignante noticia del hallazgo del cuerpo descarta toda posibilidad objetiva y también, por desgracia, toda posibilidad subjetiva, de mantenerse en ninguna fase emocional ni remotamente parecida a la negación, es a partir de ese momento cuando verdaderamente puede iniciarse el duelo… Los ritos funerarios a los que desde el pasado martes ha asistido una España conmocionada, sintiéndose muy cerca de los padres de Gabriel, enviándoles todo su aliento, ayudan a elaborar la pérdida porque obligan a conectar con una realidad dolorosísima con la que habrán de aprender a convivir hasta el final de sus días.
Una vez se aleje de ellos el foco mediático, cuando puedan reencontrarse a solas consigo mismos y con su dolor, una vez sus vidas recuperen, necesariamente, cierto aire rutinario, será cuando la ausencia y el vacío se hagan notar. Será también cuando afloren emociones encontradas con las que no tendrán más remedio que seguir viviendo.
La necesidad de pensar en positivo se tornará tarde o temprano en la necesidad de obtener respuesta. Respuesta que nunca será conviviente pero sí imprescindible para que puedan construir y asimilar el relato de lo sucedido y poder integrarlo también en el relato de su vidas. Será esta búsqueda de información la que culmine en el alivio al menos parcial, de la angustiosa incertidumbre que desde hace dos semanas les acechaba.
En todo este proceso seguirá necesitando del apoyo de los demás, de este maravilloso sentimiento de empatía colectiva, pero quizá no les sea siempre posible recibir ese apoyo de la misma manera y necesiten durante una temporada apartarse del camino y replegarse sobre sí mismos para esa injustísima e incomprensible encrucijada en la que la vida (y una desalmada) les ha puesto en el camino: aprender a vivir sin Gabriel.
Descansa en paz, Pescaíto.
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